jueves, 18 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 35

Al día siguiente, Paula conoció a Carolina y Rafael por primera vez. Y si había temido sentirse incómoda con la hermana y el cuñado de Pedro, estaba equivocada. Joaquín y Franco persiguieron al perro por toda la casa hasta que llegó la hora de la cena. Y luego organizaron un desastre con los espaguetis que los hizo reír a todos. Estaba sorprendida por lo cómoda que se sentía allí, con Pedro, siendo parte de algo que siempre había querido tener. Una familia. Todos bromeaban en la mesa, Pedro y Rafael se llevaban bien, y el inmenso cariño de los dos hermanos era evidente. Carolina le pidió que llevase a los niños a la cama mientras su marido y ella limpiaban los platos.

—Ve con él, Paula.

—Ah, muy bien.


Fueron juntos al dormitorio de los niños, con una cama a un lado de la habitación y una cuna en el otro. Joaquín les pidió que se tumbasen en su cama y el perro intentó unirse a ellos, poniendo cara de enfado cuando Pedro le dijo que no, muy serio. Por fin, cuando los cuatro estaban en la cama, con el cachorro tumbado a sus pies, Joaquín eligió un libro de cuentos. Con Franco apoyado en el pecho, Pedro empezó a leer el cuento… Y unos segundos después Joaquín se quedó dormido. Paula lo miró y sintió un anhelo tan profundo que era como ser tragada por la corriente del río, una corriente de la que no podía escapar. Pero si no había posibilidad de escapar, ¿Por qué no disfrutar del viaje? Pedro seguía leyendo el cuento para Franco y ella dejó que su masculina voz la relajase. Después de romper con Fernando había intentando convencerse a sí misma de que podía vivir sin aquello. Ahora sabía que no podía. Porque aquello era lo que quería. No, era más que eso. Aquello era lo que necesitaba. Era la vida que había querido siempre. Cuando terminó de leer el cuento, Pedro se levantó para meter a Franco en la cuna, con la colita hacia arriba, el pulgar en la boca… Por un momento se quedaron inmóviles, mirando al niño sin decir una palabra. Y luego se reunieron con Carolina y Rafael en el porche de atrás para tomar un café y mirar las estrellas.

—En Detroit no se veían las estrellas —dijo Carolina, apretando la mano de su marido.

Rafael tenía una pierna escayolada, pero si albergaba algún resentimiento contra su mujer por tener que trabajar lejos de Kettle Bend, no lo demostraba. Parecía un hombre feliz, satisfecho con su vida, un hombre que conduciría cientos de kilómetros todos los días… Por ella. La conversación era agradable, y a Paula le encantaba ver a Pedro con su hermana, tan juguetón, tan protector… Ese era el autentico Pedro Alfonso, sin la guardia levantada. Más tarde, cuando los hombres se alejaron por el jardín para fumar un puro, Carolina y ella se quedaron solas.

—¿Por qué llamas Alfonso a tu hermano? —le preguntó.

—Si quieres que te diga la verdad, me asombra que te deje llamarlo Pedro.

—¿Por qué?

—Porque nadie lo ha llamado nunca así. Ni siquiera en el colegio. Allí era Alfonso o Alfon.

—¿Y tú también lo llamabas así?

—Qué remedio… Amenazó con cortarme la trenza mientras dormía si le decía a alguien que su nombre era Pedro.

—Pero ¿Por qué no le gusta?

—¿Quién sabe? —Carolina se encogió de hombros—. Tal vez alguien se burló de su nombre cuando era pequeño. Mi padre siempre lo llamaba «Hijo». Decía que el día que nació Pedro, el sol salió en su vida y nunca volvió a ponerse. Y yo era «Arco iris» por la misma razón.

Paula imaginó una familia unida, cariñosa, y sintió como nunca el impacto de la trágica muerte de sus padres.

—Mi madre lo llamaba Pedro —siguió Carolina—. Era la única persona que lo hacía, pero desde que murió, no dejó que nadie lo llamara así. Creo que le recuerda a esa noche, por eso me sorprende que tú… ¡Ah, ya…!

—¿Qué? —preguntó Paula.

—Que creo que eres estupenda para mi hermano. Cuando los ví montando en bicicleta a la orilla del río, no podía creer que fuera Alfonso —Carolina miró hacia los dos hombres en el jardín—. Tamara no era buena para él. Menos mal que nunca tuvieron hijos.

—¿Tamara? —repitió Paula.

Carolina la miró, sorprendida.

—Ah, pensé que sabías lo de su ex mujer. Lo siento, no debería haber dicho nada.

¿Pedro había estado casado y no se lo había dicho? Él lo  sabía todo sobre ella. Todo. Sabía de su infancia, del mujeriego de su padre, de su poco sentido común para elegir hombres con los que compartir su vida…Durante los últimos días le había hablado de sus mascotas muertas, de sus citas desastrosas, del baile de promoción, y de sus películas favoritas de todos los tiempos. ¿Por qué no le había contado que había estado casado? Había creído que era un hombre que se tomaba en serio sus compromisos, un hombre incapaz de romper una promesa. Pero aparentemente, estaba equivocada. Se había equivocado con Fernando, aunque le había dado muchas pistas sobre lo insatisfecho que estaba con su relación. ¿No estaba Pedro dándole pistas también? No quería ponerle nombre al perro, por ejemplo. Y le había dejado claro que no quería saber nada de relaciones personales. ¿Por qué había decidido ignorar eso? Porque la había emocionado que la invitase a cenar en casa de su hermana, aunque no le había hablado de ella. Por los paseos con el perro, porque habían hecho mermelada juntos, porque habían visto juntos unos cuantos partidos de hockey. ¿Tan emocionada estaba que no había querido ver la verdad? De repente, en el silencio de la noche, oyeron que sonaba un móvil.

—Espero que no conteste… —murmuró Carolina.

Pero cuando oyeron responder a Pedro, ella suspiró.

—Seguro que es algo de trabajo y seguro que se irá… Por eso se rompió su relación con Tamara.

Tamara otra vez.

—Creo que su trabajo es muy importante para él. No es sólo lo que hace, es lo que es.

Carolina le regaló una sonrisa que hasta ese momento había estado reservada para Pedro, como incluyéndola en el círculo, y eso aumentó su anhelo de tener una familia. ¿Pero no era ese anhelo lo que la cegaba, como le había ocurrido con Fernando?

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