jueves, 11 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 25

En cuanto entraron en la sala, todos los hombres gravitaron hacia él y todas las mujeres dejaron escapar un suspiro.

—Mira el perrillo pegado a él —comentó Jimena McPherson, encargada de organizar las actividades para niños—. Tal vez deberíamos organizar un concurso canino. Sólo con unas cuantas categorías, el perro más listo, el propietario más guapo… Ese tipo de cosas.

Y por el tono de Jimena, no existía la menor duda de que ya había elegido al ganador de este último.

—Ya tenemos seis eventos para el último día —dijo Paula—. Yo creo que es más que suficiente. Tal vez el año que viene.

—Podríamos incluirlo el día de las actividades para niños —insistió Jimena.

—¿Se va a quedar con el perro? —preguntó Mariana.

Paula miró a Pedro de nuevo. El cachorro, agotado de tanto correr o tal vez agotado de adorar a su héroe, dormitaba contento con la cabeza sobre los pies de él. Era asombroso. No sabía qué había esperado de él, tal vez que se mostrase sarcástico o inseguro rodeado de tanta gente. Pero aquella hora y media en el parque parecía haberlo animado, y se mostraba relajado y extrovertido. O tal vez sencillamente era difícil mostrarse remoto con gente como aquella, sencilla, abierta, generosa por naturaleza… Sin darse cuenta de que ella estaba mirándolo, Pedro bajó la mano para acariciar la cabezota del cachorro.

—Si se quedase con él, sería una publicidad estupenda para el pueblo.

—Habla con él —sugirió Jimena.

Paula sonrió.

—Si hay un hombre al que no se puede convencer de nada, es Pedro Alfonso.

—Lo has convencido para que viniera aquí —le recordó Mabel.

De repente, todas las mujeres la miraban con una nueva intensidad, pensando en su influencia sobre el guapísimo policía.

—Bueno, sigamos con lo nuestro… —murmuró, poniéndose colorada.

Una hora después, por fin salieron a la calle, con el perro caminando a su lado como si fuera lo más natural del mundo que los tres estuvieran juntos.

—Debo admitir que pensé que estabas siendo demasiado ambiciosa con la organización de las fiestas —dijo Pedro—. Pero esa gente está comprometida de verdad. Tienes un buen equipo. Creo que es posible que lo consigas después de todo.

—¿Posible? —repitió ella, en jarras.

Por supuesto, era una broma para esconder cuánto lo alegraba el cumplido.

—No me pegues —dijo él, tocándose el brazo—. Creo que ya tengo un hematoma.

—Entonces retíralo. Dí que las fiestas que organiza Paula van a ser un éxito.

Pedro rió.

—Tu entusiasmo es contagioso. Incluso está empezando a afectarme a mí.

—¡Yupi! —gritó ella.

Él rió de nuevo, y Paula se quedó sorprendida por aquel nuevo Pedro, relajado y divertido. Le encantaba cómo la hacía sentir su risa, como si el mundo fuera un sitio maravilloso y lleno de emociones.

—Estoy muerto de hambre —dijo él, mirando su reloj—. ¿Quieres que comamos algo?

¿Sería posible que tampoco quisiera separarse de ella? Asombrada por la emoción que sentía, Paula respondió:

—Sí, estaría bien.

Tan bien como perseguir al perro en el parque. Sentarse en una terraza con él era algo muy normal. Un hombre, una mujer y su perro, disfrutando de una agradable tarde de primavera mientras cenaban al aire libre. Pero no era su perro. Y ellos no eran una pareja.

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