martes, 2 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 13

—Lo mínimo que puedes hacer por mí es dar unas cuantas entrevistas.

—Tres —dijo él.

—Cuatro y voy a cenar con ustedes.

¿Qué estaba haciendo? No podía jugar a las familias felices con aquel hombre. ¿Por qué había dicho eso cuando sabía que debía alejarse de él todo lo posible? Pedro la miraba, burlón. Y eso lo hacía aún más atractivo, aunque no estaba sonriendo. Esperaba que no sonriese nunca porque entonces estaría perdida.

—Debo decir que es la primera vez que negocio con alguien durante cita.

—¿Una cita? —repitió ella, atónita—. Esto no es una cita, yo no salgo con nadie.

Paula sintió que había dicho demasiado. Como si acabara de contarle la patética historia de su vida.

—No me referiría a ese tipo de cita —dijo él.

¿Eso que veía en sus ojos era compasión? No, ella no quería compasión. Pues claro que no era una cita.

—Cuatro entrevistas si vienes a Hombre’s con nosotros —le ofreció Sullivan entonces—. Y no es una cita. ¿Cómo iba a ser una cita con estos dos renacuajos vigilándonos?

Sin darse cuenta, Paula miró sus labios. «¿Besaría en la primera cita?», se preguntó. Claro que hacerse esa pregunta la hizo sentir como una cría. Pedro Alfonso era un hombre maduro, cínico y endurecido. Posiblemente esperaría algo más que un beso en la primera cita. Y tenía que dejar de pensar esas cosas.  Las conjeturas sobre Pedro hacían que le ardiese la cara. No, mejor que fuera solo a cenar con sus sobrinos. «Pero podría necesitarme», pensó. No, eso no era verdad. La verdad era que quería pasar más tiempo con él. Cualquier cosa mejor que volver con sus mermeladas, pero sabía que era algo más; algo que había entre ellos. Y Pedro la miraba con una intensidad que hacía que le temblasen las rodillas.

—A lo mejor deberías hacer algo con tu pelo —dijo él un segundo después.

—¿Qué?

—Creo que llevas algo pegado… —sonriendo, Pedro puso un dedo en su pelo y lo apartó manchado de mermelada. Y su sonrisa era tan devastadora como Paula había imaginado, revelando la luz que mantenía bien escondida en su interior—. Es mermelada… ¿De manzana?

—No, de ciruela y limón. Mi abuela la llamaba «aventura de verano».

—Ah, ya veo. Y si la mermelada de manzana sirve para curar el mal humor, ¿Para qué sirve esta?

¿Para qué servía? Paula no quería contarle que supuestamente, servía para borrar las penas y dar esperanza.

—Sólo es mermelada —respondió.

—¿Pero sirve como crema suavizante para el pelo? —bromeó Sullivan.

Estaba sonriendo, y cuando lo hacía, parecía otro hombre. Esa sonrisa hacía que se preguntase por qué era tan reservado, tan deliberadamente antipático. Hacía que quisiera rescatarlo y se le ocurrió que era la primera vez desde su ruptura con Fernando que se permitía a sí misma sentir curiosidad por un hombre. Aparentemente, una nueva esperanza estaba entrando en su vida quisiera ella o no. Y quería. Pero no con él. Las personas, sobretodo los hombres, eran demasiado predecibles. Fernando le había enseñado eso. ¿No le había parecido su prometido una persona decente? Exactamente el tipo de hombre con el que una mujer querría formar una familia. ¿No lo había parecido también su padre, un famoso abogado, el paradigma del éxito en la vida? Pero las aventuras amorosas de su padre habían destrozado a su familia. Sin embargo, el hombre que estaba delante de ella no se parecía nada a Fernando y menos a su padre. Pedro era un hombre lleno de contradicciones y misterios. Había algo en él, como si estuviera herido… Y sería un error pensar que ella podría ayudarlo sin tener que pagar un precio por ello.

—No puedo ir a Hombre’s contigo —le dijo, decidida—. Tres entrevistas serán más que suficiente. Te llamaré para darte los detalles cuando lo tenga todo preparado.

Luego puso al niño en sus brazos y se dió la vuelta,  notando sus ojos clavados en ella pero sin atreverse a mirar atrás.

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