Pedro llamó a Paula el domingo para invitarla a la inauguración de una exposición de fotografía el martes por la noche y le dijo que quería su opinión acerca de la obra del artista. Por supuesto, ella aceptó la invitación. Para ir a la exposición eligió un vestido color berenjena que resaltaba las curvas de su cuerpo y su altura. Por primera vez en muchos años se calzó zapatos de tacón. Se había puesto una mascarilla y el cabello le había quedado sorprendentemente bien. Mientras se ponía el maquillaje que Marcela le había dejado, se preguntaba cómo reaccionaría Pedro al verla. A las siete en punto oyó que llamaban a la puerta de su estudio. Con el corazón acelerado, atravesó el salón y se dirigió a abrir.
–Hola, Pa… –Pedro se quedó boquiabierto.
–Hola, Pedro–sonrió ella–. ¿Qué tal tu día?
–Estupendo. Ha sido bueno –pestañeó y la miró con curiosidad–. Pareces diferente.
–Sólo un poco –se encogió de hombros–. El vestido es nuevo.
–Te queda de maravilla –dijo él.
Iba vestido con un pantalón oscuro y una camisa blanca de rayas grises casi imperceptibles.
–Gracias. Sólo tengo que agarrar el bolso –se colgó un bolso que había sido de su madre–. Tengo ganas de ir a la exposición.
–Yo también –contestó él.
Ella se volvió y vió que tenía el ceño fruncido.
–¿Ocurre algo?
–Oh, no –pestañeó–. Nada –la miró de arriba abajo provocando que a ella le ardiera la piel.
«Me encuentra atractiva». La sensación era nueva y extraña para ella. Enderezó la espalda, tratando de mantener la postura que Marcela le había enseñado e intentó ocultar que tenía el corazón acelerado y le sudaban las manos.
Pedro se aclaró la garganta.
–Tengo el coche abajo.
Entraron en la galería Razor agarrados del brazo. Con los zapatos de tacón, ella sólo medía unos cinco centímetros menos que él y tanto hombres como mujeres se volvían a mirarlos. Paula se atusó los tirabuzones y aceptó una copa de vino blanco.
–¿Vamos a ver las fotos?
Incluso su voz parecía más seductora, como si de noche se hubiese transformado en una versión más moderna de sí misma. Miraron las fotos con detenimiento. Casi todas eran de gente en fiestas nocturnas y muy coloridas.
–Casi se puede oír la música –dijo ella, mirando a una pareja que bailaba en la pista con el cuerpo sudoroso.
–Por eso me gustan las fotos de Diego. Invocan otros sentidos. Espero que haga la campaña publicitaria que tengo pensada de un vodka. Es difícil hacer que un pedazo de papel diga bébeme, pero creo que este chico podría hacerlo.
Le dijo a Paula quién era el artista. Era un chico delgado con muchos piercings y perilla.
–Desde luego que parece un artista –susurró ella–. Quizá debería hacerme un piercing en la nariz. ¿Qué te parece? –ladeó la cabeza tratando de no sonreír.
–Desde luego que no. Tu nariz es perfecta –Pedro posó la mirada de sus ojos grises en su rostro–. Tienes los ojos verdes.
–Sí –se sonrojó ella–. Llevo lentillas –Marcela la había convencido de que se pusiera unas lentillas de colores.
–Son bonitas. Y te puedo ver mejor sin las gafas de por medio.
–¿No habíamos venido a ver arte? Empiezo a sentirme cohibida.
Aunque tenía que admitir que sentirse admirada era una buena sensación. Cuando Pedro fue a por otras dos copas de vino, un hombre alto, con el pelo rubio y de punta, se acercó a ella para hablar de las fotografías. La expresión que puso Pedro al regresar no tenía precio. Tenía que sacar a Paula de allí. Trató de no fruncir el ceño al punk que se había acercado a ella en el momento en que él se había dado la vuelta. Conocía a aquel hombre, era un editor de video finlandés con el que había trabajado alguna vez.
–Hola, Julián. ¿Cómo va todo?
–Bien, Pedro. Bien –se volvió hacia Paula–. ¿Así que tú también eres fotógrafa?
–Sí –Paula sonrió con dulzura.
Pedro no se había fijado en lo sensuales que eran sus labios.
–Más o menos. Aunque todavía no he hecho fotografía profesional.
–Paula y yo estábamos a punto de irnos a cenar –dijo con un tono más duro del intencionado.
Todos los hombres de la habitación la estaban mirando. ¿Y quién podía culparlos? El vestido que llevaba resaltaba sus curvas y con los zapatos de tacón era la mujer más alta del lugar. Su cabello con mechas doradas la hacía parecer una diosa.
–Me encantaría echar un vistazo rápido a las fotografías de la otra sala. Lars me estaba hablando de ellas. Son retratos de los amigos del artista.
Pedro pensó que le gustaría decirle un par de cosas a Julián, pero se contuvo.
–Claro, vamos a verlas.
Agarró a Paula del brazo y la guió hasta la otra habitación.
–Oh, mira a esa pareja –exclamó ella.
Él se fijó en una foto de un par de amantes adolescentes que estaban con los cuerpos entrelazados en un banco del parque. Podía imaginarse estando así con Paula. Sus curvas le llamaban la atención, y deseaba explorar su cuerpo. Al sentir que se excitaba dejó de mirar el escote de Paula y se fijó en las fotos otra vez.
–Muy buenas –murmuró.
Ella movió su melena hacia atrás de los hombros. Él estaba casi convencido de que su pelo tenía un aspecto diferente al de la última vez que la vió. Quizá fuera que lo había llevado recogido.
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