jueves, 25 de octubre de 2018

No Quiero Perderte: Capítulo 6

–Iré a buscarlo. Encantada de conocerte, Paula. Nos veremos mañana.

Marcela  se marchó entre la multitud.

–Antonio está un poco distraído últimamente –Pedro se acercó a Paula hasta invadirla con su aroma masculino–. Están pasando muchas cosas.

El ruido de una cuchara golpeando una copa llamó su atención. Paula se volvió para ver a un hombre sonriente de cabello gris vestido de traje. Al momento, toda la sala quedó en silencio.

–Es nuestro cliente más antiguo –murmuró Pedro–. Walter Prentice. Hemos venido a celebrar el lanzamiento de una nueva campaña de su empresa, ideada por Celia, una de nuestras ejecutivas. Está yendo muy bien.

–Es un gran placer para mí pasar la velada con los talentos más destacados de los Estados Unidos –dijo el hombre–. Durante los años que mi empresa ha trabajado con Maddox Communications, he tenido el placer de conocer personalmente a muchos de vosotros. Acabo de enterarme de que Francisco Maddox y su encantadora esposa, Patricia, están esperando su primer hijo. Me gustaría que brindaran conmigo por la nueva familia. Los camareros estaban sirviendo copas de champán por la sala.

–Francisco es el hermano pequeño de Antonio Maddox. Ha vuelto con su esposa después de una larga separación –la respiración de Pedro acariciaba la oreja de Paula.

–Qué bien –sonrió ella, y aceptó una copa de champán–. Y es todo un detalle por parte de su cliente brindar por ellos.

–Es un buen hombre. Muy familiar. Lleva casado con su esposa cuarenta años.

–Impresionante. Casi todos los amigos de mi padre están divorciados. Algunos de ellos varias veces.

–Es una lástima –Pedro bebió un poco de champán–. El matrimonio debería durar toda una vida, si no, ¿Qué sentido tiene?

Al ver cómo la miraba, Paula se bebió el champán de un trago.

–Estoy segura de que tienes razón. Sin embargo, nunca he estado casada así que no tengo ni idea de cómo es –dijo de forma apresurada. Era extraño hablar del matrimonio en la primera cita.

–Yo, tampoco –sonrió él–. Pero espero que cuando lo haga pueda brindar por mi matrimonio cuarenta años después.

Paula apartó la mirada hacia otro lado. Aquello no podía ser real. Debía de estar soñando. Un hombre atractivo y exitoso no podía desear permanecer casado con la misma mujer durante toda una vida. ¿O sí?

Walter Prentice levantó la copa de champán.

–¡Un brindis por la feliz pareja! Que su familia tenga muchos años de felicidad y no muchas noches sin dormir –sonrió–. Mis hijos me han dado muchas alegrías. Sé que Francisco y Patricia serán unos padres estupendos.

Miró a un hombre de cabello oscuro y Paula pensó que podía ser Francisco.

–Ya conoces el lema de nuestra empresa… La familia lo es todo. No es sólo un lema, es una forma de vida –alzó la copa.

La gente comenzó a gritar de júbilo.

–Oh, cielos, ése es su lema de verdad ¿No? –se rió Paula–. He visto sus anuncios en la televisión.

–Supongo que a veces no es tan malo creer en tu propia publicidad –dijo Pedro–. Mira, ahí está Antonio. Ven a conocer al gran jefe.

Paula se sorprendió al ver que él posaba una mano en su espalda y la guiaba por la habitación como si estuviera enseñando a su pareja de la noche a todo el mundo. Ella se contuvo para no pellizcarse. Pensaba que en cualquier momento despertaría en su cama, con Faith y Ali ronroneando junto a ella. Pero hasta entonces, decidió que lo mejor era seguir sonriendo. Hacía poco tiempo que se había despertado cuando Marcela apareció en su puerta. Pedro y ella habían estado en la fiesta hasta la una de la madrugada y, una vez más, él la había llevado a casa y no había intentado pasar. Tampoco había intentado besarla.

–¡Hola, Paula! –Marcela la besó en la mejilla como si fueran grandes amigas–. Te he traído pastas y café. Estoy segura de que lo necesitas después de la fiesta de anoche. Pedro debió de presentarte a todos los invitados –le entregó una taza de café humeante.

–Puede que incluso me presentara a algunos dos veces. Pasa.

En una de las paredes había un ventanal estilo victoriano que se extendía hasta parte del techo.

–Oh, cielos, mira que vista –Marcela dejó la bolsa de la pastelería sobre una mesita y se dirigió junto a la ventana–. Estoy segura de que en un día claro puedes ver Japón desde aquí.

–Casi –sonrió Paula–. Me encanta ver los barcos en la bahía.

–Supongo que echarás de menos la vista cuando te mudes a vivir con Pedro–Elle arqueó una ceja.

Paula se quedó de piedra.

–¿Qué? No hay nada entre Pedro y yo. Acabo de conocerlo.

–¿De veras? Anoche me dió la sensación de que erais pareja.

–Él fue muy amable conmigo pero lo había conocido la noche anterior.

–Bromeas. Sé que acabamos de conocernos y que no debería preguntarte esto pero ¿Se han besado, Verdad?

–Ni un pico –un sentimiento de vergüenza se apoderó de ella. Si fuera tan guapa como Marcela, Pedro lo habría intentado–. Creo que sólo trata de ser amable.

–Pero no dejaba de rodearte con el brazo. Eso no es lo que se hace con una amiga. No. Está claro que le gustas. Probablemente prefiere ir despacio.

Paula se encogió de hombros, confiando en que no se notara que se había sonrojado.

–Voy a buscar unos platos.

Hablaron sobre la casa y el vecindario mientras se tomaban las pastas y el café. Después de desayunar, Paula le mostró algunas fotos a Marcela.

–Tienes un talento estupendo. En cada foto sacas la esencia del individuo. Sé que eso es muy difícil de captar. Yo no he podido sacar un retrato decente en mi vida. Tengo suerte si salen con los ojos abiertos.

–Ojalá pudiera mostrarte algunos trucos, pero me temo que no estoy segura de cómo lo hago.

–Eres un genio. Tienes talento. Todo lo que yo no tengo como fotógrafa –sonrió Marcela–. No es difícil entender por qué Pedro está loco por tí.

–¡Basta! Lo primero, no está loco por mí. Y segundo, no ha visto mis fotos.

–Sí, las ha visto. El viernes le estaba mostrando a todo el mundo el Black Book.

–¿De veras? –Paula se mordió el labio inferior.

–Una palabra. Enamorado –Marcela se cruzó de brazos–. Un hombre enamorado. A veces sucede así de rápido.

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