–Sí. He tenido algunas reuniones –lo había pasado muy bien en el festival de cine y había tenido tiempo de planear su campaña para conseguir a Paula Chaves, que esperaba pacientemente a su lado.
–Laura, ésta es Paula. Paula, ésta es Laura.
–Ah, encantada de conocerte –contestó la rubia con una amplia sonrisa–. ¿Eres la hermana de Pedro?
Pedro soltó una carcajada.
–¿Mi hermana? Ni siquiera tengo una hermana.
–Ah… –Laura ladeó la cabeza–. Creía que… –miró a Paula con malicia.
–¿Que paula y yo nos parecemos tanto que podríamos ser gemelos? –Pedro rodeó a Paula con el brazo.
Ella estaba rígida como una tabla. Era evidente que Laura insinuaba que Paula no podía ser su pareja aquella noche.
–Paula es mi acompañante por esta noche.
–Ah, qué bien –abrió los ojos sorprendida–. He de irme. He visto a Daniel. Me dijo que me traería algo bonito de Cannes.
Pedro se volvió hacia Paula.
–No le hagas caso. Está loca.
Paula sonrió de nuevo con dulzura y él experimentó una cálida sensación en el pecho. Le gustaba su sonrisa.
–Y sabes, sí que nos parecemos un poco –le acarició el hombro–. Los dos tenemos el cabello oscuro y los ojos grises. O espera, ¿Los tuyos son verdes? –la miró fijamente–. La otra noche no pude vértelos muy bien. Estaba muy oscuro en la gala.
–Son más grises que verdes –dijo Bree–. A mí me da un poco igual. Sólo los uso para mirar.
–Y tomar fotos. He visto tus fotos del Black Book. Hay unos retratos estupendos.
–Unos rostros interesantes –sonrió tímidamente–. Hacen que mi trabajo sea más fácil.
–¿Quiénes eran? –preguntaba acerca de una pareja mayor que aparecía en la calle de una ciudad, con rostros alegres y la evidencia de un feliz matrimonio.
–No lo sé. ¿No es vergonzoso? –se mordió el labio–. Estaba de pie en la puerta de la biblioteca esperando a alguien, no lo recuerdo bien. Les pregunté si podía tomarles una foto.
–No habría imaginado que no los conocías.
–Eso es lo que dice todo el mundo –se encogió de hombros–. Es un poco raro, supongo.
–Es arte –sonrió él. Ella empezaba a relajarse–. Hola, Marcela. Ven a conocer a Paula–llamó a la secretaria de Antonio Maddox. La mujer se acercó a ellos–. Paula es fotógrafa.
–¿De veras?
–Y ganadora de premios –comentó Pedro–. ¿Puedo dejar a Paula en tus manos un momento, Marcela? Tengo que hablar con Antonio.
–Claro. Primero le conseguiremos una copa. Acompáñame al bar –Marcela guió a Paula entre la multitud.
Pedro buscó a Antonio por la sala. Había tenido una reunión en Cannes con un director checo que quizá estuviera dispuesto a rodar una campaña por una determinada cuantía. No estaba seguro de que Antonio aceptara la cifra de Tomás Kozinski, pero merecía la pena intentarlo. Él tenía un estilo único que hacía que incluso el decorado cobrara vida.
–Hola, Pedro, ¿Cómo va todo? ¿Todavía intentas quedar bien con la gente de los yates Rialto? –Lucas Emerson se materializó frente a él con una copa de vino en la mano.
–Eso intento –dijo Pedro.
–Eso sería un buen tanto. Ya imagino a los Rialto navegando bajo el Golden Gate en el descanso de la Super Bowl.
–Eso quizá sea un poco predecible.
–Supongo que por eso soy ejecutivo de cuentas y no redactor de anuncios –Logan se rió y le dió una palmadita en la espalda.
Pedro respiró hondo. Había algo en aquel hombre que lo molestaba, y no sólo eran sus bromas pesadas. Lucas Emerson sólo llevaba unas semanas en la empresa, pero parecía un auténtico estorbo. Se lo encontraba en cada reunión, perdiendo el tiempo junto a la máquina de café, e incluso entraba en el baño al mismo tiempo que Pedro. A veces, era todo sonrisas y regocijos, pero la mayor parte del tiempo permanecía allí. Observando. Quizá intentaba empaparse del modus operandi de Maddox para poder ganar a los otros ejecutivos de cuentas en su propio campo. Algo que no era tan malo. Al menos, así, Pedro no se sentiría del todo mal cuando montara su propia agencia y dejara a Antonio plantado. Y confiaba en que fuera pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario