-¿Es muy serio tu compromiso? -preguntó Leonardo a la mañana siguiente, cuando iniciaron el recorrido por la planta.
Paula aceptó que tenía derecho a preguntárselo. Bastante dispuesta había estado ella a buscar su compañía la noche anterior. No le había hablado de Pedro, pero de alguna manera, Leonardo había comprendido su necesidad de compañía y se la había proporcionado sin esperarnada a cambio. La mayoría de los hombres habrían llegado a ciertas conclusiones si una mujer los visita a esa hora de la noche. Pero el buen Laurie no era como los demás.
-No lo sé. Anoche te había dicho que mucho; ahora ya no estoy segura - respondió.
-Ah, anoche -repitió pensativo.
-Pero sí me gustó estar contigo -le rozó el brazo-. No me he aprovechado de tí - agregó, insegura de que las últimas palabras fueran verdad.
-Yo te invité continuó sonriente-. No me interesan los motivos que tuviste para aceptar, sólo que me alegro de que vinieras.
A su modo, también ella se alegraba. Después de hablar con Vanesa, se había quedado muy confusa y sin saber qué hacer. De no haber sido por la amabilidad de Leonardo, quizá se hubiera ido a Sydney para tener una confrontación con Pedro y Vanesa. A la luz del día comprendió que ése no era el camino. Haber hecho el amor con él, no le daba derecho a reclamarle como suyo y la presencia de Vanesa en el estudio se lo había recordado. ¿Por qué, entonces, se sentía tan desdichada al saber que habían estado juntos la noche anterior?
-Lo lamento -murmuró al darse cuenta de que Leonardo le estaba hablando y que quizá le había dicho algo importante-. ¿Dices que cultivas uvas blancas en viñas de uvas rojas?
Leonardo se echó a reír y volvió a explicarle el procedimiento observándola pensativo mientras ella anotaba los datos en su libreta.
-No me gusta enseñarte mi trabajo, Paula-jugueteó con un racimo de uvas-. Me da la sensación de que tu entrenamiento te hace fingir entusiasmo por todo esto.
-No finjo. Cierto, lo que me interesa es este trabajo, pero tu cariño por el viñedo es contagioso.
-¿Verdad? Entonces, a lo mejor quieres volver cuando termines el reportaje. Hace tiempo que quiero que alguien escriba la historia de Bedales. El asentamiento de esta propiedad se remonta al año mil ochocientos sesenta y cuatro, cuando, por primera vez, se sembraron las viñas. La choza de lámina que construyeron los primeros colonizadores todavía está en píe. Me encantaría enseñártela.
Paula sabía lo que le estaba proponiendo que la relación entre ellos fuese más personal y estuvo tentada a aceptar. Leonardo era agradable y no ocultaba que ella le gustaba. Pero ella sabía que nunca podría ser más que una amiga para él y no era justo darle falsas esperanzas.
-Me encantaría venir de visita alguna vez -dijo con amabilidad-. Pero dependerá de mis ocupaciones -usó esas palabras con premeditación.
-Comprendo, aunque no puedo decir que tu contestación me guste -se despejó un mechón suelto de la frente-. De todos modos, creo que eres la persona indicada para escribir la historia de Bedales.
-Eres muy amable, Leonardo, pero conoces poco mi trabajo -sintió que el rostro se le encendía.
-No pensaba sólo en tu trabajo -la emoción le ensombreció los ojos. Encajas muy bien aquí, Paula. Ayudarte a escribir el libro sería algo muy especial para mí.
Paula sabía que debía pensarse bien la respuesta. Estaba a gusto con él y disfrutaba de la visita a esa región vinícola. También le vendría bien el dinero y el trabajo que el libro le podían pro porcionar, pero no estaba dispuesta a complicarse la vida más.
-Eres un encanto, Leonardo -en un impulso le dió un beso de agradecimiento en la mejilla.
En silencio, el hombre la miró con una interrogación que no obtuvo respuesta. Pasaron el resto del día en el viñedo y luego en la destilería. Para cuando llegaron a la sala de degustación, Paula ya había tomado los datos necesarios para sus artículos.
-Te falta probar el producto ya terminado -le informó Leonardo. Observó curiosa cómo sacaba liquido color rubí por una espita-. Este vino lleva madurando nueve meses -levantó el vaso hacia la luz-. Será un estupendo oporto.
La llevó de barril en barril, a través de la inmensa bodega y le enseñó a catar los diferentes vinos. Pronto, tenía la nariz impregnada del olor agridulce del ambiente y la garganta reseca por el ritual de oler y degustar el vino.
-Creía que los catadores tenían un trabajo envidiable; ya no estoy tan segura -le comunicó a Leonardo haciendo una mueca.
-Es un mito, como otro cualquiera -aceptó-. Como has sido muy buena alumna, vamos a probar un vino más, pero como se debe -le entregó una copa de vino color dorado paja y le explicó que era un Riesling Bedford, 1978.
-Supongo que debería decirte que es suave, elegante y rico en sabor, pero sólo sé que me gusta confesó, después de dar un sorbo.
-No está nada mal en saber lo que a uno le gusta -mientras la contemplaba, sus ojos lanzaron destellos del mismo color que el vino.
-Leonardo, yo... -dejó la copa.
-Por favor, no lo estropees... ha sido uno de mis días más felices de mi vida -la interrumpió-. Sé que no va a repetirse y me gustaría saborearlo igual que un buen vino.
Volvió a llenar las copas y ella levantó la suya para brindar.
-Por mi anfitrión.
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