jueves, 4 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 17

—¿Sabes una cosa, Paula? No llevo aquí mucho tiempo, pero este pueblo está sufriendo porque han cerrado las fábricas más importantes. ¿Cómo va ser un buen sitio para vivir si no hay dinero? Lo que Kettle Bend necesita son puestos de trabajo.

—Tu hermana y su marido se mudaron aquí —le recordó ella.

—Rafael tiene que ir a Madison todos los días, y hace un gran sacrificio para darle a mi hermana su fantasía de vivir en un pueblo pequeño. Yo creo que el accidente es el resultado de la fatiga de recorrer tantos kilómetros a diario.

—¿Se lo has dicho a tu hermana? —le preguntó ella.

—Sí —respondió Pedro.

Desgraciadamente. Por eso aún no había podido probar las galletas.

—No deberías haberle dicho eso.

—Uno no puede ensayar todo lo que dice en la vida real.

Paula bajó la mirada.

—Las fiestas del pueblo ayudarán a Kettle Bend —insistió obstinadamente.

—Fueron canceladas porque el dinero que se invertía en organizarlas no compensaba.

—Yo apenas tengo presupuesto, por eso organizo eventos para recaudar dinero.

—Lo sé, mi hermana va a donar mis galletas a un mercadillo —dijo Pedro, irritado—. ¿Sabes lo que creo?

—¿Qué? —preguntó, ella poniéndose a la defensiva.

—Creo que te has metido de cabeza en la organización de las fiestas para olvidar que tienes el corazón roto.

Paula se echó hacia atrás en la silla.

—¿Por que dices eso?

—Una chica como tú no viene a un pueblo como este a menos que sea para olvidar una decepción amorosa.

—¡Eso no es verdad!

Pedro la miró con gesto airado, tal vez porque lo había hecho contar una verdad que no le contaba a nadie. No, no era tan complicado. Sencillamente, quería que lo dejase en paz. Antes de que le importase demasiado.

—Las fiestas del pueblo no te harán sentir lo que sentías cuando venías aquí de niña.

—¿Y tú qué sabes lo que yo sentía de niña?

—Creías que todos tus sueños iban a hacerse realidad. Estabas llena de ilusiones románticas…

Paula se levantó abruptamente, tirándole los papeles.

—Aquí tienes las preguntas. Seguro que se te ocurrirán respuestas que no ofendan a todo el que te escuche.

La había enfadado de verdad. Le había hecho daño. Aunque, al final, eso sería bueno para los dos, pensó Pedro. Porque había algo en ella que hacía que un hombre quisiera contarle cosas, abrirle su corazón. Había algo en ella que hacía que un hombre se preguntase cómo habría sido su vida si hubiera elegido un camino diferente. La vió alejarse moviendo las caderas, el vestido amarillo moviéndose alrededor de sus preciosas piernas… Tomando los papeles, se puso la gorra y apartó la mirada. Su uniforme, su trabajo, siempre habían sido un escudo protector para él. ¿Cómo podía Paula Chaves haberlo roto sin intentarlo siquiera? ¿Y por qué después de haber hecho que se marchara, furiosa, seguía despertando su curiosidad? Había descubierto algo sobre ella, pero no le parecía suficiente. Y siendo un antiguo detective, tenía muchas maneras de descubrir cosas sobre la gente sin que ellos lo supieran…

Paula estaba furiosa.

—Será antipático, cabezota, engreído… —iba murmurando para sí misma mientras se alejaba del café—. ¿Cómo se atreve?

Todo había empezado con esa llamada de teléfono. «No te gusta hacer mermelada, ¿Verdad?». A partir de ahí, todo había ido cuesta abajo. «Creo que te has metido de cabeza en la organización de las fiestas para olvidar que tienes el corazón roto». Era humillante que él supiera que tenía el corazón roto e insoportable que fuese tan maleducado como para decirlo en voz alta. Y decir que estaba usando las fiestas del pueblo para recuperar los sueños de su infancia… Pedro Alfonso  era malvado, así de sencillo. Y esperaba que metiese la pata en la entrevista. Esperaba que el mundo entero supiera qué clase de hombre era y lo odiasen por ello. En ese momento, estaba tan enfadada que le daba igual que se cargase las fiestas de Kettle Bend.

Entró en su casa y fue a su habitación para quitarse el vestido, uno de sus favoritos, y ponerse ropa vieja que no se estropearía mientras hacía mermeladas durante toda la tarde… Entonces se dió cuenta de algo. Y la enormidad de ese pensamiento hizo que se dejase caer sobre la cama. Dejando escapar un maullido de contento, su gata, Duquesa, saltó sobre sus rodillas. Lo había hecho a propósito. Pedro la había enfadado a propósito. Y lo había hecho porque le había confiado una parte de sí mismo… Porque había salido de detrás de su barrera durante un minuto. Y luego se había retirado enfadándola a propósito. Y lo había conseguido, desde luego. Seguramente en ese momento estaba muy satisfecho consigo mismo por haber logrado que se marchase.

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