Al notar las deliciosas curvas del cuerpo de Paula apretadas contra el suyo, Pedro sintió… Eso que no estaba en su vocabulario. Descanso. Desde el momento que la conoció, todo en ella le había ofrecido eso. Un sitio en el mundo donde podría descansar. Donde podría dejar el escudo, compartir su carga y reposar su agotado corazón. Donde podría encontrar un poco de paz. Había intentado alejarla, salvarla de un hombre como él. Pero en lugar de marcharse, ella había visto en su corazón lo que necesitaba. De nuevo, estaba sorprendido por la valentía de Paula y por su falta de ella. Porque debería rechazar lo que le ofrecía y no podía hacerlo. Cuando levantó la cara para mirarlo, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas, y en lugar de hacer lo que debería hacer, alejarla y cerrar la puerta, rozó esas lágrimas con un dedo que luego se llevó a los labios.
—No llores, Paula —le dijo—. Por favor, no llores…
Se dió cuenta entonces de que no estaba tan endurecido como creía, porque deseaba con todo su corazón que nunca tuviese razones para llorar.
—¿Qué quieres? —le preguntó, besando su pelo.
—Quiero que este día no termine nunca —dijo ella.
Pedro pensó que no podía darle todo lo que quería. De hecho, sabía que no podría darle los sueños que brillaban en sus ojos: Una familia perfecta en una casita perfecta con una valla blanca. Paula era una buena chica que merecía una vida feliz, y la oscuridad que había en su alma le impediría darle eso. Pero sí podía darle aquello: Que aquel día no terminase. Cuando la conoció, había pensado que podría darle cinco minutos de su tiempo. Luego, esa mañana, pensó que una hora con ella tampoco sería una amenaza. Y podía darle el resto del día. Él se apartó de la puerta y le hizo un gesto para que entrase.
—Espero que te guste el hockey.
—Me encanta.
—Sí, claro… —bromeó él, incrédulo—. ¿Quién juega hoy?
—Los Canuck contra los Red Wings, el segundo partido de la final de la Copa Stanley —Pedro la miró atónito. Una sorpresa más—. Durante toda mi infancia intenté ser el chico que mi padre había querido tener.
—¿Y sabes hacer palomitas?
—Por supuesto.
—Entonces, estoy perdido —dijo Pedro.
Paula rió, y su risa llenó una casa que hasta entonces siempre había estadovacía. Amenazando con llenar a un hombre que también había estado siempre vacío. La cuestión era dónde iba aquello. Porque no podía terminar bien. Pero Pedro decidió no pensar en ello. Sólo eran unas horas. Sin embargo, un momento había llevado a otro y podría escapársele de las manos. Tal vez ya se le había escapado de las manos. Pero no era nada que no pudiese controlar en cuanto quisiera hacerlo. De modo que aprendieron juntos, que darle palomitas a un cachorro era mala idea, y él descubrió que Paula sabía mucho de hockey. Ella insistió en quedarse hasta las doce y un minuto para decirse adiós cuando terminase el día. Y también descubrió, que una mujer dormida sobre su torso, era una de las cosas más dulces que le habían pasado nunca. Recuperar el control no iba a ser tan sencillo como había pensado, porque a las doce, mientras la veía ponerse las zapatillas, se oyó decir a sí mismo:
—¿Quieres ir conmigo a la entrevista?
Paula sonrió de oreja a oreja, como si le hubiera ofrecido una cena en el mejor restaurante del pueblo. Y luego la vió alejarse en su escarabajo rojo mientras intentaba recuperar la cordura. Un día estaba convirtiéndose en dos. Después de eso se alejaría de ella y de aquel embrollo en el que se había metido, se prometió a sí mismo. La entrevista en televisión fue muy bien. El perro se comportó, las preguntas eran fáciles de responder, y consiguió mencionar Kettle Bend y las fiestas del pueblo a cada momento. Paula lo esperaba fuera, sus ojos brillantes de aprobación. Y eran unos ojos en los que un hombre podría perderse.
—¿No habías dicho que no se te daban bien las entrevistas?
—Es diferente cuando no tienes a una ciudad entera protestando por un crimen sin resolver y dispuestos a cortarte el cuello si la investigación no va lo bastante aprisa.
—¿Quieres que vayamos a mi casa? Podemos pedir una pizza y ver el último partido de la copa Stanley.
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