martes, 16 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 29

Cuando creía que iba a cerrar la puerta sin decir adiós, Pedro levantó su barbilla con un dedo e inclinó la cabeza para besarla. El roce de sus labios fue increíble. Sabía a cosas tan reales como la lluvia, a cosas fuertes e irrompibles, eternas. Sabía a tierra, magnífica, abundante, misteriosa y llena de vida. Y era como si cada momento de pasión que había vivido en su vida antes de aquel fuese una barata imitación. Se dijo a sí misma que era una puerta que se abría, algo que empezaba entre ellos. Eso era lo que saboreaba en sus labios: La fuerza y la frescura de un nuevo principio. Pero cuando se apartó y dió un paso atrás, en sus ojos vió una realidad muy diferente. No había abierto una puerta, había sido un adiós.

—Paula… —empezó a decir—. Tú estás ocupada intentando salvar este pueblo, no intentes salvarme a mí también.

Y luego se dió la vuelta. Estaba solo, aunque el perro iba con él. Era el pistolero dejando el pueblo al anochecer. No necesitaba a nada ni a nadie. Ni una mujer ni un perro. Pero enterrada en algún sitio, en esas palabras había una admisión. No había dicho que no necesitara ser salvado. Sólo le había advertido que no lo intentase.

Y de repente, Paula pensó que nunca había sido espontánea. Que nunca había hecho lo que su corazón le pedía que hiciera. Siempre había temido llevarse una desilusión o un brusco rechazo, y había elegido el camino más fácil, el más conservador. Nunca se había saltado las reglas, al contrario; se había esforzado por ser una buena chica que no creaba problemas. ¿Y dónde la había llevado eso? ¿Había conseguido el amor o la aprobación que buscaba? No. Salvo esa mañana, por una vez en la vida, cuando había hecho lo que quería hacer, no lo que debía hacer. Y aquel día había vivido. Y después de haber vivido tan completamente, después de haber experimentado la alegría y la felicidad, nada sería lo mismo. Respirando profundamente, aunque estaba temblando por dentro, decidió que no iba a dar un paso atrás, y armándose de valor, alargó una mano para tocar sus labios. Algo cambió en su expresión. No la rechazaba, no se apartaba, y suspirando, Paula le echó los brazos al cuello. Podía sentir su fuerza, el calor que irradiaba su cuerpo. Notaba los latidos de su corazón bajo la camisa, y respiraba su rico y seductor aroma. En silencio, esperó a ver si la rechazaba como la había rechazado su padre, como la había rechazado su prometido, el hombre con el que pensaba casarse y formar una familia. ¿La rechazaría Pedro o se rendiría? Le daba pánico descubrirlo. Pero le daba aún más miedo alejarse sin tener el valor de explorar lo que podía haber entre ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario