jueves, 18 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 43

Paula dejó de sonreír tan pronto salió de la habitación de su hermana. Estaba tranquila pensando que Vanesa se iba a reponer. Leonardo se alegraría cuando fuera a visitarla, en cuanto terminara un asunto de negocios en Cessnock. Incluso contaba con la bendición de su hermana para la boda con Pedro. Pero ya no había ningún compromiso y era poco probable que volviera a proponerle matrimonio. Le había alejado de su vida tontamente al afirmar que no podría ser feliz si hería a su gemela.  Sin embargo, Vanesa, menos inteligente, le había hecho ver que era una equivocación.

Sin fijarse en la actividad que había en el pasillo del hospital, Paula se apoyó en una pared. De pronto comprendió que un nuevo empleo y una carrera fulgurante no eran tan importantes. ¿Cómo enfocar el futuro sin el hombre al que amaba? Se le aceleró el corazón y se asustó, pero luego se acordó de que con sólo pensar en Pedro, se le solía acelerar el pulso. Habían prometido tener confianza entre ellos. ¿No había hecho todo lo contrario excluyéndole de su vida cuando más le necesitaba? Por fin tomó una resolución que le subió la adrenalina. Haría la maleta y regresaría a Sydney para decirle a Pedro lo que realmente sentía. Esperaba que comprendiera los motivos que había tenido para alejarle de su lado. ¿Sería suficiente? Se negó a dudar. Tenía que confiar en ella porque así debía ser.  Pedro había dicho que Paula era lo mejor que le había sucedido en la vida. Él también era lo mejor para ella y tenía que hacérselo saber. Muy animada, se dirigió a Bedales. Era una bendición que conociera tan bien la carretera porque recorría los kilómetros de tres en tres. Estaba llegando a la desviación cuando se dió cuenta de que un coche la seguía desde muy cerca. Aumentó la velocidad y el otro la imitó. Disminuyó la velocidad e hizo lo mismo. Preocupada, reconoció que la estaban siguiendo. Oscurecía y sólo veía las luces delanteras del otro vehículo que le parecieron los ojos de un animal predador. Se estremeció de miedo. ¿Qué podía hacer? La carretera estaba solitaria y sólo existía la salida a Bedales. Se dominó, pisó el acelerador como si no fuera a tomar la desviación y al último momento giró hacia la izquierda. Al principio, creyó que había despistado al seguidor, pero a los pocos segundos volvió a ver las luces. El coche la rebasó, frenó delante y ella tuvo que detenerse. El corazón le saltó en el pecho cuando el conductor se acercó al de ella.

-Sí eres tú. ¿Por qué no te has parado cuando te he tocado la bocina?

-¡Pedro! -exclamó tranquilizada-. No lo he oído -estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de nada.

-¡Por Dios, mujer, estás temblando como una hoja al viento! -la ayudó a salir del coche y la abrazó.

-Creía que me estaban siguiendo -murmuró sin poder creer que estaba con Pedro.

-No te has equivocado, pero era yo.

-¿Por qué?

-Estaba en Sydney esperando que me llamaras. Cuando comprendí que no ibas a hacerlo, decidí volver para hacerte entrar en razón.

-Es extraño, pero eso mismo pensaba hacer yo.

-¿Qué?

-Iba a Bedales para hacer la maleta e ir a Sydney a buscarte -murmuró.

-¿Quieres decir que te vas a casar conmigo?

-Si me aceptas. No debí alejarte por mis sentimientos de culpa. Cuando le dije a Vanesa que había renunciado a tí, se conmocionó tanto que salió del coma.

-Ya lo sé. He hablado con el hospital.

-¿No estás enfadado conmigo? -preguntó titubeante.

-Estoy enfadado conmigo mismo. Últimamente he tenido tiempo para meditar y he descubierto que confiar en alguien significa algo más que controlar los celos. Uno debe permitir que la otra persona decida lo que le parece más conveniente. Si crees que debemos esperar hasta que estés lista, no trataré de hacerte cambiar de opinión.

-Ya lo he hecho -le aseguró-. Bastante he esperado en mi vida. También he aprendido varias cosas y una de ellas es que la vida es muy frágil. Quiero que estemos juntos ahora y siempre.

En la oscuridad, sintió que Pedro le deslizaba algo liso y frío en el dedo. Cuando terminó de ponerle el anillo, alzó las manos para acariciarle la nuca. Paula sintió que su sistema nervioso volvía a la vida. ¿Era posible estar relajada y dolorosamente tensa al mismo tiempo? Las manos de Pedro le provocaban esa sensación y ella quería gritar de deseo. La pasión reprimida de los últimos días resurgió y ella se amoldó al cuerpo de él mientras jugueteaba con su cabello.

-¡Dios, Paula! gimió él junto a su boca. Probó la calidez de su aliento y se inundó de su olor. Era como beberse un cóctel de sensaciones y ansiaba percibir a su amado con todos los sentidos.

Bastante más tarde, estaban sentados en el asiento de atrás del coche de Pedro contemplando las colinas y valles oscuros, satisfechos de estar juntos.

-Sigo sin poder creer que Vanesa tenía celos de mí -comentó Paula-. Siempre he pensado que ella era la de la suerte -se acomodó mejor en la curva del hombro de Pedro-. Eso te demuestra que nadie tiene todo lo que desea.

-¿Qué me dices de nosotros? -Pedro la abrazó con fuerza.

-La excepción que confirma la regla -murmuró enternecida y sonriendo.




FIN

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