Ana la llevó hasta el lugar reservado a la familia Soares en una de las mesas, que para entonces estaban cargadas de comida y bebida. Horacio y Ana se sentaron en la cabecera de una de las mesas con las familias de sus hombres, y Pedro y Paula en el otro extremo. Al principio las mujeres se mostraron tímidas, pero a medida que Pedrotraducía las preguntas de Paula, se fueron relajando y rieron con ganas cuando ella probó el mate y tuvo que hacer esfuerzos para no escupirlo.
—Nao, obrigada. Agua por favor.
Pedro le pasó un vaso de agua y le tomó la mano. Paula interceptó una mirada asesina de Candela.
—Estamos llamando la atención —susurró. Pero él simplemente le apretó la mano con más fuerza.
—Me da igual.
Algunos hombres empezaron a tocar guitarras y acordeones. Ana llamó a las mujeres de su mesa.
—Vamos a por los postres —anunció.
María, Mariana y las demás llevaron tazones de ensalada de fruta a las mesas y helado para los niños. Ana llevó un gran tazón con trifle a la mesa donde estaba la familia Soares y Paula colocó el otro delante de Horacio.
—¿Quieres probarlo?
Horacio miró el postre de bizcocho, natillas, gelatina y frutas empapadas en jerez.
—Será un placer.
Toda la mesa acogió con entusiasmo el postre inglés, y Paula sonrió para sí cuando vió que Candela apartaba deliberadamente su plato sin probarlo, para alegría de su padre, que comió ambas porciones con satisfacción. Los niños jugaban ya bajo los árboles, pero la música cambió de pronto y todos los niños se pusieron en alerta al oír los compases familiares de Navidad, Navidad.
—¡Papá Noel! —gritó una niña.
Y todos los niños corrieron en estampida hacia el hombre grueso de traje rojo y barba blanca que iba sentado con grandes sacos de regalos en un carro tirado por un caballo. Cuando desmontó, los niños lo rodearon vociferantes
—¡Calma, calma!
Los niños corrieron a sentarse en la hierba.
—Debe de tener mucho calor —murmuró Paula, encantada con la escena.
—No demasiado. El traje está hecho de seda —explicó Pedro—. Discúlpame, tengo que ayudar a mi padre a entregar los regalos.
Papá Noel leía en voz alta los nombres en los regalos y Horacio y Pedro los entregaban a los niños bajo las miradas indulgentes de sus padres y abuelos. Cuando todos los niños tuvieron un regalo, Papá Noel sacó otro saco con regalos pequeños que tendió a los demás invitados, incluido uno para Paula. Pedro volvió a sentarse a su lado mientras todos abrían sus regalos entre grititos de placer. Todos los ojos se posaron en Paula cuando desenvolvió su cajita de terciopelo. Lo abrió y sacó una cadena de oro con un colgante de esmeralda a juego con los pendientes. Miró a Pedro con un sobresalto.
—Es Navidad —le recordó él—. Tienes que aceptarlo.
—Gracias. Muito obrigada —repitió para los demás; inclinó la cabeza para que Pedro se lo abrochara.
Volvió a sonar la música y muchos invitados, entre ellos Candela Soares, empezaron a bailar bajo los árboles. Pedro sacó a Paula, que bailó una pieza con él y después se sentó con sus padres mientras él cumplía su deber con algunas de las damas y finalmente bailó con Candela. Ésta empezó la pieza con aire triunfal, pero la terminó con mala cara. Corrió hasta su padre y poco después eran los primeros en marcharse. Mucho más tarde, cuando todos los sirvientes de la Estancia habían terminado de recoger los restos de la fiesta, Paula y Pedro dieron las buenas noches a los padres de él y fueron a dar un paseo bajo las luces de los árboles. Roberto le tomó la mano.
—¿Te ha gustado tu Navidad gaucha?
—Inmensamente. Aunque no deberías haber sido tan espléndido con tus regalos.
Él se encogió de hombros.
—Solo son joyas, Paula. No un anillo.
—¿Qué ocurre aquí mañana? —quiso saber ella.
—Mis padres descansarán, los sirvientes tendrán fiesta y tú y yo pasaremos más tiempo juntos. Iremos a montar, si tu encantador trasero está mejor.
—Debe de estarlo, porque no me he acordado de él en todo el día —respondió ella riendo.
Él la abrazó y frotó su mejilla en el cabello de ella.
—Tenerte aquí hoy ha sido el mejor regalo de Navidad de mi vida —la miró a los ojos—. Tenía mis dudas de que vinieras.
—Yo también —respondió ella—. Y no ayudó mucho que no estuvieras en el aeropuerto.
—Te pido disculpas. Me puse furioso cuando me ví retenido por el ganado, pero eso me dió ocasión de preparar mi pequeño espectáculo. Quería impresionar a mi chica.
—¿Tú me consideras así? —preguntó ella.
—Sí. Yo creo que estamos destinados el uno para el otro.
—Pues es una lástima que el destino no nos situara más cerca —comentó ella—. La geografía es un problema para nosotros.
—Pero encontraremos una solución —él le tomó la mano—. Debes de estar cansada. Hoy has trabajado mucho.
—También he disfrutado mucho. Y por cierto, ¿Qué le has dicho a Candela? No parecía muy contenta después de bailar contigo.
—La he reñido por haber hecho que te tirara el caballo —Pedro se encogió de hombros—. También la he amenazado con decírselo a su padre, cosa que le da pánico. Por mucho que la mime, Alberto Soares no le perdonaría que hiciera daño a mi invitada ni a mi caballo —la abrazó—. Pero vamos a olvidamos de todo el mundo y a disfrutar de estos pocos momentos juntos antes de irnos a camas separadas.
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