martes, 9 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 32

-¿No te arrepientes de no haber ido a Hawaii? -le preguntó Paula mientras esperaban que los atendieran.

Pedro la miró tan acariciante que Paula se estremeció de deseo y tuvo que apoyarse en el mostrador porque le flaqueaban las piernas.

-En este momento, no hay ningún sitio en este planeta en el que prefiera estar -le murmuró al oído.

Paula salió con pies alados de la oficina de correos y le pareció que el mundo era de color rosa.

-¿Qué hacemos ahora?

-Cessnock tiene un excelente centro comercial -comentó Pedro titubeante al tomarla del brazo-. ¿Te apetece verlo mientras busco una hebilla para el estuche de la cámara? La que tenía se ha roto.

-Si quieres te acompaño -no le agradaba la idea de separarse aunque fuera durante poco tiempo.

-Déjalo, tengo que comprar más cosas para el equipo y me voy a entretener. Lo vas a pasar mejor viendo los escaparates de las tiendas -en la acera de enfrente había un café muy acogedor y Pedro se lo señaló-. Luego nos vemos allí para comer, ¿De acuerdo?

-Está bien.

-A las doce y media.

-Perfecto, pero...

Pedro echó a andar y Paula quedó perpleja. Era como si quisiera huir de ella. Se dijo que era una tontería. ¿No le había amonestado por ser demasiado posesivo? Estaba haciendo exactamente lo mismo. Les vendría bien separarse durante unas horas porque desde que había llegado Pedro habían estado juntos casi todo el tiempo. Se animó y se dirigió al centro comercial. Había varias boutiques y grandes almacenes. Descartó estos últimos pensando que tendrían lo mismo que en los de Sydney y se entretuvo en las tiendas pequeñas. Compró una mantilla de seda, hecha a mano por un artista local, para Vanesa. En el último momento también compró un par de gemelos de oro en forma de racimo de uvas para Pedro; contenta con su estuche bajo el brazo, se dirigió hacia el café, pensando que le iba a dar una sorpresa. No tenía ningún motivo especial para el regalo, aunque para ella cada día junto al fotógrafo era especial.

Llegó al café unos minutos tarde, pero antes que Pedro. Las mesas de la terraza no estaban ocupadas y se sentó bajo una sombrilla colorida y pidió un refresco. Al principio, estaba tranquila tomándose el refresco y observando a la gente que pasaba, pero conforme se hacía más tarde comenzó a preocuparse. Pedro siempre criticaba la impuntualidad siempre y no era normal que se retrasara tanto. Tras esperar tres cuartos de hora, se decidió ir a buscarle. En vano fue a las tiendas fotográficas en el centro. Ningún vendedor le había visto. Volvió dos veces al café para ver si había llegado y también fue infructuoso. ¿Qué hacer? Llamó a Bedales y preguntó si el señor Traynor había regresado. Le contestaron que no y que el señor Leonardo Bedford también había salido. No tuvo nadie más a quién recurrir. Quizá se había encontrado con alguien o se había entretenido por algo. Lo mejor era volver al lugar y esperarle allí. Al menos podría llamarla por teléfono. Si le hubiera sucedido algo a Pedro... Se estremeció de miedo.

El trayecto le pareció interminable y llegó agotada a la cabaña. No había noticias de Pedro y Leonardo no había llegado. Nunca se había sentido tan sola y desvalida. Su enfado contra Pedro por haberla dado plantón se convirtió en terror por un posible accidente. Finalmente, no pudo soportar más la espera y decidió regresar a Cessnock. Iría a la comandancia de policía y al hospital para preguntar por él. Aunque tardaba menos llamando por teléfono, si iba a la ciudad, estaría cerca en caso de que Pedro la necesitara.

-Si el señor Alfonso llama, dígale... dígale... que me espere aquí hasta que vuelva -le dijo a la recepcionista antes de volver a salir.

El asunto era desesperante y era la tercera vez que recorría la carretera en el mismo día. Si había desaparecido por algo insignificante, le mataría. Vió una gasolinera y se detuvo. Si se quedaba tirada en la carretera iban a ser dos los desaparecidos. Iba a bajar del coche, cuando vio una camioneta conocida. ¿Era la de Leonardo? Se le saltaron las lágrimas de alegría por encontrar a alguien que pudiera ayudarla, pero se quedó petrificada al reconocer a la persona que estaba junto a la camioneta. El capó del vehículo estaba levantado y Pedro estaba inclinado sobre el motor. De pronto, la puerta de la camioneta se abrió y salió Vanesa.

Paula vió la escena como si fuera una película muda. Se sentía totalmente ajena. Vanesa se acercó a Pedro. Él se enderezó y se limpió las manos en un trapo; le dijo algo a Vanesa, y ésta se echó a reír, haciendo que Paula volviera a estremecerse. Luego Pedro, con cuidado, le limpió una mancha de aceite de la mejilla. Paula buscó a Leonardo, con la vista, pero no le vio. El vehículo estaba vacío y no había nadie más en la gasolinera. El asunto no tenía sentido. Mientras se decía que tenía que actuar como la mujer que era acercándose a Pedro para que le explicara la situación, su pie como si tuviera voluntad propia, pisó el acelerador hasta el fondo. Dió media vuelta chirriando los neumáticos y emprendió el camino a Bedales.

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