Paula dió un paso atrás y Pedro vió una pregunta en sus ojos.
—Creo que es hora de ponerle un nombre —dijo luego, mirando al cachorro.
Eso lo sorprendió. Porque no sólo estaba pidiéndole que le pusiera un nombre, estaba preguntándole si era capaz de comprometerse. Quería saber dónde iba aquello. Pedro no contestó y pudo ver la desilusión en sus ojos. Había sabido que acabaría desilusionándola, de modo que no era una sorpresa. Porque la verdad era que Paula Chaves no sabía nada sobre él. Tal vez era el momento de contarle que estaba dañado de manera irrevocable. Ella se había llevado una terrible desilusión con el canalla de su prometido, y él sería un candidato aún peor. Pero contarle los detalles de su vida implicaba que aquello iba a algún sitio y Pedro estaba decidido a que no fuera así.
—¿Quieres que nos veamos mañana? —sugirió ella—. Podemos pasear un rato al perro sin nombre.
Pedro sabía que debía decir que no. Lo sabía, pero no lo hizo. Porque esa nueva esperanza que estaba empezando a nacer en su corazón no lo dejaba.
—¿Por qué no vas a buscarme alrededor de las cuatro? No vayas antes, no quiero que vuelvas a pillarme en la ducha —le advirtió.
Y se dió cuenta de que le gustaba que se pusiera colorada, casi tanto como tomarle el pelo. Pero Paula no iba a dejarle que tomase todas las decisiones.
—Voy a hacer una lista de nombres —le dijo, con una dulce sonrisa.
Sullivan se dio cuenta de que dos días se habían convertido en tres. Su legendaria disciplina estaba fallándole y eso no podía ser. Y tal vez para convencerse a sí mismo de que seguía llevando el control, decidió entonces que no iba a ponerle nombre al perro.
—Trey, Timothy, Taurus, Towanda…
—¿Towanda?
—Sólo lo he dicho para ver si estabas prestando atención. Voy por la T y no puedo creer que no te haya gustado un solo nombre —dijo Paula.
—No voy a quedarme con el perro, de modo que no tiene sentido que le ponga nombre. Eso es para quien lo adopte.
Decía que no iba a quedarse con el perro, pero Paula no lo creía. Los tres habían pasado mucho tiempo juntos en la última semana, el perro era de Pedro y él lo sabía. Sólo estaba siendo cabezota. Y lo era, mucho. Pero la mayoría de la gente no sabía que también era divertido, inesperadamente tierno, inteligente, juguetón…
Paula lo miró, sin poder disimular una sonrisa. Estaban paseando con el perro a la orilla del río, una idea de Pedro para que el pobre animal aprendiese a controlar su miedo al agua. Se le encogía el corazón al ver su expresión cuando el animal se escondía tras él, asustado. ¿Qué le estaba pasando?, se preguntó. Y entonces, de repente, lo supo. No sólo estaba enamorándose de cómo el pelo caía sobre su frente, de cómo su sonrisa lo iluminaba todo, de cómo podía hacer que dar un paseo a la orilla del río o hacer mermelada la hiciese sentir viva… Estaba enamorándose de Pedro Alfonso. Contempló ese pensamiento y esperó sentir una oleada de terror. Pero en lugar de eso experimentaba una sensación de alegría. La vida nunca había sido mejor. Desde que él dió la entrevista habían recibido muchas reservas para las fiestas, los comités no dejaban de trabajar en las actividades y todos los puestos estaban alquilados. En la última semana se habían visto todos los días. Habían ido a pasear al perro y a montar en bicicleta con el cachorro tras ellos. Pero esas cosas tan normales, como hacer palomitas y ver partidos de hockey, parecían imbuidas de una emoción extraordinaria. Y habían intercambiado besos que cada día eran más apasionados. iban de la mano… Cuando veían la televisión, Pedro le pasaba un brazo por los hombros. A veces le daba un beso y reía cuando ella disimulaba los escalofríos que la hacía sentir. Pero nada de eso podía compararse con lo que sentía en aquel momento. Era como si su corazón hubiera estado cerrado durante años, y de repente, se abriera. Las crecidas de la primavera habían terminado y el cauce del río se deslizaba suavemente frente a ellos, pero cuando él tiró un palo al agua, el perro lanzó un gemido y se escondió detrás de su pierna, mirando el palo con un ojo. Suspirando, él se inclinó para acariciar sus orejas.
—¡Qué demonios…! Tal vez me lo quede.
—¿Qué?
Pedro se encogió de hombros.
—Mi hermana nos ha invitado a cenar mañana. ¿Te apetece?
Paula lo miró, perpleja. Iba a quedarse con el perro y su hermana la había invitado a cenar. Todo estaba cambiando de una manera increíble.
—¿Le has hablado de mí a tu hermana? —le preguntó, con el corazón acelerado.
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