De repente, Pedro supo qué terrible debilidad lo había hecho no pensar bien las cosas. Se había enamorado de Paula Chaves. Y era un error. Él no tenía nada que llevar a una relación. Su trabajo lo había hecho cínico y frío, tan dispuesto a pensar lo peor de la gente como Paula a pensar lo mejor. Una chica como ella necesitaba un hombre como su cuñado, una persona sencilla sin un pasado oscuro. Rafael era dentista, con una consulta que había heredado de su padre, y desde pequeño lo único que había querido era una familia, seguridad, rutina, tradiciones… Pedro y Carolina también habían aprendido esas cosas; la diferencia era que ellos sabían que alguien podía arrancártelas de golpe, dejándote sin nada. Rafael conocía la historia de Carolina, pero no la había vivido. Su cuñado no creía que la vida de alguien pudiera ser apagada en un parpadeo. No sabía que un ser humano era incapaz de controlar su destino. Él, sin embargo, llevaba eso en su interior como una herida infestada. Rafael creía ingenuamente que su buen carácter y su capacidad de llevar dinero a casa, era suficiente para proteger a su familia. ¿Y Carolina? Su hermana era lo bastante valiente como para haberse arriesgado a enamorarse, aun sabiendo que la vida no ofrecía garantías, aun sabiendo que no había finales felices para casi nadie. Pero él no tenía tanto valor como su hermana.
—¿Algún problema? —le preguntó Rafael.
—No, no… —murmuró Pedro.
Él ya sabía lo que debía hacer antes de la llamada. Lo había sabido en cuanto se tumbó al lado de Paula, leyendo un cuento para los niños. Lo había sabido en cuanto reconoció la verdad. Tenía que decirle adiós. Pero esa llamada le había dado una excusa para hacerlo. Bruno Moore, el presentador que lo había entrevistado, sabía que había decidido quedarse con el perro. Y aparte de él, sólo una persona en el mundo lo sabía. En realidad, no estaba enfadado con Paula. No, estaba enfadado consigo mismo por dejar que una mujer atravesara sus defensas, por dejar que ocurriera algo entre ellos cuando no tenía nada que aportar a una relación. Había enterrado a sus padres y había fracasado en un matrimonio. Y en su último caso en Detroit había visto y hecho cosas que querría olvidar para siempre. Eso era lo único que podía aportar a una relación: Su incapacidad de confiar en la vida. Que ella le hubiese contado a Bruno Moore algo tan personal, usándolo en provecho propio, sólo confirmaba lo que ya sabía. No podía confiar en nadie. Y tampoco en sí mismo.
Mientras Rafael y él volvían al porche, hacia la luz, hacia las mujeres, le pareció el paseo más largo del mundo. Paula se volvió para mirarlo con el ceño fruncido, como si supiera que pasaba algo. Le gustaba cómo lo miraba, como si hubiera salido el sol. Y se dió cuenta de que la echaría de menos. Pero un hombre tenía que merecer esas miradas. Tendría que demostrarle cada día que lo merecía… Un hombre querría protegerla de todo lo malo. Y después de haber lidiado con su trabajo en el departamento de homicidios de Detroit, Pedro sabía que esa era una tarea imposible. Ni siquiera era capaz de protegerla de sí mismo y menos de fuerzas que no podía controlar. Pero sí podía protegerla de sí mismo, pensó, haciendo lo que debía hacer.
Ay que terco este hombre!!
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