Los dedos se deslizaron sobre los labios de Pedro y, durante una fracción de segundo, él sintió un vínculo que era tan primitivo y elemental que tuvo que ocultar su incomodidad centrándose en la comida. Chocolate orgánico. La causa de muchos problemas, pero había pasado tanto tiempo…
—¿Qué le parece? —le preguntó ella, sin saber que era la responsable de la incomodidad que se había apoderado de Pedro—. Para las fiestas de adultos, pongo las pasas a remojo en alguna bebida alcohólica, pero estas cajas de conejo son de zumo de manzana. Parece irle bien.
Pedro mordió la pasa.
—¡Vaya! —exclamó—. Tengo que reconocer que estoy más que acostumbrado al chocolate amargo, por lo que esa cantidad de azúcar me choca un poco. Además, estoy tratando de persuadir a mi hija para que no coma demasiado dulce, así que espero que me perdone si solo me llevo unas poquitas pasas.
—¿Cómo dice?
—No quiero ser el responsable de una tropa de niñas de ocho años que se pongan hasta arriba de azúcar y de aditivos.
Sofía lanzó un silbido mientras pasaba junto a ellos con una bandeja vacía.
—Metedura de pata. Terreno peligroso. Acaba de decir la palabra prohibida, que empieza por A. Prepárese para agacharse.
Pedro se volvió a mirar a Paula. Vió que a ella se le había acelerado la respiración y que tenía los ojos entornados. Cuando respondió, su voz tenía un tono que resultaba inconfundiblemente gélido.
—En primer lugar, el único aditivo que uso en mi chocolate son frutas y azúcares orgánicos. En segundo lugar, las pasas son dulces. Y los niños las adoran. He probado utilizando solo chocolate e, inevitablemente, se quedan siempre en el plato.
—Es una pena —replicó él mientras tomaba una segunda pasa y se la colocaba debajo de la nariz—. Ni siquiera puedo oler el sutil sabor del chocolate. Tal vez debería probar con un cacao menos amargo. Así, podría recortar el azúcar y seguiría teniendo el sabor del chocolate. Una variedad más suave funcionaría muy bien.
La morena se quedó boquiabierta durante un instante. Luego, levantó la barbilla y se cruzó de brazos.
—¿De verdad? Siga, por favor —replicó ella con una voz falsamente engañosa—. Me fascina escuchar cómo puedo mejorar la receta para el rebozado de chocolate en la que llevo trabajando más de seis meses. En realidad, me muero de ganas por saber qué otros valiosos consejos podría usted darme.
Pedro se aclaró la garganta. Se había vuelto a equivocar, pero le encantaban los desafíos.
—Simplemente estoy diciendo que ese rebozado podría no ser el más acertado para fruta seca. Y estamos hablando de un chocolate orgánico de muy buena calidad, ¿Verdad?
Paula no tuvo que responder. En ese momento, Sofía se echó a reír mientras servía a un joven muy elegantemente vestido cuatro de los pechos que Pedro había estado oliendo.
—Por supuesto que sí —afirmó Sofía—. Y me cuesta una fortuna todas las semanas. Sin embargo, Paula insiste en que nuestro chocolate tiene que ser el mejor. Su dinero no se verá desperdiciado. Y tú, señorita —le dijo a Paula—, tienes que estar en otro lado ahora, así que lárgate. Yo me ocuparé de tu amigo. Y gracias de nuevo por ayudarme.
Paula miró el reloj y contuvo el aliento.
—Si el reloj va bien, estoy frita —dijo mientras le entregaba la bandeja de los conejitos a Pedro—. Espero que su hija tenga una fantástica fiesta de cumpleaños. A pesar de todo ese chocolate tan dulce que, seguramente, le picará los dientes. Adiós.
Con un rápido movimiento, se desató el delantal, tomó el bolso y se marchó del puesto antes de que Pedro tuviera oportunidad de responder. Casi no había recuperado los sentidos cuando miró a su alrededor y se encontró delante de la rubia que lo observaba con las manos enguantadas, como un cirujano a punto de operar.
—Hola otra vez. Me llamo Sofía. ¿Con qué otros deliciosos bombones puedo tentarle hoy?
No hay comentarios:
Publicar un comentario