martes, 9 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 23

Era un hombre tan atractivo, tan cómodo con su cuerpo, tan seguro de sí mismo… Era imposible que esa demostración de fuerza y agilidad no la afectase. Pedro corriendo tras el perro, saltando, deteniéndose para dar la vuelta a toda prisa… Mientras jugaba, Paula se dió cuenta de algo: Relajado parecía más joven. ¿Qué demonios lo perseguirían?, se preguntó. ¿Por qué aquella era la primera vez que lo veía relajado?

—¡Va hacia tí! —gritó Pedro—. ¡Agarra el frisbee cuando pase a tu lado!

Paula dejó de hacerse preguntas y se concentró en el juego. Pero por supuesto, el perro la esquivó hábilmente.

—Tienes que ponerte en su camino —la regañó Pedro—. Es un cachorro, no una horda de elefantes.

—Sí, señor —bromeó ella, corriendo tras el travieso animal.

—No tienes remedio…

Pedro soltó una carcajada, cuando cometió el error de agarrar el frisbee, porque por supuesto el perro no lo soltaba. Y Paula tuvo que reír también mientras volvían a perseguir al incansable cachorro, que estaba encantado con el juego. La camaradería, las risas, los ladridos del perro, que se atrevía a dejar el frisbee en el suelo para atraparlo de nuevo cuando se acercaban y salir corriendo, hacía que se sintieran cómodos el uno con el otro. Por fin, el animal se tumbó en el suelo, agotado, y él hizo lo mismo, su cabeza sobre el lomo del animal. Y cuando dió un golpecito en la hierba, a su lado, ella no pudo resistirse a la tentación. Sus hombros rozaban los de Pedro mientras intentaba recuperar el aliento observando las nubes.

—Mira, un caldero de oro —le dijo, señalando una de ellas.

—¿Un caldero de oro? —repitió él, perplejo—. Ah, claro, era de esperar…

—¿Qué ves tú?

—Mejor no te lo digo.

—Dímelo.

—Un montón de caca.

Paula soltó una carcajada.

—Por favor, es horrible…

—Es un ejemplo de lo diferente que vemos el mundo tú y yo.

Lo había dicho de broma, pero ese comentario le recordó que no tenían nada en común. Él quería levantar barreras, ella quería tirarlas. Sin embargo, tenía la sensación de haber ganado aquel asalto.

—No seas tan gruñón —lo regañó, dándole un golpe en el brazo.

Pedro esbozó una sonrisa.

—Ah, ya veo.

—¿Qué ves?

—Mucha mermelada de manzana en el futuro.

«El futuro».

Paula decidió a no arruinar el momento pensando en ello. Estaba empezando a acostumbrarse a su sonrisa, a cómo lo hacía parecer más joven y más guapo, como si no tuviera una sola preocupación en el mundo. Sería tan fácil empezar a imaginar el mundo con Pedro Alfonso en él… ¿Qué le estaba pasando? Había querido rescatarlo de sí mismo, no arriesgar su corazón. Ella tenía su propio mundo, sus mermeladas, sus fiestas que organizar… Rescatarlo sólo era parte de esa nueva filosofía de buenas acciones con las que quería llenar su vida. De modo que se levantó para sacar dos botellas de agua de la bolsa y cuando volvió a su lado, se sentó un poco apartada, intentando que el perro bebiese agua de una de las botellas. Luego miró a Pedro, y al ver su expresión relajada, se dió cuenta de que no era tan fácil romper la conexión.

—No me había sentido así desde que era un niño.

—Te entiendo —dijo ella, contenta. ¿Qué daño podía hacer animarlo para que revelase algo más sobre sí mismo?—. Cuando trabajaba en la revista, mis compañeras y yo hacíamos unos viajes fabulosos. Pasábamos fines de semana de compras en San Francisco y una vez fuimos a esquiar a los Alpes. Pero era como si intentásemos manufacturar lo que siento ahora mismo.

De hecho, era increíble sentirse tan feliz por algo tan simple como perseguir a un cachorro por el parque. ¿Pero esa sensación de felicidad era provocada por la actividad o por estar con él? Pedro apretó su brazo en un gesto que parecía decir: «Lo entiendo, yo siento lo mismo». «Misión cumplida», pensó Paula. Había decidido rescatarlo de su soledad y lo había conseguido. Sería codicioso y absurdo querer algo más. Pero así era. La hora que él le había prometido había pasado treinta minutos antes. Estaba encariñándose con el perro, y sin duda, haría bien la entrevista. Durante una hora y media, riendo y persiguiendo al travieso cachorro, había visto al mejor Pedro Alfonso, un hombre relajado y feliz.

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