martes, 2 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 21

Pedro se acercó y le mordió el dedo gordo. Como si fuera un perro, se lo estuvo mordisqueando mientras ella gritaba y se agitaba hasta que comenzó a hundirse. Entonces él la ciñó con fuerza contra su pecho.

-No te preocupes, te he salvado.

-Sí, pero ¿Para qué? -le rodeó el cuello sonriéndole.

-Para esto -la besó en los labios, forzándola a una increíble respuesta.

Le pareció oír un suspiro lejano y se dio cuenta de que quien había suspirado era ella. Estar en los brazos de Pedro era como volver de un largo viaje. La respiración acelerada de él indicaba que sentía lo mismo. Abrazados, Paula sentía vibrar todo su cuerpo y con un deseo incontrolable, le apoyó las manos en la espalda mojada para acercarse más al cuerpo de Pedro. Hambrienta, le besó el cuello y sintió en los labios su pulso. Pedro buscó la rosada piel de su oreja y besó las gotas que la perlaban; después, introdujo la lengua en el carnoso laberinto para incitarla más y más. La primera vez que la había besado, hacía ya mucho tiempo, él le había encendido los sentidos hasta tal punto que ella pensaba que no era posible conseguir mayor grado de excitación, pero aquello no era nada comparado con lo que le estaba provocando en ese momento. Cuando se quiso dar cuenta, los trajes de baño flotaban junto a ellos, y sus cuerpos desnudos se amoldaban sin ningún impedimento. Paula nunca había imaginado que hacer el amor en el agua podía ser tan sensual. El agua aligeraba el peso de sus cuerpos que se movían con fluidez. Era una sirena y él un tritón. Durante un minuto, Pedro le cubrió el cuerpo con el suyo, pero al siguiente, yacían entrelazados de lado, en la parte menos profunda de la piscina. Una creciente ola de alegría los fue envolviendo hasta llevarlos a un torbellino de sensaciones, donde flotaban ingrávidos. Cuando por fin Paula volvió a la realidad, se sentó en un peldaño dejando que el agua se calmara. Pedro la ceñía con un brazo y se apoyaba en el borde. Al comparar las bronceadas piernas de él con las suyas, Paula se dió cuenta de que tenía la misma apariencia que antes, aunque todo a su alrededor había cambiado.

-Maravilloso -murmuró Pedro.

-Hmmm -aceptó porque no halló las palabras adecuadas.

-No quiero volver a hacer el amor en tierra firme -le dió un beso fugaz.

-Lo sé, pero si me quedo aquí mucho tiempo más, se me va a poner la piel como un higo -rió sintiéndose más vivaz que nunca.

-No importa porque de todas maneras estarás guapa -le tomó una mano para inspeccionar lo arrugada que tenía la piel-. Pero tienes razón, vamos fuera.

Pedro la ayudó a salir, la envolvió con una toalla grande y la frotó con movimientos lentos y sensuales. Cuando le tocó a ella el turno de secarle, se le entrecortó la respiración al sentir que, de nuevo, la encendía el deseo. Se soltó la toalla para tomarla en brazos y ella notó que él también la estaba deseando.

-Puedo andar.

-Me gustas así -insistió-. Puedo llevarte donde quiera.

Al comprender que la llevaba a la alcoba, Paula ocultó el rostro en su cuello. ¿Qué diablos le pasaba ese día? Se sentía como una criatura de arcilla que Rowan tenía la libertad de moldear a su antojo. Cuando la acostó en la amplia cama, ninguno de los dos respiraba con normalidad. Paula le invitó de nuevo, a poseerla para sentirse suya. Después, ya no cabría ninguna duda ni temor. Pero Pedro no estaba dispuesto a terminar pronto. Con una lentitud enloquecedora se arrodilló, y le acarició los senos y el vientre hasta debilitarla de pasión.

-¿Paula?-dijo en un tono que parecía más declaración que pregunta.

-Sí, sí -le urgió. ¿No se daba cuenta de que estaba perdiendo la razón?

-Sí -aceptó, porque, al parecer, esperaba esa respuesta para seguir adelante.

Sin embargo, antes de que Pedro pudiera continuar, el timbre del teléfono, retumbando en la habitación, rompió el embrujo.

-¡Maldición! -murmuró volviéndose hacia el sonido.

-Deja que suene, Pedro, por favor -rogó.

La había incitado tanto que no podía soportar que la dejara aunque fuera sólo unos segundos.

-La atenderé rápido -prometió al bajar de la cama y envolverse la cadera con una toalla.

Paula jamás se había sentido tan desolada. Era como si le hubieran arrancado una parte de su ser. Añoraba a Pedro  y se le llenaron los ojos de lágrimas al verle salir de la alcoba. Acostada y temblorosa, notó que le cambiaba la voz y sin querer, prestó atención a lo que decía. ¿Qué le enfadaba tanto?

-¡Por Dios, Lucas!, ¿No puedes hacer nada?

El corazón de Paula comenzó a palpitar con fuerza. Algo debía marchar mal  en el estudio para que Pedro se pusiera tan furioso. Cuando volvió a la alcoba, ella le esperaba sentada.

-¿Qué sucede?

-El rollo de las fotos de la portada del catálogo, tiene algún producto químico equivocado -se dejó caer en el borde de la cama-. No se puede revelar y tendremos que volver a hacer las fotos --se dio un puñetazo en la mano-. ¡Maldición, tenía que haber supervisado todo yo mismo!

Paula se sintió mal pensando que él se arrepentía de haber estado con ella en vez de trabajando. Pero el sentido común la hizo comprender que Pedro no había hecho nada que no quisiera hacer.

-¿Qué vas a hacer?

-¿Qué puedo hacer?-con una mirada sombría y más misteriosa que de costumbre, la observó-. Tendré que organizar todo otra vez y volver a hacer las fotos. Hemos perdido dos días enteros y la fecha de entrega está muy próxima. No tengo alternativa.

Un extraño había suplantado al cariñoso compañero de las últimas horas. El tierno amante se había convertido en un profesional duro que preparaba mentalmente lo que iba a necesitar para repetir las fotos en el poco tiempo que tenía. Paula sintió frío viendo cómo se había transfigurado Pedro ante sus ojos. Trató de convencerse de que era producto de su imaginación. Sólo era su reacción ante un contratiempo como persona responsable que era. A ella le ocurría lo mismo si se presentara un problema en su trabajo de periodista. Aunque su cuerpo aún exigía ser complacido, se esforzó por hablar con vehemencia para no distraerle.

-¿Puedo ayudarte en algo?

Aunque asintió, con los ojos fijos en un punto lejano Paula creyó que no la había oído. Luego dominó sus pensamientos con un evidente esfuerzo y se volvió hacia ella.

-En este momento no puedes hacer nada, Vanesa. Antes de empezar con las fotos, tengo que reunir los trajes y los accesorios, y ayudar a Lucas a colocar todo en su sitio. Creo que estaremos listos para tí mañana temprano.

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