martes, 16 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 37

Por un momento se sintió vulnerable, como si Vanesa pudiera llevar a cabo su amenaza. Luego sintiendo el anillo de compromiso en su dedo se animó.

-Me temo que ya es tarde -respondió suavemente-. Esta tarde, Pedro me ha pedido que me case con él y he aceptado.

-¡No te creo! -gritó echando chispas por los ojos.

En silencio, Paula extendió la mano izquierda y le mostró el brillante. Vanesa se transformó de rabia.

-¡Me lo tenía que haber imaginado! -tronó-. Siempre ganas, ¿No? incluso en el amor.

-Vanesa, por favor, no digas eso -rogó Paula, detestando y temiendo la horrible expresión de su hermana-. Podemos arreglar esto.

-¿Cómo? -la retó-. ¿Llevándome de dama de honor en la boda?

Antes de que Paula pudiera detenerla, la modelo llegó a la puerta de la cabaña y corrió a ciegas hacia el viñedo.

Aturdida por el sufrimiento y la conmoción, Paula permaneció sentada, tratando de buscarle sentido a lo que acababa de ocurrir. Jamás se había imaginado que Vanesa le tuviera tanto rencor. Además, si le hubiera dicho algo, habrían hablado. Pero había ocultado sus sentimientos dando fuga a sus frustraciones al posar desnuda para una revista masculina. Desesperada, deseó que sus padres estuvieran en Australia. Necesitaba su sabio consejo. Vanesa precisaba de ayuda, pero ella, a pesar de su inteligencia, no tenía la menor idea de qué hacer. Sentada con las manos entrelazadas en el regazo y la espalda tensa, oyó un ruido distante, como si se avecinara una tormenta. De pronto lo identificó y se puso de pie con el corazón desbocado. Corrió a la parte posterior de las cabañas y vio que no se había equivocado. La segadora estaba cerca de las casitas y la conducía el mismo hombre de la otra vez con las orejas protegidas. Vanesa corría hacia el monstruo con la cabeza gacha y los hombros caídos. Estaba tan agobiada por el dolor que no se daba cuenta de nada.

-¡Vanesa, cuidado! -gritó Paula con todas sus fuerzas, pero el ruido del tractor ahogó su voz.

Con espantosa claridad, Paula vió cómo se movían las afiladas cuchillas de la segadora. Estaban a pocos metros de Vanesa. Se le olvidó por completo la discusión que habían tenido y corrió todo lo deprisa que podía para salvar a su gemela del peligro. Justo cuando se daba por vencida, Vanesa levantó la cabeza y gritó al ver las tremendas cuchillas casi encima de ella. Se quedó petrificada frente a la máquina, igual que un conejo cuando lo ilumina una linterna de cazador. La esperanza que Paula había albergado por un instante se acabó cuando vió a su hermana inmóvil. Al conductor le daba el sol de frente y no había forma de que viera a Vanesa. Paula seguía corriendo y sentía como si los pulmones le fueran a explotar. Le dolía la garganta de tanto gritar a su hermana. A lo lejos, oyó gritos de voces masculinas, pero el conductor del tractor, con las orejas cubiertas y deslumbrado por el sol, no daba señales de notar nada anormal. Nunca había tenido una pesadilla tan terrible.

-¡Por Dios, Vanesa! -gimió dando un salto hacia su hermana.

De pronto oyó varias detonaciones y vió que Pedro apuntaba un rifle hacia el cielo. Como a cámara lenta, el conductor del tractor reaccionó, alterado por los disparos, vió a las dos mujeres casi debajo de los neumáticos y giró intentando evitarlas. En ese mismo momento, Paula alcanzó a Vanesa y con todas sus fuerzas la empujó para alejarla del peligro. La máquina se enfiló hacia ellas y Paula sintió que un fuerte golpe la lanzaba por los aires, antes de caer hecha un guiñapo y perder el conocimiento.

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