Sabía, por cómo hablaba de ella, que Della era la persona más importante del mundo para Pedro…
—No, es que nos vió montando en bicicleta el otro día y dice que estuvo a punto de caer al río con el coche, tan sorprendida se quedó. Carolina cree que no sé pasarlo bien, ¿Qué te parece?
—Que no te conoce.
Pedro sonrió.
—No sabe en qué me he convertido en los últimos tiempos… —murmuró, mirándola de esa forma que le encogía el corazón.
—Me encantaría ir a cenar a casa de tu hermana.
Él asintió con la cabeza, mirando el río.
—Eso era lo que me temía.
Paula supo entonces que también él lo había sentido, que había algo entre ellos tan poderoso como la corriente de ese río.
—¿Dónde crees que acabará el palo? —le preguntó, imaginando que terminaba en un campo verde muy lejos, que un niño lo recogía y volvía a tirarlo.
Tal vez llegaría al mar y terminaría en un país extranjero. Las posibilidades, del palo y de su vida, parecían infinitas.
—Probablemente caerá por la cascada —dijo él—, y acabará pulverizado.
Ella sintió un escalofrío.
—Me marcho —dijo entonces—. Tengo una reunión del comité. ¿Vienes?
—No, tengo que irme a trabajar.
Le asombraba que pasara su tiempo libre con ella y lo rápidamente que se había ganado el respeto de los vecinos de Kettle Bend. Paula se daba cuenta de que cada día más gente los veía como una pareja y no podía contener la emoción que eso le provocaba.
—Yo sé de una chica que está enamorada… —bromeó Jimena.
Paula acababa de descubrirlo y no quería que lo supiera todo el pueblo.
—No estoy enamorada —protestó débilmente.
Jimena soltó una risita.
—Es el final perfecto de la historia: «Cachorro a punto de ahogarse une a una pareja».
—Pedro y yo no somos una pareja.
—Si van a Hombre’s un sábado por la noche y piden un batido y dos pajitas, es oficial.
—¿Te has enterado de eso? —exclamó Paula.
—Incluso sé qué llevabas puesto.
—Por favor, no sigas.
—Una camisa blanca, un pantalón pirata negro y unas bailarinas de color rosa chicle.
—¡Dios mío!
—Así son los pueblos pequeños, Paula. Todo el mundo lo sabe todo de los demás. Así que puedes decirme que no estás enamorada todo lo que quieras, el brillo de tus ojos te delata. ¿Ya le han puesto nombre al perro?
—No —respondió ella. Pero de repente, le parecía tan importante que tenía que contárselo a alguien—. Creo que Pedro va a quedárselo.
—Yo no tenía la menor duda. Como he dicho, un final feliz.
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