jueves, 25 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 42

—Y luego me contó que su pandilla no había matado a los Algard, que estaba asqueado por lo que había visto. Me dijo que estaba buscando en el sitio equivocado y que él iba a descubrir quién lo había hecho. ¿Y sabes qué? Lo hizo. Tenía contactos y podía intimidar a la gente del barrio para sacarles información, algo que yo no podía hacer. Fue humillante para nosotros que encontrase al culpable enseguida. Según Lucas, el asesino era el hermano del padre. Había sido una simple pelea familiar.

—¡Dios mío…!

—Me dijo que él se encargaría de todo y fue entonces cuando vi la delgada línea que separa el bien del mal. Fue entonces cuando descubrí que yo era tan malo como esos asesinos a los que detenía. Porque quería venganza por esa familia, por esos niños que nunca irían al colegio, que nunca volverían a jugar con sus padres — Pedro apretó los labios—. Ya no confiaba en el sistema. Había trabajado en doscientos once casos y no siempre encontrábamos a los culpables, pero en este caso necesitaba hacerlo.

—¿Y qué pasó? —preguntó Paula.

—Lucas me dió veinticuatro horas. Me dijo que si yo no lo había encontrado en veinticuatro horas, lo haría él.

—Y tú dejaste que lo hiciera.

—No, hice lo que debía: detuve al asesino y conseguí una confesión completa. Era cierto, había matado a su hermano en una pelea. ¿Y sabes por qué mató al resto de la familia? Porque eran testigos del asesinato. Porque hasta el niño de dos años sabía que había matado a su padre.

—Pero hiciste lo que debías hacer —dijo Paula.

—Las cosas no salieron como yo esperaba —respondió él—. El abogado del asesino consiguió que un psiquiatra lo declarase perturbado mental y salió de la cárcel. Apenas estuvo unos meses en prisión y yo no podía dejar de pensar en esos niños inocentes… No podía dejar de pensar que había perdido la oportunidad de apartar a ese canalla de la sociedad.

—¿Y sigue en la calle?

Pedro negó con la cabeza.

—La ley no pudo hacer nada, pero se encontró con la justicia de la calle. Yo sabía quién lo había matado, de modo que hice mi trabajo: Detuve a Lucas y lo llevé ante la justicia. Tenía veintitrés años y le cayó cadena perpetua. ¿Pero sabes lo que me dijo?: «Ha merecido la pena». Y ese fue el fin para mí como detective. ¿Quiénes eran los buenos y quiénes los malos? Sentía que había fracasado en todo, como policía, como marido, como hijo…

—Eso no es cierto.

Paula seguía queriendo creer lo mejor de él aunque había escuchado lo peor. ¿Por qué no se apartaba? ¿No se daba cuenta de que era un hombre que había perdido la fe de que el bien podía triunfar sobre el mal?

—Sí es cierto. La gente que nunca ha tenido que enfrentarse con la violencia no lo entiende. Piensas en ello todo el tiempo, piensas que podrías haber hecho las cosas de otra manera…

—¡No puedes creer que tú puedes proteger al mundo entero, Pedro!

—No, ya lo sé. Pero eso es lo que tienes que saber sobre mí, Paula Chaves. La gente cree que si eres bueno, sólo pueden pasarte cosas buenas. Encuentran consuelo en creer que alguien dirige este mundo, pero yo sé que todo es fruto de la casualidad. Y por eso no puedo estar contigo, por eso no puedo aceptar tu amor. Porque a pesar de haber recibido golpes en la vida, sigues decidida a encontrar lo bueno en los demás. Eres una buena chica, pero yo he caminado entre las sombras durante demasiado tiempo, y no tengo nada que ofrecerte. Con el tiempo, la oscuridad que llevo conmigo apagaría tu luz.

Allí estaba, lo había dicho. Esperó que ella reaccionase, que se levantara para salir de su casa sin mirar atrás, que se llevase el perro. Pero entonces sintió una mano cálida y consoladora en su cuello. Y tuvo que hacer un esfuerzo para mirarla, pero no veía una despedida en sus ojos. Al contrario, en ellos veía lo que llevaba tanto tiempo buscando. Descanso.

Paula miró el rostro angustiado del hombre al que amaba, y de repente, entendió el atractivo mundial de ese vídeo en el que se lanzaba al río para rescatar a un perro. Aquel hombre que decía no creer en el bien, era el más raro de los hombres, uno dispuesto a entregar su vida para proteger a alguien, o algo, más vulnerable y en peligro mortal. Desde la muerte de sus padres, Pedro Alfonso se había opuesto a la maldad del mundo y había entregado su vida intentando proteger a los más débiles. Era lógico que se sintiera como un fracasado. ¿No se daba cuenta de que esa era una labor imposible para un ser humano? Con lágrimas en los ojos, tuvo que reconocer otra verdad: Pedro estaba dispuesto a renunciar a la felicidad para protegerla a ella.

—Tengo que decirte una cosa, Pedro Alfonso… —empezó a decir. Él había cruzado los brazos sobre el pecho, como el guerrero que era, pero ya era hora de que los guerreros volviesen a casa—. Te equivocas del todo. La oscuridad no apaga la luz, es al contrario: La luz aparta la oscuridad. El amor gana, al final el amor gana siempre.

—Eres una ingenua —dijo él bruscamente.

Pero Paula no tenía miedo. Estaba con un hombre bueno que no sabía que lo era, un hombre que había dedicado su vida a proteger a otros. Y aunque fuese lo último que hiciera,  pensaba rescatar a Pedro de sí mismo.

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