"Asegurate de mantenerte serena. A las modelos se las ve pero no se las oye".
El último consejo de Vanesa seguía haciendo eco en los oídos de Paula, mientras se preparaba para ir al estudio de fotografía. Su único consuelo era la alegría que su hermana había mostrado en vísperas de sus cortas vacaciones.
Habían trabajado todo el fin de semana para que Paula se convirtiera en algo cercano a una modelo y, aunque Vanesa había jurado que la transformación era completa, Paula seguía sintiéndose insegura. Sin embargo, la impulsaban marcas de cansancio que había en la cara de Vanesa y su decaimiento de los últimos días.
-¿Estás segura de que no te importa hacerlo? -le había preguntado varias veces, la noche que se despidieron.
-Por supuesto. ¡Vete a descansar! Yo me encargaré de todo .
-¿Cuántas veces había dicho lo mismo desde que eran niñas?, se preguntó Paula mientras se daba los últimos toques de maquillaje.
Le pesaban el delineador de ojos y las diferentes sombras porque no estaba acostumbrada a tanto artificio. Pero Vanesa le había asegurado que tenía que presentarse maquillada como una profesional.
-¡Maldición! --exclamó cuando le cayó una gota de rímel en la mejilla.
Las manos le temblaban y se esforzó por controlarlas para limpiarse la mancha antes del retoque final. «¿Estás lista, señorita 0... señorita Chaves?», se preguntó y se obligó a sonreír a su imagen en el espejo. ¡No es posible!, se dijo desviando la mirada. Mientras recogía sus cosas, recordó lo que el fotógrafo de Monarch había dicho a la modelo: finge. Eso mismo haría ella: fingir seguridad, a pesar de que se estremeció por dentro. No fue difícil llegar a la dirección que Trina le había dado. Era en Milson Point, en un elegante edificio que antes había sido un inmueble de apartamentos de lujo. Por lo visto, se había convertido en un edificio para agencias publicitarias, estudios de arte y productores de películas. Un letrero pintado a mano le indicó el camino al «Estudio de Fotografía». Notó que acaban de instalar el estudio porque todavía no estaba el nombre en el directorio de los inquilinos. El corazón le golpeteaba en el pecho mientras subía la escalera siguiendo los letreros escritos a mano. El último estaba en una puerta morada y Paula respiró profundamente para calmarse. Finge, se recordó y trató de aparentar la despreocupación de Vanesa. Lo logró sólo en parte imaginándose que se estaba preparando para otra difícil entrevista con un político hostil o alguno de los muchos hombres maduros de negocios que había entrevistado. Cualquier cosa era mejor que esa terrible sensación que tenía de que se acercaba al borde de un abismo. Cuando estaba a punto de dar media vuelta y marcharse, se abrió la puerta.
-Hola -murmuró, ronca, al ver a un hombre joven y sonriente, de poco más de treinta años, vestido informal: pantalón vaquero ceñido y camisa de cuadros.
-Hola de nuevo -respondió mirándola. Paula llevaba un pantalón de satén color blanco y blusa de encaje crema, atuendo de Vanesa-. No te acuerdas de mí, ¿Verdad? Soy Lucas McGuire.
-Por supuesto que sí -mintió y le ofreció la mano-. Me alegro de volver a verte. Lucas. ¿Te ibas? Puedo volver más tarde.
-No tenemos leche para el café -explica... e iba a comprarla. Pero ya que estás aquí, más vale que empecemos. Dicen que el tiempo es dinero. Entra.
El joven era tan alegre y natural que Paula se tranquilizó porque, después de todo, la sesión podía no ser tan difícil. El estudio era enorme y abarcaba casi todo el piso del edificio. .Unos ventanales del suelo al techo, ofrecían una maravillosa vista del centro de la ciudad, donde se erguía la Torre Central como un hongo de acero, rodeado de un grupo de rascacielos. Los ventanales estaban flanqueados con pesadas cortinas negras, según supuso Paula, que se accionaban por medio de un mecanismo eléctrico para que el fotógrafo pudiera controlar la luz. A su derecha había un ciclorama pesado y blanco, suspendido de un tubo asegurado en el techo y detrás, unos inmensos rollos de papel de diferentes colores, para usarlos como fondo. En frente estaba el usual despliegue de cámaras y reflectores que ella conocía de cuando había trabajado con fotógrafos. El pulso se le fue normalizando porque se sentía a gusto.
-Tienen un sitio muy agradable para trabajar --comentó imitando la voz e inflexión de Vanesa.
-Gracias. Llevamos aquí sólo unas semanas, pero ya estamos casi instalados. ¿Quieres café?
-No, gracias... prefiero... empezar a trabajar -para terminar lo antes posible, se dijo en silencio.
-Pero... bueno, puedes ponerte el primer traje. Están en aquel rincón - señaló hacia un perchero en donde había trajes de baño cubiertos con un plástico.
-¿Dónde me cambio? -preguntó buscando con la vista señales de otra habitación.
-Vas a tener que hacerlo aquí mismo --sonrió-. Todavía no han instalado los vestidores. Sé que es desagradable dejar todo en el suelo, pero será diferente la próxima vez que vengas, te lo prometo.
Paula dedujo que había interpretado que lo que la preocupaba era no tener dónde colgar la ropa que llevaba puesta. Lucas no podía imaginarse que su angustia se debía a que tenía que cambiarse delante de él, pero no era típico de una modelo profesional. Sabía que las modelos estaban acostumbradas a eso porque las había visto desnudarse en habitaciones llenas de gente. Pero en esas ocasiones no había sido el cuerpo de Paula el que se exhibía en público. Se dió ánimos mientras se dirigía hacia el rincón.
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