martes, 4 de septiembre de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 29

Paula achicó los ojos.

—¿Qué le has dicho?

—Que sí, por supuesto —sonrió Juan—. Estarías loca si rechazaras unas vacaciones gratis en Brasil.

Laura le dijo lo mismo cuando la llamó en la hora del almuerzo.

—Vete, chica. Sabes que quieres ir.

Paula quería, pero no podía dejar que Pedro lo supiera.

—Has pasado por encima de mí —lo acusó esa tarde cuando llamó.

—No comprendo.

—Has hablado con Juan antes de que te dijera que quería ir.

—Pero tú dijiste que lo pensarías si tenías vacaciones, así que he llamado al señor Massey para acelerar el proceso. Mi madre te escribirá para invitarte formalmente si eso es lo que quieres, Paula.

—Muy amable de su parte.




—¿Entonces vendrás? —él hizo una pausa. Como ella no contestó, dijo con dureza—: Muy bien. Si no quieres volver a verme, olvídalo.

—¡Alto ahí! —exclamó ella con pánico—. Sí quiero volver a verte, pero todavía me duele que tardaras tanto en llamarme.

—Quería estar fuerte de nuevo antes de hablar contigo —repuso él con dureza—. ¿No puedes comprender eso?

—¿Eso es porque eres un gaucho?

—No, querida, es porque soy un hombre. Hazme feliz y dime que vendrás.

—Si lo pones así, sí, iré. Muchas gracias por invitarme. Será un placer pasar la Navidad en tu estancia.

Hubo un momento de silencio.

—¡Gracias a Dios! —exclamó él con voz ronca—. Contaré los días hasta que llegues. Mañana tienes que decirme qué día puedes salir para que organice el billete de avión.

Cuando todo estuvo arreglado, Paula pidió a Laura que organizara una comida con Fabián y Rodrigo  y sirvió champán con los bistecs.

—Es obvio que se trata de una ocasión especial —musitó Laura—. ¿Qué pasa?

—Me voy fuera en Navidad.

—Faltan meses —señaló Fabián.

—¿Vuelves a Portugal? —preguntó Rodrigo.

—No, voy a un rancho de ganado en Rio Grande do Sul.

—Para estar con Pedro Alfonso—anunció Laura. Rió con ganas al ver las caras de ellos—. Es el misterioso cliente que pagó a Paula para identificar su cuadro.

—¿El piloto de carreras? —preguntó Rodrigo.

—El mismo —respondió Paula —. Le interesa mi trabajo.

—Seguro que no es solo tu trabajo —Fabián sonrió—. Ve con cuidado.

—Me quedo en casa de sus padres, así que es todo muy respetable —le aseguró ella—. Y Pedro me ha enviado un billete en primera clase.

Una vez arreglado el tema del viaje, Pedro y ella pasaron a hablar de sus vidas.

—La noche que nos fuimos de la Quinta, la empresa de seguridad pilló al amigo fotógrafo de Eliana registrando mi habitación —le contó él—. Juró por la vida de su madre que trabajaba solo, pero no me lo creo.

—O sea que la encantadora Eliana se va de rositas una vez más.

—No hablemos más de ella. Me interesas tú.

Poco después, Pedro le contó que había empezado a pasar periodos regulares a caballo con el ganado ahora que su pierna iba mucho mejor.

—Te llamaré menos —le advirtió—. Dime que estás impaciente porque nos veamos.

Paula lo estaba. Tan impaciente que cambió de tema para que él no adivinara hasta qué punto.

—¿Sabes cuál es la talla de ropa de tu madre?

—¿Y cómo voy a saber eso?

—Concéntrate. ¿Es la misma talla que yo? ¿Es morena o rubia? ¿De qué color tiene los ojos?

—No es tan alta como tú, y es un poco más rellena. El pelo y los ojos son como los míos. ¿Por qué?

—Mañana iré a comprar regalos de Navidad.

—No me compres nada a mí —dijo él—. Lo único que quiero por Navidad es volver a verte.

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