A Paula le habría encantado que la invitación proviniera de Pedro y le extrañó tanto que se estremeció. Tuvo ganas de sentarse a la mesa de la cocina para apoyar la cabeza en las manos y llorar de soledad y dolor. Con gran esfuerzo logró sonreír a Leonardo, quien la observaba esperando su respuesta.
-El restaurante parece encantador y ya lo veré estos días. Incluso quizá le saquemos unas fotos para el reportaje. Pero estoy cansada por el viaje y quiero acostarme temprano. Gracias por la invitación, has sido muy gentil.
-Comprendo -murmuró desilusionado dando a entender que la invitación no se debía a la gentileza-. Si cambias de opinión, serás bienvenida para tomar una copa más tarde. Generalmente no me acuesto antes de las once. Si no puedes conciliar el sueño, te sientes sola o...
Como respuesta, Paula le estrechó la mano torpemente, y Leonardo se fue. Una vez sola, se dedicó a explorar la cabaña. En efecto, tenía dos alcobas, una sencilla y otra doble. Le dejó la más grande a Laura Healey con el fin de que tuviera espacio para el equipo fotográfico. Las atenciones de Leonardo sólo sirvieron para recordarle que estaba muy lejos de Pedro. ¿Qué estaría haciendo él en ese momento? ¿Habría quedado con alguna amiga para cenar? Le dolía pensarlo, pero en realidad, no le culparía si lo hiciera. Trató de convencerse de que Pedro no le había dejado alternativa, pero el argumento le pareció vano. ¿Por qué no habían hablado para aclarar las cosas? ¿Por qué no había cedido ella un poquito más? No, los amantes saben muy bien el nombre de la persona a la que aman. Pero por más que se empeñara no podía borrar el recuerdo de la intimidad que habían compartido. Los besos de él, sus caricias, el acto de amor... todo estaba en su mente como si se lo hubiera grabado con fuego.
-¡Maldición, maldición! -masculló.
¿La iba a perseguir por todas partes? Inquieta deambulaba por la cabaña mientras se desnudaba. No podía rechazar cada invitación que le hicieran para cenar ¿sólo porque no era Pedro quien se lo pedía? Otras veces había recopilado los mejores datos para sus reportajes en el tranquilo ambiente de algún restaurante. ¿También se le había cerrado? ¿También? Se paró frente a un espejo con marco de madera y observó el reflejo de su expresión conmocionada. También, como el amor. ¿Podría amar a otro hombre después de lo ocurrido con Pedro? ¿Estaría pensando en ella en ese momento? Dios, esperaba que sí porque significaría que todavía había esperanzas. Quizá se diera cuenta de que la necesitaba tanto como ella a él. En ropa interior, se abrazó imitando el abrazo de Pedro y sintió una nube de calor por todo el cuerpo. ¿Cómo habían permitido que un tonto error de nombre se interpusiera entre los dos? ¿Por qué no se había dado cuenta de ello en Sydney, en vez de enloquecer y abandonarle? Dio dos grandes pasos hacia el teléfono y marcó el número del estudio de él ; estaba segura de que estaría terminando la serie de los trajes de baño. Sólo con oír que el teléfono sonaba en el estudio, se sintió más cerca de él.
-Hola, Estudio fotográfico de Pedro Alfonso.
Al reconocer la voz femenina, el fuego que hervía en sus venas se convirtió en hielo. Con un gran esfuerzo consiguió controlar la voz.
-Vanesa, soy Paula.
-Hola, Pau-respondió la modelo después de un breve silencio-. ¿Desde dónde llamas?
-Estoy en el Hunter Valley. Supongo que has oído el mensaje que te dejé en el contestador -por lo que has sabido qué hacer, se dijo con amargura.
-Sí, he vuelto esta mañana de la Costa Dorada.
-¿Está Pedro? -no tenía paciencia para oír las banalidades de Vanesa-. Pásame con él.
-Está revelando, pero no tardará porque vamos a salir a cenar. Estoy muerta de hambre. ¿Le digo algo?
Buscó algo que decirle en vano. Pedro no había tardado mucho en encontrar a la sustituta más conveniente, pero no podía decir eso, de modo que se despidió y colgó. Había estado a punto de hacer el ridículo diciéndole a Pedro que no quería echar a perder todo lo que habían compartido, sólo por un tonto error. Pero el error había sido confiar en él. Aunque él conocía los defectos de Vanesa, no había esperado mucho para buscarla en cuanto les había dejado el campo libre. Decidió no pensar más y se puso a ordenar la ropa de la maleta; luego entró en la cocina y se sirvió un poco de fruta y queso. No tenía apetito y nada le entusiasmaba. Sentía una pesadez interior, como si le hubieran robado la vitalidad. «Si te sientes sola o no puedes conciliar el sueño...» recordó las palabras de Leonardo. Mecánicamente, volvió a levantar el auricular y pidió que le pusieran con Leonardo. A pesar de tener el cerebro congelado, se obligó a hablar con animación.
-Hola, Leonardo, soy Paula. Me gustaría tomarme una copa contigo si es que tu ofrecimiento sigue en pie.
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