Paula dió un paso atrás.
—Lo siento —se disculpó—. Ha sido una mala idea. Una de mis muchas malas ideas, según tú —estaba tomando la correa del perro cuando Pedro la detuvo.
—Espera un momento.
Paula se dió la vuelta y lo vio pasándose una mano por el pelo.
—Muy bien, una hora —dijo por fin.
Pedro cerró la puerta de su dormitorio y se apoyó en ella, dejando escapar un largo suspiro. Paula Chaves estaba en el salón de su casa, esperando que se pusiera una camisa para ir al parque a encariñarse con un perro. «¿Con el perro o con ella?»
—Podrías haber dicho que no… —murmuró para sí mismo.
Pero como Paula había dicho, sería poco razonable decir que no cuando ella había acudido a rescatarlo el día que Joaquín estaba destruyendo la casa de su hermana y Franco no dejaba de llorar. «¿Qué más daba que fuese poco razonable?» Lo había visto desnudo. Y no en las placenteras circunstancias en las que una mujer veía a un hombre desnudo. Esa era razón suficiente para decir que no. Pero su expresión cuando le preguntó si había sentido la tentación de mirarlo era tan graciosa… Sí, le gustaba tomarle el pelo.
Además, después de su charla en el café, cuando ella se había marchado tan enfadada, había tenido que ser muy valiente para aparecer en su casa. Desde entonces, se había dejado llevar por el deseo de conocer sus secretos, y como había esperado, Paula Chaves era la persona que parecía ser. Ni siquiera le habían puesto nunca una multa de tráfico. No pertenecía a ninguna red social, lo cual era decepcionante para su deseo de encontrar datos, pero muy revelador sobre el tipo de persona que era. En cualquier caso, había muchas otras formas de descubrir cosas sobre ella. Había encontrado información sobre las fiestas de Kettle Bend en Internet: Cuatro días de actividades, juegos, meriendas, conciertos…
Parecía mucho más de lo que una sola persona podía organizar. Pero él no estaba interesado en sus actividades recientes, de modo que buscó los artículos que había escrito para la revista El Bebé De Hoy. Había leído tres o cuatro, asombrado de que pudieran interesarlo a pesar de su contenido. Como escritora, Paula era divertida, original, y llena de talento. Y eso significaba que estaba en lo cierto: Un problema personal, seguramente una decepción amorosa, había hecho que dejase su vida en Nueva York para mudarse a Kettle Bend. Con esa información en la mano, era casi imposible decirle que no. Paula ya se había llevado una gran desilusión en la vida, y dado lo ilusorio que era su sueño para Kettle Bend, era posible que estuviese a punto de llevarse otra. De modo que aun sabiendo que pasar tiempo con ella podía acabar siendo un desastre, Pedro no podía dejar de admirar su valentía. Sabía que le había hecho daño en el café. Había dicho demasiado y con demasiada brusquedad. Y por eso, cuando volvió a salir con los vaqueros puestos, con intención de decir que lo dejase en paz, había sido incapaz de hacerlo. Esos ojos, esa expresión avergonzada, esperanzada y valiente… «Confiada», pensó entonces. Paula confiaba en él, en una parte de él que creía perdida por completo.
—Esto es absurdo… —murmuró mientras se ponía una camisa y unas zapatillas de deporte.
Cuando volvió al salón la vió sentada en el brazo del sofá. Aquel día llevaba un pantalón de deporte que moldeaba sus extraordinarias piernas, y una camiseta con un logo sobre la investigación del cáncer de mama. Porque ella era la clase de chica que quería salvar al mundo, claro. Su pelo estaba sujeto en una coleta, y de nuevo, podía ver las pecas que tenía en la nariz. Parecía una cría de doce años. A pesar de las desilusiones, había algo fresco e inocente en ella. Y por eso iba a hacer algo tan absurdo como ir al parque con el perro. Aunque fuese divertido tomarle el pelo. Aunque fuese difícil decir que no a esa parte tan valiente de Paula que confiaba en él. Debería haber hecho lo que tenía que hacer. Pero no lo había hecho. Pero después de cometer ese error, lo mejor sería intentar disfrutar de él.
—¿En qué te has inspirado para la decoración de tu casa? —le preguntó ella—. ¿En la celda de Al Capone?
Pedro tuvo que disimular una sonrisa. ¿Qué daño podía hacerle en una hora?, se preguntó. Una hora con ella disfrutando de su espontaneidad ya que lo había acusado de no ser espontáneo. Incluso podría pasarlo bien.
Ne encanta esta pareja!! Espero que PP se encariñe con el perro jaja
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