martes, 23 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 37

Pedro respiró profundamente mientras subía los escalones.

—Paula, tenemos que irnos —le dijo, con voz tensa.

Carolina se dió cuenta, y Paula también, pero intentó disimular.

—Gracias por la cena. Ha sido un placer conocerlos.

—Lo mismo digo. Espero verte a menudo por aquí.

Pedro silbó al perro, que salió medio grogui de la habitación de los niños, y subieron al coche en silencio.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Paula.

Él no respondió. Conducía con los labios apretados y su hosca expresión le recordaba su primer encuentro. Las barreras estaban levantadas de nuevo. Paula cruzó los brazos sobre el pecho y decidió que no tenía el menor interés en insistir. Pero su repentino mal humor empezaba a enfadarla de verdad. Por fin, Pedro detuvo el coche frente a su casa.

—La llamada era de Bruno Moore, el presentador que me entrevistó.

—Sé quién es Bruno Moore —dijo ella.

—Claro que lo sabes.

—¿Qué significa eso?

—Quiere otra entrevista ahora que están a punto de empezar las fiestas.

—Eso es bueno, ¿No?

—No, no lo es. Quiere que hablemos sobre mi decisión de adoptar al perro. Y sólo le he contado a una persona que estoy dispuesto a quedarme con él —dijo Pedro—. No has esperado ni un minuto para sacar provecho de eso, ¿Verdad? Tus estúpidas fiestas son más importantes para tí que proteger mi privacidad.

—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Paula, atónita.

¿Sus estúpidas fiestas?

—Tú eras la única que sabía lo del perro.

Hablaba con su tono de detective, frío, duro; un tono que ella odiaba porque estaba encontrándola culpable sin haberle dado tiempo a defenderse. Jimena debía de habérselo contado a Bruno, decidió. ¿Y cómo se atrevía Pedro a pensar tan mal de ella? Después del tiempo que habían pasado juntos debería conocerla un poco mejor. Pero estaba claro que él, que guardaba sus secretos con tanto cuidado, no la conocía de verdad. Y la sorpresa se mezclaba con la sensación de haber sido traicionada.

—También yo he descubierto algo que tú no me habías contado: Que estuviste casado —dijo Paula por fin—. ¿Cuándo pensabas contármelo?

Si había esperado sorprenderlo, se llevó una desilusión.

—No veía ninguna razón para contártelo —dijo él—. A mí no me gusta regodearme en mis fracasos.

—¿Es así como ves las cosas que yo te he contado? —exclamó Paula—. Creía que estábamos empezando a confiar en el uno en el otro. Pero por lo visto, sólo ha sido por mi parte.

—Y por mi parte ha sido lo más sensato, ya que no eres capaz de guardar un secreto. Imagina si te hubiera hablado sobre mi ex mujer y las razones por las que dejé mi trabajo en Detroit. ¡Seguramente mañana estaría leyéndolo en el periódico para atraer más gente a las fiestas!

Ella lo miró, perpleja.

—¡Eres el hombre más imbécil que he conocido en toda mi vida!

—Ya lo sé, eres tú la única que se sorprende.

Aunque estaba temblando de furia, Paula bajó del coche con la cabeza bien alta. Habían discutido otras veces, pero aquella era una pelea de verdad.

—No olvides llevarte a tu perro —dijo él entonces.

—Yo no puedo tener un perro, ya tengo una gata.

—Seguro que acabarán llevándose bien.

¿Había querido decir que las cosas podrían arreglarse? ¿Que si criaturas tan opuestas como un perro y un gato podían llevarse bien también podrían hacerlo ellos? Demasiado furiosa como para llorar, Paula abrió la puerta del pasajero.

—¡Ven aquí, Towanda!

Por dentro, rogaba que Pedro dijese algo sobre el nombre. Pero se quedó donde estaba, en silencio, mirando hacia delante. Paula cerró de un portazo y cuando el coche desapareció al final de la calle se puso a llorar. El perro lanzó un gemido, lamiendo su mano antes de tirar de la correa, intentando patéticamente hacer lo que ella quería hacer. Seguir a Pedro.

—Ten un poco de orgullo —se dijo a sí misma.

Tarde o temprano, Pedro descubriría que no había sido ella quien se lo contó a Bruno. Y entonces le hablaría de su ex mujer y le contaría por qué había dejado su trabajo en Detroit. Intentaba convencerse a sí misma de que era importante estar en desacuerdo, incluso discutir para ver cómo eran capaces de resolver las cosas. Pronto sabría si eran capaces de salir de los rápidos y flotar hacia un cauce más tranquilo. Pedro le pediría disculpas por sacar conclusiones precipitadas, le hablaría de su vida en Detroit, le confiaría cosas de su anterior matrimonio… Fracasos, los había llamado.

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