jueves, 11 de junio de 2020

Dulce Amor: Capítulo 27

—Me parecía lo más noble. Al fin y al cabo, estábamos prometidos. La verdad es que pensé que eran comentarios maliciosos por envidia o porque la gente no podía soportar que fuera feliz.

Él sacudió la cabeza.

—Un optimista cree que la luz al final del túnel es el sol. Un escéptico sabe que es un tren.

—Era un tren —asintió Paula—. Los ví juntos un día… Podría haber sido una simple reunión de trabajo, pero estaban demasiado cerca el uno del otro, tan concentrados que ni siquiera se fijaron en mí. Y hasta que ví la expresión culpable de Fernando cuando le conté que lo había visto con Tamara, me agarré a la esperanza de que no fueran más que rumores… —Paula suspiró—. Después de eso, no podía quedarme allí y verlo todos los días. Fernando era mi jefe en la editorial.

—Ya veo… —murmuró Pedro.

—Bueno, pues ya sabes lo que me pasó. Tienes razón, vine a Kettle Bend para curar mis heridas. ¿Estás contento?

—En realidad, estaría contento si pudiese ver al tal Fernando una vez.

—¿Para qué?

Pedro se encogió de hombros, pero había algo tan fiero, tan protector en su mirada, que Paula sintió un escalofrío.

—¿Sabes lo que me molesta? Que además de hacerte daño te obligara a marcharte de la revista.

—Fernando no me obligó. Yo había sido una ingenua…

—Eso no es un delito.

—Y lo dice el experto… —replicó ella, intentando mantener el sentido del humor sobre algo que nunca la haría reír.

—Pero entiendes que la culpa es suya, ¿No? Que tú no tuviste nada que ver.

—¡Claro que tuve algo que ver! Toda mi vida se fue por el desagüe.

—Tuviste suerte de verlo con esa mujer. Eso evitó que cometieras un error casándote con él.

Eso era verdad. ¿Se habría casado Fernando con ella si no hubiera descubierto su relación con Tamara? Se le ocurrió entonces que si se hubiera casado con él, no estaría allí en ese momento. Al lado de Pedro. Enamorándose de cómo los últimos rayos del sol hacían brillar su pelo, de cómo agarraba la taza de café con esas manos tan grandes, de cómo clavaba sus ojos en ella… Imagino que empezaste a contarte a ti misma todo tipo de mentiras después de eso.

—¿A qué te refieres?

—Por ejemplo, que no eras suficiente para él o que no eras lo bastante interesante. Crees que en parte fue culpa tuya, ¿Verdad?

Enamorándose de cómo decía las cosas, de cómo se ponía de su lado…

—Sí, supongo que de algún modo lo hice.

—No fue culpa tuya, Paula. Ese tipo era un canalla y tú mereces algo mejor.

—Si, bueno, merezca algo mejor o no, me convirtió en una escéptica. Confirmó que el amor eterno y los finales felices no existen.

Pedro sonrió.

—Puedes pensar que eres una escéptica, pero no es verdad. Te lo digo yo, que he convertido ese defecto en una forma de arte.

—Bueno, sobre los temas del corazón sí lo soy.

—No vienes de una de esas familias de postal, ¿Verdad?

Enamorándose de cómo la entendía, de cómo le arrancaba todos esos secretos que la mantenían prisionera.

—¿Por qué crees eso?

—Por algo que dijiste mientras jugábamos en el parque. Me dió la impresión de que te habían dicho demasiadas veces que no estabas a la altura.

Paula tragó saliva. Estaba claro que era muy perceptivo. Y sin embargo, había algo muy liberador en eso.

—Si hubieras tenido apoyo durante tu ruptura con ese tipo, seguramente seguirías en Nueva York. No habrías decidido amar a un pueblo en lugar de amar a un hombre.

Ella suspiró.

—Yo creía que mi familia era perfecta… —empezó a decir—. Aparte de que mi padre quería un niño, no una niña, tuve una infancia feliz. Pero a los once años, mi madre descubrió que mi padre tenía una aventura. Intentaron arreglarlo, pero la confianza había desaparecido, y durante los dos años siguientes se peleaban sin parar.

—Y tú venías a Kettle Bend para estar con tu abuela y soñabas con la familia perfecta —dijo él.

—Hacía planes para solucionar los problemas entre mis padres —admitió Paula—. Pero no sirvió de nada. Poco después mi padre se marchó de casa. Volvió a casarse y su nueva familia lo era todo para él. Se olvidó de que tenía una hija de un matrimonio anterior y se limitaba a enviar un cheque o alguna postal en mi cumpleaños. Mi madre dice que intentaba reemplazarlo, por eso estuve a punto de casarme con alguien como él. Asombroso, ¿Verdad?

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