jueves, 27 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 20

-Era, murió hace unos años -no permitió que Paula le ofreciera sus condolencias-. Murió como quería, realizando un trabajo en Sudamérica. Estaba en San Salvador y murió durante un terremoto.

¿Reflejaban por eso sus fotos relacionadas con la guerra tanta aversión? La guerra había llevado a su padre a Sudamérica, aunque quien le segara la vida fuera un desastre natural.

-¿Se ausentaba mucho cuando eras niño? -preguntó ella.

-Bastante, pero también tenía un estudio al norte de Sydney, cerca de donde está ahora el mío. Durante mi adolescencia, se dedicó a retratar gente. Aunque no le gustaba, le permitía quedarse conmigo. Espero que su esfuerzo no haya sido en vano.

-Él debía tener fe en tí-mientras hablaban, Paula se había tranquilizado un poco y su mano descansaba muy cerca de la de Pedro, lo que le permitía sentir la calidez que emanaba. Despacio deslizó los dedos hasta tocar los suyos y el fotógrafo se la apresó suavemente y con naturalidad. El corazón de Paula se desbocó y tuvo que hacer un esfuerzo para continuar la conversación-. Parece que los dos hemos tenido un padre que tenía el corazón en otro sitio -aceptó-. El mío soñaba con ser un poeta irlandés; tuvo suerte porque consiguió realizar su sueño.

-¿Está en Irlanda? -preguntó Pedro, y Paula asintió.

-Un pariente lejano les legó a mis padres una pequeña granja en Cork. Creyeron que no iban a poder pagarse el viaje para ir, pero a papá le ofrecieron un puesto de maestro en la universidad y pudieron irse juntos. En sus cartas, llenas de poesía, narran sus aventuras.

-Al menos pudieron irse juntos con sus ilusiones-comentó Pedro y Paula se perturbó por la amargura que detectó en su voz-. Es un lujo que mi padre nunca conoció.

Paula no sabía si confesar que ya se lo había dicho Vanesa, pero decidió que sería mejor que se lo contara él cómo y cuándo quisiera. Recordando la armonía que siempre había existido entre sus padres, pensó que había tenido más suerte que Pedro. Su madre le había confesado antes de partir que le costaba mucho dejar solas a sus hijas, aunque ya fueran adultas, pero que no podía permitir que Miguel se fuera sin ella.

-Estoy muy agradecido de que mi padre se quedara a mi lado durante mi adolescencia -comentó Pedro, en voz baja-. A pesar de sus errores, mi madre era preciosa. Su personalidad atraía a los hombres -su voz se hizo más distante-. Se suponía que yo no me iba a enterar de sus aventuras amorosas, pero me dí cuenta. Al principio, mi padre se quedó en casa con la esperanza de que su presencia me ayudaría. Pero al final, abandonó el estudio y volvió al frente.

-Comprendo -asintió Paula intentando compensar su dolor. Por eso no podía perdonar el comportamiento de Vanesa: porque sabía que podía causar mucho sufrimiento.

-De todos modos, comprendo lo que mi padre vió en mi madre -su repentina carcajada sorprendió a Paula-. Estaba llena de vida y nunca se tomaba nada en serio.

Igual que Vanesa, pensó Paula. Su gemela tenía el mismo temperamento, el mismo amor a la diversión que la madre de Pedro, pero también los mismos errores que habían destruido el matrimonio.

-Algunas personas no pueden evitar ser así -murmuró Paula-. Y si hacen daño, no lo hacen adrede.

-Lo sé -parecía que se había dado cuenta de que se estaba refiriendo más a Vanesa que a su madre-. Por eso estoy encantado de haberte encontrado a tiempo.

¿A tiempo para qué? ¿Para no cometer el mismo error que su padre? Pensó con satisfacción. Seguían con los dedos entrelazados y él comenzó a acariciarle el brazo, lo que la hizo estremecerse. Sintiéndose hambrienta de amor, se inclinó hacia él, como si hubiera tirado de ella con una cuerda invisible. Los ojos sombríos de Pedro al observarla, le daban a entender que estaba sintiendo lo mismo. Los dos se inclinaron hasta que sus labios se encontraron por encima de la mesa. Pedro la tomo de los hombros y ella le rodeó el cuello, pero, al acercarse más, chocó con el borde de la mesa y a regañadientes, se alejó un poco, lamentando cada centímetro que los separaba. Temblando de deseo, se puso de pie apoyándose en la mesa y haciendo un esfuerzo por controlar su voz, musitó:

-Mas vale que nademos un poco, ¿Estás de acuerdo?

Estaba tan nerviosa que no conseguía abrocharse el bikini que Pedro había llevado del estudio. Estaba tejido en crochet y era color rojo; tenía el forro color carne, por lo que daba la impresión de que era casi transparente. Al mirarse en el espejo del vestuario, Paula se sintió osada y libertina. Con razón le habían puesto el nombre de «Tentador» a ese modelo. Cuando apareció Pedro permaneció quieto como absorbiendo la visión. Ante el escrutinio, Paula se alegró de que el bikini fuera tan provocativo. Experimentó el poder de su sensualidad y le resultó una sensación nueva y muy agradable. Se enderezó, proyectó los senos hacia adelante y sintió que Pedro aspiraba profundamente de admiración. Luego le tocó el turno a ella. Como si tuviera voluntad propia, sus ojos recorrieron el pecho velludo y el cuerpo esbelto y atlético. El sedoso vello descendía por la cintura y continuaba por las largas y fuertes piernas. Pedro se zambulló en el agua para emerger al otro extremo de la piscina. Apoyó el brazo en el borde y se retiró el cabello de los ojos para verla acercarse. De pronto, Paula se sintió tímida, tras la osadía que había sentido momentos antes.

-¿Vas a meterte? -preguntó.

-Sí -respondió sin dudarlo, pensando que la decisión la había tomado al ir con él a su casa.

Se olvidó del trabajo y de Vanesa, pensando únicamente en la añoranza que tenía de que él la abrazara. Por fin se tiró al agua y se acercó hacia Pedro nadando. Al llegar a su lado, vió tanto deseo en sus ojos que en vez de acercarse más a él, se sujetó de la barandilla y extendió las piernas hasta que los dedos de los pies aparecieron en la superficie.

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