jueves, 11 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 33

¡Tonta, estúpida!, se dijo Paula al servirse una copa de vino, que dejó en la mesa de la cocina. Tenía que haberle preguntado a Pedro qué pasaba. Cualquier aclaración no podía ser peor que la tortura que estaba sufriendo. Tomó el vaso de vino y se sentó para beber unos sorbos. Era periodista y estaba acostumbrada a pensar de manera analítica y con tranquilidad. ¿Por qué no lo hacía en ese momento?

¿Qué había visto exactamente? A Pedro y a su hermana, parados, al parecer por alguna avería, en el camino de vuelta a Bedales. Eso podía significar que Vanesa había visto a Pedro en Cessnock y se había ofrecido a llevarle, pero ¿Por qué no le habían avisado para que no se preocupara? ¿Qué hacía Vanesa allí con el coche de Leonardo Bedford? Quizá su hermana se había hecho pasar por ella. No, no era posible; no le habían engañado la primera vez y ésta menos. Además, ¿Para qué iba a hacerlo? Estaba cansada por el trabajo de los últimos días y comenzó a dolerle la cabeza. No tenía que preocuparse por Pedro y no estaba en condiciones de pensar con cordura. Inspiró profundo. Era evidente que Trina y él iban hacia Bedales. Decidió esperar y ver qué le decían al llegar o al enviarle un mensaje. ¡Un mensaje! ¿Por qué no lo había pensado antes? Lo mismo le habían dejado uno en recepción. Decidida, levantó el auricular. Pero antes de que marcara el número oyó que un coche se detenía afuera. El temor le cortó el aliento y el corazón le dio un tumbo. ¿Qué temía? Perder a Pedro.

-Basta -se dijo con firmeza. No debía atormentarse así pues en seguida, iba a saber la verdad.

Al abrir la puerta temblorosa, vió a Leonardo ayudando a Vanesa a salir de la camioneta mientras Pedro sacaba unas maletas. Tardó un momento en percatarse de que Leonardo formaba parte del grupo. ¿Había estado con ellos todo el tiempo? Antes de que Paula pudiera decir nada, Leonardo se despidió con un movimiento de brazo.

-Gracias por tu ayuda, Pedro. No olvides que he prometido darte a probar el vino nuevo.

Pedro levantó la cabeza y vió a Paula bajo el arco de la puerta de la cabaña. Al ver su expresión comprendió lo que estaba sintiendo.

-No tienes por qué estar tan asustada -le murmuró—. Como te he dicho en el mensaje, no ha sido más que un fallo del motor. Siento la confusión anterior, pero...

-¿Has dejado un mensaje?

-En recepción, ¿No has preguntado?

-Estaba demasiado preocupada para hacerlo -movió la cabeza.

-¡Dios, debes haber enloquecido!

-No sabía qué pensar -asintió a punto de ponerse a llorar.

Pedro le ciñó el brazo con fuerza y le transmitió su calidez como una corriente.

-Entra, vamos a hablar -volvió la cabeza por encima del hombro hacia Vanesa, que esperaba junto a la camioneta-. ¿Nos concedes unos minutos?

-Por supuesto, tomense el tiempo que quieran. Voy a sacar mis cosas del coche.

-Te has creído que me había ido con Vanesa. ¿Verdad? -preguntó después de sentarse en una silla.

-¡De ninguna manera!
-Entonces, ¿Por qué parece que se te ha caído el mundo encima?

-De acuerdo, he pensado lo peor --confesó porque tenía razón y ella estaba indefensa.

-En ese caso, estamos empatados -sonrió.

-¿A qué te refieres? -alzó las cejas.

-Hace unas horas, creía que me estabas engañando cuando te he visto con Leonardo.

-¿Yo con Leonardo? No lo he visto en todo el día.

-Ahora lo sé, era Vanesa quien estaba con él, pero de lejos creía que eras tú. ¡Dios, no sabes las ganas de matarte que me han dado!

-Me lo imagino -se animó-. He sentido exactamente lo mismo al verte con Vanesa-sin avergonzarse y decidida a aclarar su comportamiento, le explicó que había vuelto a Cessnock para buscarle-. Cuando te he visto con Vanesa y no he visto a Leonardo, me he vuelto loca y me he venido a toda prisa sin pensar lo que hacía.

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