¿No era eso lo que había intentado decirle su hermana cuando se mostró tan apasionada sobre las fiestas del pueblo? Pedro le ofreció el frisbee.
—No, no lo tires. Aún no —le dijo, colocándose tras ella y pasando un brazo por su estómago.
—¿Qué haces?
—Relájate… —murmuró Pedro al notar que se ponía tensa.
Paula respiró profundamente, pero era como si todo su cuerpo estuviese enchufado a una corriente eléctrica. Como le pasaba a él. Pedro no sabía qué había esperado, pero lo que sentía al tener la espalda de ella pegada a su torso era su dulzura, su feminidad. Parecía pequeña y frágil, y eso hacía que él se sintiera grande y fuerte. «Para ya», se dijo a sí mismo. No iba a dejarse llevar por el instinto. Él creía haber superado el: «Yo, Tarzán, tú, Jane».
—Concéntrate —le pidió, guiando su brazo—. ¿Lo ves? Tienes que mover la muñeca… Así… Pon la fuerza en el estómago y luego suéltalo.
Paula soltó el frisbee y Pedro fue a buscarlo, pero apartarse de ella lo hizo sentir extrañamente solo. Claro que estaba solo. Aparte del ocasional abrazo de su hermana o sus sobrinos ¿cuándo fue la última vez que lo tocó alguien? Había una razón evidente para que nadie lo tocase, claro. Pero estaba acostumbrado a ignorar esa parte de él que anhelaba un abrazo, un poco de intimidad, un poco de compañía. Lo inteligente sería dar un paso atrás, enseñar a Paula a distancia, pero pensó que si iba a cometer un error, lo mejor sería cometerlo a lo grande. De modo que volvió a colocarse tras ella.
Se permitió a sí mismo el placer de hacer algo por primera y última vez. Respiraba el aroma de su perfume, el de su cuerpo… Podía ver los mechones de pelo que escapaban de la coleta rozando su cuello. Aquello era un error, y a la vez, el momento más maravilloso de su vida. Le gustó rozar accidentalmente su cuello con la barbilla y ver luego que era incapaz de lanzar el frisbee. Le gustaba notar que estaba nerviosa. Tras una docena de intentos, Paula por fin lanzó el frisbee de manera aceptable. El disco rosado voló por el aire, haciendo un arco perfecto… Pero ninguno de los dos se dio cuenta. Paula estaba apoyada en su torso, relajada por fin, y él tenía la barbilla apoyada en su cabeza. Se quedaron así un momento, cómodos el uno con el otro por primera vez.
El parque de repente le parecía diferente. Podía ver las hojas temblando en las ramas de los árboles, lo verde que era la hierba. El cielo le parecía intensamente azul… Mientras observaba al perro corretear alegremente por el parque, con Paula apoyada en él, Pedro sintió como si hubiera dormido durante mucho tiempo y estuviera despertando en ese momento. Y de repente, se sintió… Feliz. Algo que no había sentido en muchísimo tiempo. Tal vez nunca. El perro tomó el frisbee del suelo y corrió a su lado, moviendo la cola furiosamente.
—¡Mira! —dijo Paula—. Sabe que es nuestro perro.
Pedro podría decir que no era su perro, pero había tal ilusión en sus ojos, que no tuvo corazón para hacerlo. De hecho, lo que quería era besarla. Rozar esos labios tan tentadores, profundizar en esa nueva conexión que había entre ellos. Pero la cordura prevaleció. ¿No sería eso complicarlo demasiado? Él estaba dispuesto a cometer un pequeño error, pero no quería hacerle daño. Porque Paula Chaves llevaba en la cara un corazón roto. De modo que asombrado de su propia disciplina, la soltó y dió un paso atrás. Y temiendo ser demasiado transparente, se dió la vuelta. Era hora de volver a casa. Pero había tenido que echar mano de toda su autodisciplina y no le quedaba ninguna para hacer lo que tenía que hacer. De modo que se inclinó para quitarle el frisbee al perro.
Paula miraba a Pedro bebiéndose su expresión, como si estuviera muriendo de sed y él fuese un vaso de agua. Le seguían temblando las rodillas después de lo que había pasado. Había estado a punto de besarla. Lo había visto en sus ojos, lo había sentido en la presión de sus manos en la cintura. ¿Era su evidente deseo lo que había hecho que se apartase? ¿Habría cerrado los ojos esperando el beso? Oh, no, esperaba no haber cerrado los ojos.
—¡Oye, dámelo!
Aparentemente, el cachorro había decidido que el juego consistía en no devolver el frisbee, y corría de un lado a otro con el disco en la boca mientras Pedro iba tras él. El momento de tensión había pasado, y Paula se unió al juego. Pedro era un atleta, y si perseguir al perro no la hubiese dejado sin aliento, verlo corriendo a él estuvo a punto de hacer que se desmayase.
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