martes, 30 de junio de 2020

Chocolate: Capítulo 2

Un recuerdo se apoderó del pensamiento de Pedro. Chispeante champán, faldas y danzas escocesas en una pequeña y fría sala que los padres de Mariana escogieron para su boda. A pesar de celebrarse en junio, el día de la boda resultó ser frío, húmedo y ventoso, pero a él no se lo había parecido ni por un solo instante. Los dos habían sido tan jóvenes y tan idealistas, con maravillosos sueños sobre la vida que iban a llevar en Santa Lucía. Era una pena que la dura realidad de la vida hubiera hecho añicos ese sueño demasiado pronto. Un grupo de mujeres que buscaban algo muy especial para una fiesta lo empujaron suavemente. Después de que él las atendiera cuando se disculparon por ello, Pedro se dió cuenta de que la morena seguía esperando a que él le diera una respuesta.

—Bueno, pues usted dirá —le dijo ella con una sonrisa—. Hace un instante, parecía estar muy lejos de aquí.

—Usted me hizo recordar mi propia boda. Y tenía razón. El mes de junio puede ser un mes maravilloso para casarse. Muchas gracias —dijo mientras la observaba con una triste sonrisa.

—Es parte de mi trabajo. Y… bueno —comentó ella señalando con la cabeza la bandeja de pechos—. ¿Cuántos quiere? Un par es lo normal, tres es algo escandaloso y cuatro resultaría demasiado avaricioso, pero usted me dirá.

Pedro la miró. La miró de verdad. Ella acababa de dar un paso al frente para situarse bajo el sol y acababa de darse cuenta de que ella no tenía el cabello castaño, sino de un rojizo profundo y lo suficientemente largo como para enmarcarle perfectamente el rostro. Un par de ojos verdes lo observaban y, bajo la mirada de Pedro, la boca de aquella mujer sonreía y creaba un triángulo de suaves líneas de expresión desde la barbilla hasta las mejillas. De algún modo, él pudo apartar la sensación de fracaso y arrepentimiento por la ruptura de su matrimonio y disfrutar del momento.

—Estoy seguro de que sus… sus pechos son deliciosos —dijo Pedro, provocando un murmullo entre las demás dientas—. Me refiero a los pechos de chocolate, por supuesto, pero a mí solo me gusta el chocolate orgánico muy puro. Cuanto más puro mejor.

Ella pareció muy desilusionada, lo que hizo que Pedro se sintiera inmediatamente culpable por haberle hecho perder el tiempo cuando, en realidad, no deseaba comprar nada.

—Aunque hay algo con lo que sí podría ayudarme.

—¿De verdad? —preguntó ella levantando las cejas—. Me resulta difícil creerlo, considerando que ni siquiera mis pechos pueden tentarle.

Cuando ella sonrió, Pedro se fijó que ella tenía la punta de la nariz algo pelada y que estaba cubierta de pecas. Cabello rojo, ojos verdes y pecas. No podía ser. Maldita sea. El corazón comenzó a latirle un poco más rápido, lo suficiente para que él apartara la mirada y fingiera observar los carteles que había en el puesto. Evidentemente, estaba mucho más cansado de lo que había pensando si la sonrisa de una mujer podía amenazar con encender los interruptores que había apagado muy categóricamente unos años atrás. Nada de novias. Ya había sacrificado un matrimonio por su obsesión con el cultivo del cacao y no tenía intención de volver a pasar por lo mismo. Tosió rápidamente para cubrir su rubor antes de responder a la pregunta que ella le había hecho.

—¿Tiene algo para una fiesta infantil de cumpleaños? Mi hija va a cumplir ocho la semana que viene.

—Ah, un hombre de familia —replicó ella con voz más suave. Los hombros parecieron relajársele—. ¿Por qué no lo ha dicho antes? Hemos vendido la mayor parte de nuestros chocolates para niños a primera hora de la mañana, pero deje que mire a ver si me quedan algo con forma de animales —dijo. Volvió a agacharse para buscar entre las cajas de plástico—. ¿Ositos o conejitos? —le preguntó mientras rebuscaba—. ¿Chocolate blanco o chocolate con leche? Ah, también tengo pasas rebozadas con chocolate negro, aunque nosotros las llamamos cajas de conejo. A los niños les encanta. Yo le recomendaría los conejos.

Sacó una bandeja y se dirigió hacia Pedro para que él viera su contenido. Se trataba de unos preciosos conejitos de chocolate con leche, con orejas de chocolate blanco teñidas de rosa.

—Son maravillosos. Me los llevo todos. Y una bolsa de las pasas. ¿Le importa que pruebe uno, Paola…?

—Por supuesto que no. Y me llamo Paula, no Paola —respondió ella mientras le ofrecía una pequeña bandeja de pasas con chocolate—. A Sofía y a mí nos encanta ocuparnos del catering para fiestas infantiles. Son tan divertidas… —dijo guiñando el ojo—. Sería un maravilloso regalo de cumpleaños. Esa niña sería la envidia de todas sus amigas.

Pedro estaba a punto de decirle que él era el dueño de una plantación de cacao en Santa Lucía, por lo que las amigas de Camila ya creían que tenía un montón de barritas de chocolate guardadas en el armario de su dormitorio cuando Paula tomó una de las pasas y, sin dudar ni pedir permiso, se la metió a él en la boca.

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