A Paula le habría gustado poder olvidarla con la misma facilidad, pero viéndole evolucionar por el estudio, no conseguía quitarse de la cabeza los momentos que habían pasado en la piscina. Él había sido cariñoso y generoso; en cambio, en ese momento era un autócrata. Incluso llegó a dudar de que se acordara de que la había llamado Vanesa. Pero sí lo recordaba. Cuando terminaron la sesión, Pedro le propuso ir al bar de al lado para celebrarlo y ella le explicó que no podía porque tenía que preparar el equipaje.
-¿Es el único motivo o hay algo más? -demandó Pedro.
-No comprendo -comentó en tono sarcástico.
-Sí comprendes. Hoy estás muy diferente.
-Te equivocas. Soy yo, Paula, por si se te ha olvidado.
-No se me olvida -la miró de frente.
-Sin embargo, anoche sí -le recordó.
-¿De modo que eso es lo que te tiene molesta? -sus ojos se ensombrecieron y frunció el entrecejo-. Estás enfurruñada por que te llamé Vanesa en un momento de mucha tensión. No tienes que huir de la ciudad por eso.
-No huyo -tronó y mantuvo los puños cerrados para no golpearle. Él seguía sin comprender que eso era muy importante para ella-. Anoche tuviste que anteponer tu trabajo; ahora, yo hago lo mismo. Has cometido más de un error llamándome Vanesa. Has dado por hecho que yo iba a reaccionar igual que ella, aceptando un segundo plano cuando a tí te conviene. No pienso hacerlo. Lo que pasó ayer fue una especie de... aberración. Estaba ofuscada. Ya no lo estoy y es hora de que vuelva a mi modo de vida en vez de pavonearme haciendo una mala imitación de mi hermana.
Salió dando un portazo. Paula bajó por los escalones de dos en dos, sorprendida por la ferocidad de su exabrupto. Alejarse de Pedro era lo mejor que podía hacer. ¡Junto a él se sentía en un tobogán emocional!
Esa noche, en casa, Paula trató de convencerse de que había obrado bien al dejarlo plantado. A él no le importaban sus sentimientos. Se lo había demostrado en su casa y ese día en el estudio. Había hecho bien en cortar la relación antes de que llegara a más. Perturbada, comprendió que ya había llegado muy lejos y que por eso le dolía tanto su indiferencia. Si no significara tanto para ella, no tenía por qué importarle cómo la había llamado. A la mañana siguiente seguía tratando de convencerse de que había hecho lo correcto, cuando salió de la oficina de Rafael con toda la información sobre los pequeños lugares de Hunter Valley. Uno de ellos, Bedales, iba a ser su base mientras recababa datos para el reportaje. En otras circunstancias estaría encantada con ese trabajo, pero en ese momento, lo único que pensaba era que a cada kilómetro que conducía, se alejaba más de Pedro. ¿La echaría de menos o ya la habría reemplazado por alguna de sus amigas modelos? Aunque, lo más lógico era pensar que estaría revelando fotos. Suspiró tranquila y sonrió por su ambivalencia. A ella le venía bien esa separación, pero esperaba que él no sintiera lo mismo.
Cuando llegó a Hunter Valley, las sombras se alargaron. Bedales estaba a unos kilómetros tierra adentro de la ciudad industrial de Cessnock, en las laderas de la cordillera Mount View. A cada lado de la carretera se veía las viñas, frondosas y cargadas de racimos de uvas. Subió por una colina, llegó a un grupo de edificios. Rafael le había dicho que lo habían construido hacía poco, pero la elección de usar materiales antiguos le daba el aspecto de tener más de cien años.
-Buenos días. Debes ser Paula Chaves. Te estaba esperando -la saludaron con efusividad mientras aparcaba el coche, frente al edificio principal.
Salió del vehículo y se encontró ante un hombre un poco regordete, más bajo que ella y de cabello arenoso. Sonreía con tanta calidez que le correspondió.
-Hola, señor... Bedford.
-Por favor, llámame Leonardo-intercaló-. Por aquí no usan muchos protocolos.
-Yo soy Paula-el hombre le cayó bien en el acto.
Parecía contento de verla y eso alivió el dolor que le causaba la indiferencia de Pedro. Con Leonardo Bedford, al menos, no habría confusión en cuanto a su identidad. Le dió a entender que le impresionaba su carrera como reportera de una importante revista y tuvo la impresión de que, además le gustaba. Después de los últimos días con Pedro le alegraba ver la franca admiración de un hombre, hacia ella aunque no tuviera nada con él. Tranquila, se dijo temblorosa. Había aceptado esa misión con el objeto de tener tiempo para pensar y no para crear nuevas complicaciones. Leonardo le ayudó con la maleta.
-Tengo una cabaña preparada para tí y tu fotógrafa -explicó—. Espero que no te moleste compartir el alojamiento, pero no tenemos muchas habitaciones y las demás están ocupadas.
-No importa, somos amigas desde hace tiempo -respondió y aceleró el paso para seguir a Leonardo, por el prado que separaba la destiladora de un pequeño grupo de cabañas.
Al llegar a las casitas, Leonardo abrió la puerta de la más cercana.
-Espero que estés cómoda aquí, Paula. Al menos, vas a estar sola la primera noche. Tengo entendido que tu fotógrafa llegará mañana.
-Eso me han dicho -contuvo el aliento al ver el interior de la cabaña y exclamó-: ¡Es preciosa!
Las paredes y el suelo eran de madera bien pulida. A un lado del salón comedor había una diminuta cocina, muy acogedora, con cortinas y mantel de algodón rojo y blanco. A la derecha vio dos puertas que debían dar a las alcobas, separadas por un baño.
-Hay bastante espacio para las dos -le aseguró a Leonardo-. Usaré la mesa para escribir a máquina y tendremos cada una nuestra habitación. ¿Qué más necesitamos?
-Entonces, te dejo para que coloques tus cosas -parecía satisfecho por la aprobación de Paula. Pero no daba un paso, se apoyó primero en un pie y luego en el otro, como si tuviera algo en su mente.
-¿Hay algo más que debo saber? -preguntó ella.
-Bueno -inspiró profundo y contestó de prisa-. He llenado la cocina de provisiones pero a lo mejor no te apetece cocinar la primera noche. Me gustaría que cenaras conmigo en el restaurante -señaló un edificio grande, en forma de tonel-. Es parte de nuestra cava de degustación y es muy original.
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