martes, 16 de octubre de 2018

El Engaño: Capítulo 40

-No puedo -murmuró acongojada.

-Ya lo he achicado, pero parece que estaba predestinado a que no lo usaras.

-No digas eso. ¡Tú eres mi destino! -gimió dolorida.  Pedro se iba a ir llevándose su corazón. La tentación de ceder la hizo entablar una lucha interna. El anillo y todo lo que significaba, estaba en manos de Rowan, pero no podía aceptarlo sabiendo el precio que tendría que pagar-. No sabes cuánto lo lamento - inspiró profundamente para no sollozar.

-También yo -habló sin inflexión en la voz. Observó el anillo antes de echárselo al bolsillo como si no quisiera verlo más-. Yo también.

Se volvió, pero de pronto, Paula no pudo permitir que se alejara de su vida sin quedarse con algo que la ayudara a sobrevivir. Se arrojó a sus brazos y apoyó el rostro en el hombro de Pedro. Él la abrazó con delirio, como si no fuese a soltarla jamás. Febril, le besó el rostro, el cuello y la boca. La desesperación hizo que ella le correspondiera con ardor y que sintiera que el alma se le quemaba. ¡Cuánto le amaba! Durante un momento fugaz, pensó que todo volvería a la normalidad. Pero recordó a Vanesa, tendida en la cama del hospital, y se petrificó en brazos de Pedro. Él sintió el cambio.

-¿Lo has dicho en serio? ¿Te vas a quedar aquí? -asintió con la cabeza porque no podía hablar-. Entonces hemos terminado, ya no tenemos de qué hablar.

Todo el cuerpo de Paula le pedía que le llamara, pero guardó silencio... el precio era demasiado alto. A través de una tupida cortina de lágrimas, vió cómo echaba la maleta al coche y se sintió terriblemente derrotada. Tras la partida de Pedro, le pareció que el lagar estaba desierto, aunque continuamente llegaba y se iba gente de Bedales. El conductor del tractor, conmocionado por el daño que su negligencia había causado, se fue antes de que Leonardo le despidiera. Paula no sentía rencor hacia él, pues estaba insensible. La partida de Pedro había dejado un vacío en su ser que nada podía llenarlo. Los únicos momentos en que se sentía viva era cuando estaba con Vanesa, le hablaba y le ponía su música favorita. También hablaba con Leonardo para que les oyera. El único nombre que Paula no podía mencionar era el de Pedro. Le resultaba muy doloroso hablar de él. Leonardo debió notar que ya no llevaba puesto el anillo de compromiso, pero no hizo ningún comentario al respecto. La única ilusión que había en su horizonte era la inminente llegada de sus padres. Después del accidente, Paula había hablado con ellos y habían prometido ir a verlas. Estaba deseando que llegaran aunque le habría gustado verles en circunstancias más felices. Estaba sentada fuera de la cabaña, tratando de concentrarse en la lectura, cuando la distrajo una voz conocida.

-¡De modo que esto es lo que haces en cuanto te pierdo de vista!

-¡Rafael! -exclamó sorprendida-. ¿Qué haces aquí?

-¿Así saluda una periodista a su editor? -preguntó, fingiendo severidad.

-Me extraña que digas que eres mi editor -se rió por primera vez en varios días-. Hace tiempo que debía haberte enviado el resto del reportaje.

-No te preocupes por algo tan insignificante como una fecha -se sentó frente a ella y se inclinó hacia adelante-. Los periodistas de primera, pueden elegir su trabajo.

-¿De primera? -repitió pasmada-. Soy de segunda categoría.

-No, desde que empezaron a salir los artículos sobre Hunter Valley, has subido de rango -le informó-. Hemos recibido muchas suscripciones de los entusiastas del vino.

-Pero todavía no he terminado la serie.

-Lo sé y nuestros lectores esperan impacientes lo que siga, pero no vas a trabajar hasta que estés del todo repuesta del accidente. La señora Philmont me ha pedido que te lo diga.

-¿Te ha enviado la señora Philmont hasta aquí sólo para que me digas que me mejore?  Casi no podía creerlo.

-No me ha enviado, pero me ha sugerido que viniera para ofrecerte otro puesto como editora de la revista Descanso y Dinero -recompensó a Paula con una amplia sonrisa.

¡Le ofrecían una editorial y la promovían de categoría! Era demasiado para poderlo asimilar de golpe.

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