martes, 9 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 31

Paula sintió una punzada de alarma. ¿No se había enterado de lo que habían estado hablando antes? Hablaba de casarse con ella para que no la mirara otro hombre. Si no podía convencerlo de que debía haber confianza entre dos personas que se aman, el asunto iba por mal camino.

-Entonces, por el bien de Leonardo, me alegra que lo digas en broma -habló fingiendo ligereza.

A pesar de su decisión, las palabras de Pedro le resonaban en la cabeza mientras trataba de mecanografiar. Le daban tentaciones de aceptar el matrimonio con él. Pero sabía que no era sensato comprometerse si no se lo proponía por los motivos debidos. Por fin, Paula sacó de la máquina la última hoja, se apoyó en el respaldo de la silla y suspiró satisfecha. Le pasó el fajo de papeles a Rowan para que los leyera. Él leyó en silencio y al terminar, colocó las hojas junto a la máquina de escribir y se inclinó para darle un beso.

-Es un reportaje de primera. Vanina Philmont no sabe lo que ha perdido contigo.

-Gracias, espero que mi editor esté de acuerdo -todavía tenía los labios cálidos por el beso y sonrió no sólo por la caricia, sino también por el cumplido. Se despejó unos mechones de la frente-. ¿Quién dijo que el periodismo es divertido y exótico? Estoy agotada.

-Deberías irte a la cama un rato -sonrió con malicia.

-He dicho que necesito descansar -le correspondió la sonrisa.

-Justo lo que te he sugerido -se hizo el inocente. Después de evitar el cojín que ella le tiró, agregó-: ¡Bruja! Tengo ganas de enseñarte modales, pero como estás cansada, en esta ocasión te perdono. Hablando en serio, ¿Por qué no te tomas unas vacaciones? No has dejado de trabajar desde que te dieron este reportaje.

-A Rafael le urge tener los artículos. Mañana iré a Cessnock para enviarle los que he terminado. Los demás pueden esperar unos días, así que podré tomármelo con más calma.

-De acuerdo -Pedro se puso de pie y se desperezó-. Iremos a Cessnock, enviaremos tus artículos por correo y nos divertiremos a lo grande.

-Es una gran ciudad, pero sigue siendo conservadora -le recordó-. Más vale que nos divirtamos sólo un poco.

-Pero tienes un compromiso para salir conmigo, señorita.

A la mañana siguiente, cuando se dirigían a Cessnock, había una nueva calidez entre los dos. Paula no podía dejar de echarle ojeadas ni de pensar en lo mucho que le amaba. ¡Qué pareja formaban! Él, desconfiaba de las mujeres por culpa de su madre; ella, recelaba de los hombres que conocían a Vanesa. Pensando en cómo habían cambiado las cosas para los dos en Hunter, se echó a reír.

-¿Qué te divierte tanto? -le preguntó.

-Nosotros -respondió-. Pensaba que somos una extraña pareja.

-A mí no me lo parece -se tomó el comentario en serio-. Los dos somos creativos y sabemos que lo que queremos en la vida. Y somos muy sensuales.

-¡Qué modesto! -dijo irónica-. ¿Pero tengo que reconocer que para mí ha sido todo un descubrimiento.

-Lo sé, Pau-continuaba serio.

Aunque no habían hablado de ello, Pedro sabía por instinto que ella no era dada a las aventuras sentimentales pasajeras.

De hecho, para Paula había sido una revelación descubrir la profundidad e intensidad de sus instintos sexuales. Jamás se había sentido tan llena de vida como lo estaba en compañía de Pedro, fuera en la cama o no. Le necesitaba mucho. Prosiguieron el trayecto en silencio. Dejaron atrás los viñedos, los huertos y los pastos, conforme se acercaban a Cessnock, el corazón industrial de Hunter Valley. No era una ciudad especialmente bonita. Estaba dominada por fábricas de alfarería, y aserraderos y otras industrias que daban trabajo a los habitantes de la campiña. Sin embargo, tenía un carácter propio y exudaba un aire de vitalidad y progreso. Paula recordó el origen del nombre de la ciudad. El primer poblador escocés había bautizado su pastizal con el nombre de Cessnock, en honor a un poema de su compatriota Robert Burns. Seguro que echaba tanto de menos su país, que necesitaba poner nombres tradicionales a sus nuevas tierras para recordar su origen.

Pedro apagó el motor y le entregó las llaves; cuando le vió a Paula estirar las piernas fuera del coche con dificultad, pensó que debía haber aceptado ir con el coche de Pedro , pero éste le aseguró que todo estaba bien y se dirigieron a la oficina de correos.

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