martes, 9 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 21

Y luego le haría el regalo de no volver a hacerlo nunca más.

—Al Capone tenía fotografías de mujeres desnudas en su celda —respondió.

Paula se puso colorada y eso le gustó. Ya nadie se ponía colorado.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Me lo imagino.

—Bueno, creo que hemos tenido suficientes desnudos por un día… —murmuró ella, mirándolo como si fuera una maestra de escuela.

Pedro se quedó asombrado cuando esta vez fue él quien se puso colorado.

—¿Vamos andando o en coche? —le preguntó, volviéndose hacia la puerta.

—Andando. El perro no está entrenado para ir en coche.

El coche de Paula era exactamente lo que él había imaginado: Un escarabajo de color rojo… Con el asiento trasero lleno de trozos de papel blanco. Después de verla luchar con el perro durante unos segundos, Pedro se dió cuenta de que el animal no estaba entrenado en absoluto, y le quitó la correa de las manos.

—Deja que lo haga yo.

Y no le pasó desapercibida su sonrisa de satisfacción. Ah, claro, tenía que encariñarse con el perro, pensó. Lo curioso era que sintió una punzada de puro optimismo. Hacía un día precioso y le gustaba pasear con ella, sus hombros rozándose, su coleta moviéndose de lado a lado, su perfume tan ligero y alegre como el día.

—Por razones prácticas deberíamos ponerle un nombre al perro. Sólo por hoy.

Pedro torció el gesto. Ponerle nombre al perro sería un paso adelante en su «proyecto». Ella era esa clase de chica. Si le dabas una mano, se tomaba el brazo.

—No necesita un nombre para estar una hora con él.

—Algo sencillo como Pal o Buddy —insistió Paula.

—No.

—Es lo más práctico. ¿Cómo vas a llamarlo cuando le tires un palo: «Ve a buscarlo, perro negro»?

—Muy bien —asintió Pedro—. Perro entonces.

—No vamos a llamarlo Perro.

«Vamos».

—K-9 entonces.

—Eso no suena muy personal.

—Es más personal que Perro.

Pedro se ganó un golpe en el brazo. Una broma, y sin embargo, un gesto extrañamente íntimo, juguetón. Una invitación para pasar de ser conocidos a ser algo más. «No lo hagas», se ordenó a sí mismo. Pero sin poder evitarlo, le dio un empujón con el hombro y fue recompensado con una risa tan pura y cristalina como el agua que caía de la montaña. No había otros perros en el parque, afortunadamente, porque el cachorro era un desastre. Sin embargo, Sarah dijo que era una pena porque «el pobre no iba hacer amigos». No sabía si los perros tenían amigos y podría decir algo muy sarcástico sobre su visión de la vida, recordándole lo diferentes que eran. Pero decidió no hacerlo. Una hora. Podía ser amable durante una hora. Cuando Paula sacó un frisbee de color rosa estuvo a punto de negarse a jugar con algo de ese color, pero ¿Para qué molestarse? Sólo sería una hora. Después de mover el frisbee ante la nariz del cachorro, ella lo lanzó al aire… Y el perro lo miró un momento antes de acercarse a un árbol para hacer pis.

—No tiene amigos y no sabe jugar —dijo ella, entristecida.

Pedro estuvo a punto de decir que no era una tragedia, pero de nuevo, se contuvo. En lugar de decir nada fue a recuperar el frisbee y se lo tiró. Ella dió un salto para recogerlo y no lo consiguió, porque le faltaron dos metros. Pero al saltar así le había mostrado el ombligo más bonito que había visto nunca. Paula Chaves no sabía lanzar un frisbee y tampoco sabía recuperarlo, pero estaba dispuesta a todo: A correr, a saltar, a tirarse al suelo… Su entusiasmo por la vida podría ser contagioso. Pero sólo era durante una hora, ¿No?

—¿Te han dicho alguna vez que tienes el talento atlético de una estaca? — bromeó Pedro.

—Me lo han dicho muchas veces, pero con otras palabras.

Aunque estaba sonriendo, Pedro tuvo la impresión de que alguien le había hecho sentir que no estaba a la altura. Y no había ninguna razón para que él hiciese nada al respecto, salvo que se había prometido a sí mismo ser amable durante una hora. Y eso incluía enseñarle a lanzar un frisbee. El mundo cambiaba gracias a cosas pequeñas tanto como por grandes gestos.

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