jueves, 4 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 27

El camino de regreso a Bedales lo hicieron en silencio. Se arrepentía de haber salido con Leonardo, porque había comprendido que sus sentimientos hacia ella eran profundos. Eso empeoraba la situación para los dos. Se prometió que no volvería a ocurrir. Leonardo merecía mejor trato porque en realidad, Paula se había aprovechado de él y sospechaba que el mismo Leonardo lo sabía. Cuando la ayudó a salir del coche, frente a la cabaña, él estaba triste y retraído. Paula deseó decirle algo que le animara, pero le fue imposible.

-Gracias, ha sido un día maravilloso -fue lo único que dijo.

-Me alegro porque para mí también -le abrió la puerta de la cabaña y en el angosto umbral se hizo a un lado para que entrara.

De pronto, sintió a Leonardo tan cerca que temió que fuera a besarla. No deseaba que esa noche terminara así. Al oír el sonido de la ducha, se sintió a salvo. Se volvió y vió el bulto que formaba el equipo fotográfico en el centro de la sala.

-Ha debido llegar mientras cenábamos -murmuró.

-Eso parece. Me despediré -Leonardo salió del trance.

Pero antes de que Paula pudiera reaccionar, la tomó de los brazos, se inclinó hacia adelante y le rozó la boca con los labios. La soltó y gimió con autorecriminación. Parecía angustiado cuando se volvió hacia el edificio principal.

-Muy enternecedor ---dijo una voz detrás de ella.

Paula giró y todo su cuerpo cobró vida.

-¡Pedro! ¿Qué haces aquí?

La puerta del baño lo enmarcaba y una toalla cubría el magnifico cuerpo de la cintura para abajo. El pecho descubierto brillaba húmedo y tenía el vello adherido a la piel. Las piernas musculosas estaban separadas y los pies descalzos.

-He venido a verte, pero veo que no tenía por qué darme prisa.

-No es lo que imaginas -comentó a secas, pero se preguntó por qué se molestaba en dar explicaciones. Quien le debía explicaciones era él.

-Por supuesto que no, pero lo hubiera sido si no estoy aquí.

-No tienes derecho a juzgarme -tronó furiosa-. Lo que haga no te incumbe.

-¿Sólo porque me equivoqué de nombre en un momento de ofuscación?

-No, ¡Eso es sólo una parte!

-Habla, te escucho -cruzó los brazos por delante del pecho y la miró de frente.

¡Era absurdo! ¿Cómo podía explicarle sus temores sin perder la dignidad, mientras la observaba de esa manera?

-¿No puedes vestirte primero? -exigió.

-No eres tan fría como finges; de lo contrario no te importaría si estoy vestido o desnudo comentó satisfecho.

-No me importa. Lo que me molesta es que estés en mi cabaña, sin previo aviso y a medianoche -sintió que el rostro se le encendía y desvió la cabeza para que él no la viera.

-También es mi cabaña -repuso sorprendido-. Al llegar, la recepcionista me ha asegurado que te molestaba compartir tu alojamiento. Le dijiste que somos viejos amigos.

-Esperaba a Laura Healey -le miró horrorizada.

-Dijiste una persona compañera tuya y la recepcionista no sabía a quién esperabas.

Pedro tenía razón, le había dicho a la mujer que llevara a la persona que esperaba a su cabaña, sin especificar nombre ni sexo.

-No puedes quedarte aquí. ¿Dónde va a dormir Laura?

-Supongo que en Honolulú -respondió calmado-. Verás, nos hemos cambiado. En este momento está volando hacia Hawaü para fotografiar volcanes.

-¿La vas a reemplazar aquí? -él asintió y ella movió la cabeza con desesperación-. No es que me guste la idea.

-¿Dudas de que haga buenas fotos?

-¡No seas ridículo! -al contrario, estaba demasiado cualificado para una tarea tan sencilla. Habría desplegado mejor su habilidad y talento haciendo fotos de los volcanes de Hawaii.

-Entonces, ¿Cuál es el problema?

-He venido aquí para alejarme de tí -explicó con cautela-. Pensaba que entre nosotros había cariño hasta que me confundiste con Vanesa. Necesitaba tiempo para meditar y sé que he hecho lo correcto. Eres voluble; anoche me dí cuenta de que no te importa qué mujer se encuentra en tu cama.

-¿Hablaste anoche con Vanesa? Oí sonar el teléfono mientras estaba revelando, pero me dijo que se habían equivocado de número.

-¡Me lo dices a mí!

-Basta, Paula-ordenó con brusquedad-. Después pensé que podías haber sido tú y me imaginé la interpretación que le darías al asunto. Por lo visto, tenía razón.

-¿Te sorprende? No tardaste mucho en ir a buscarla -dijo con amargura.

-Te equivocas -tronó-. Vanesa ha roto con Francisco... o como se llame, y fue a mi estudio para que la consolara.

A su pesar, Paula notó que Pedro tenía los hombros muy anchos y que con la toalla parecía un gladiador moderno. Tuvo que hacer un esfuerzo para no seguir la línea del vello que se estrechaba antes de que la toalla lo cubriera. Para distraerse, entró en la cocina y preparó café para los dos. La mecánica tarea le mantuvo ocupadas las manos, pero no la cabeza que no cesaba de pensar en él.

-Lo que hagas es asunto tuyo -espetó, por encima del hombro.

-¿Estás segura? -preguntó y se acercó a Paula, quien sintió el calor que emitía su cuerpo recién duchado.

-Por supuesto -se volvió para darle la taza de café, pero él estaba tan cerca que se topó con el musculoso torso. Como tenía una taza en cada mano no pudo protegerse cuando la abrazó y para no derramar el café tuvo que dejar las dos tazas sobre un entrepaño, a espaldas de Pedro.

-No lo hagas -balbuceó Paula con voz débil.

La protesta era tan poco convincente que se acalló con un beso. Aunque Paula no había dejado de pensar en Pedro durante todo el día, no estaba preparada para ese asalto a sus sentidos. Cuando le dió varios besos en el cuello, mientras unas cálidas manos acariciaban sus caderas se sintió derretir.

-Te he echado mucho en falta -murmuró Pedro contra su nuca-. Tenía que verte, y he pensado que si venía a trabajar contigo, podríamos aclarar nuestra situación.

-Entonces, tú y Vanesa no...

-No -declaró con firmeza y mirándola a los ojos. No más que tú y Bedford.

No hay comentarios:

Publicar un comentario