jueves, 4 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 19

Paula mantuvo los ojos pegados a la toalla, en el suelo del porche. Pedro masculló una palabrota, y luego, sus pies desaparecieron de su línea de visión. Era el peor momento para pensar que tenía unos pies muy bonitos… Las patas del perro también desaparecieron de su línea de visión porque él lo estaba usando como escudo mientras daba marcha atrás. La puerta se cerró y ella levantó la mirada. Le gustaría salir corriendo, meterse en la cama y ocultarse allí para siempre. ¿Rescatar a Pedro Alfonso? ¿Estaba loca? ¡Tenía que irse de allí lo antes posible! Pero estaba la pequeña cuestión del perro que había llevado con ella… Sí, iba a tener que enfrentarse con él. Por tentador que fuera, no podía dejar al perro allí, a merced de un hombre que había admitido detestar a los animales. Sin saber qué hacer, se sentó en los escalones del porche, intentando pensar en algo que no fuera el momento en el que la toalla había caído al suelo. La puerta se abrió unos minutos después y Paula se levantó de un salto. Pedro se había puesto unos vaqueros, pero iba sin camisa y con los pies descalzos. Sin decir una palabra, le pasó la correa del perro, cruzó los brazos sobre el pecho y levantó una ceja. No sabía qué había pasado en el interior de la casa, pero él parecía haber demostrado que él era el líder de la manada porque el cachorro estaba sentado sobre sus patas traseras, mirándolo con cara de adoración.

—¿Se puede saber qué quieres?

Era evidente que no estaba contento.

—Pues verás… —empezó a decir Paula, apartándose un mechón de pelo de la frente—. Me han preguntado si podrías llevar el perro a la entrevista.

—No me has enviado una nota diciendo cuándo es la entrevista —le recordó él.

—Mañana, a las seis de la tarde. Pero como no te gustan los perros, he pensado que el cachorro y tú deberíais ensayar antes… Para encariñarte con él.

—Encariñarme.

—No quiero que los espectadores vean que no te gustan los perros.

—Encariñarme con un perro.

—¿Te importaría? Hay un parque en Westside y podrías tirarle un palo o una pelota… Para que en la entrevista parezca que sois amigos.

—Para que parezcamos amigos —repitió Pedro, sin moverse. Ella asintió con la cabeza, pero nada en su expresión le daba esperanza alguna—. Eso es absurdo.

De repente, Paula recordó su misión. Que se hubiera quedado desnudo por accidente, no era razón para olvidar por qué estaba allí. Aquel hombre estaba desesperadamente solo en el mundo, y ella había ido para salvarlo de sí mismo.

—¿Por qué es absurdo? —le preguntó, irguiendo los hombros—. Además, ¿Por qué no hacer algo absurdo de vez en cuando?

Que lo dijese ella, que siempre había querido ser perfecta, tenía gracia. Pero Pedro no tenía por qué saberlo. Además, ¿Dónde la habían llevado sus esfuerzos por ser perfecta? Había malgastado demasiado tiempo y energía intentando ser la hija perfecta y luego la prometida perfecta. ¿Y qué había conseguido con eso? Ser perfectamente olvidable, absolutamente prescindible.

—Hablas como mi hermana —dijo Pedro.

—¿No puedes ser espontáneo por una vez?

Él la fulminó con la mirada.

—Puedo ser tan espontáneo como cualquiera.

—Pues demuéstralo. Por el bien del pueblo.

—Por favor, no lo digas.

—¿Qué?

—Que Kettle Bend me necesita.

—No lo diré si no quieres, pero ven al parque conmigo. Una hora nada más. Es parte de nuestro acuerdo.

—Llevar al perro al parque no es parte de ningún acuerdo.

—Ya, pero he conseguido que fuera sólo una entrevista y no tres —le recordó Paula—. Y te ayudé en un momento de necesidad, con tus sobrinos…

Tenía que usar cualquier argumento, pero Pedro parecía inconmovible.

—Que tú seas la causa de que me haya quedado desnudo en la puerta de mi causa cancela todas mis deudas.

—Nadie te ha visto. ¡Y yo no he mirado, te lo prometo!

Paula vió que sus labios se movían. No era exactamente una sonrisa, pero fuese lo que fuese era más peligroso que su hostilidad.

—¿No has sentido la tentación? —le preguntó él entonces, con expresión traviesa.

Ese era el problema cuando una decidía rescatar a un hombre como Pedro Alfonso. Era como si una ingenua virgen abordase un barco pirata y le exigiera al capitán que bajase las armas porque ella sabía lo que era mejor para él. Era un juego peligroso, y la expresión burlona de Pedro lo dejaba bien claro.

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