Él le levantó la barbilla para mirarla a los ojos. La quemó con la intensidad de su mirada.
-Creo que los dos nos volvemos un poco locos cuando se trata del otro. Ni siquiera los problemas que hemos podido tener en el pasado bastan para explicar nuestras reacciones. Paula, conocerte ha sido lo mejor que me ha sucedido y si me vuelvo loco es pensando que podría perderte.
Paula se puso de pie para acercarse a sus brazos y la fuerza del abrazo la convenció más que las palabras. Le recorrió la espalda con las manos como si estuviera tocando un querido instrumento. Los temores se habían disipado y su corazón cantaba de alegría. Sus bocas se unieron y Paula entreabrió los labios para que profundizara el beso. Cuando la necesidad de respirar les hizo separarse, ella recordó:
-Vanesa está esperando -murmuró.
-¡Al diablo con Vanesa y el resto del mundo! -exclamó con salvajismo-. En este momento sólo pienso en lo mucho que te quiero.
-Vamos a tener mucho tiempo para nosotros- con cautela, se salió del círculo de sus brazos, sirvió una copa de vino y se la dió-. Podemos esperar -dijo con pasión.
-Habla por tí -gruñó riéndose ya controlado-. Supongo que tienes razón, pero la vigilia no debe ser larga.
-No lo será -prometió. Después de la interminable espera de ese día, un poco más no tenía importancia, aunque Pedro tenía menos paciencia que ella-. Dime qué ha pasado en Cessnock esta mañana.
Pedro dió un sorbo de vino y dejó la copa.
-Iba a encontrarme contigo, como habíamos quedado, cuando me pareció verte con Leonardo. Al alcanzarles, me enteré de que había venido Vanesa y se había encontrado con Leonardo. Él, pensando que eras tú, se había ofrecido a traerla y cuando descubrió que era tu gemela la invitó al valle. Para cuando la situación se aclaró, ya te habías ido del café y no sabía dónde buscarte. Como tenías las llaves del coche me imaginé que habías vuelto a Bedales. Les pedí que me trajeran y se estropeó la camioneta por el camino. Cuando nos viste yo estaba examinando el motor y Leonardo estaba dentro del taller, hablando con el mecánico.
-¡Qué confusión! -soltó el aire que tenía contenido en los pulmones-. No he dejado de decirme que debía haber una explicación lógica, pero no se me ocurría ninguna.
-Y has pensado que te había mentido sobre mi relación con tu hermana - terminó por ella. Paula desvió la mirada y Pedro la hizo volverse para darle un beso fugaz en los labios-. Es lógico que llegaras a esa conclusión y por eso voy a asegurarme de que no vuelva a ocurrir nada parecido.
-¿Cómo?
Pedro metió una mano en el bolsillo y sacó un estuche de terciopelo. Lo abrió y se lo ofreció.
-Dándote esto.
Paula contuvo el aliento. Dentro del estuche había un brillante tallado y engarzado en un delgado anillo de oro blanco.
-¿Me lo has comprado hoy?
-Claro. ¿Por qué crees que quería irme solo un rato? Pensaba dártelo durante la comida. ¿Te quieres casar conmigo?
-Sí, Pedro, de todo corazón.
Le miró embelesada. Rowan descargó los pulmones de golpe revelando lo inseguro que había estado. Sacó el anillo del estuche y se lo colocó a Dannielle en el dedo anular de la mano izquierda.
-¡Maldición, te está un poco grande! Estaba seguro de que era la medida correcta.
Paula le deslizó el dedo por la mejilla para terminar junto a la boca. Pedro le besó el dedo.
-No importa, es el anillo más bonito del mundo -le aseguró.
¡Aunque le hubiera dado una vitola, estaría feliz!
-De todos modos, mandaremos achicarlo cuando volvamos a Sydney. Quiero que todo esté perfecto para tí.
-Ya es perfecto -encantada, le miró con los ojos bien abiertos.
-¡Vanesa! --exclamaron al unísono cuando recordaron a la gemela.
-¿Puedo entrar? -preguntó Vanesa.
Cansada de esperar había elegido ese preciso momento para asomarse por la puerta.
-Por supuesto -respondió Paula con voz vibrante por la felicidad.
Luego recordó que su hermana tenía problemas. Quizá no era el momento propicio para darle la noticia. Se lo advirtió a Pedro con la mirada y él asintió.
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