jueves, 20 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 10

-Tiene razón -se serenó porque ella había pensado lo mismo-. También yo tengo que volver al estudio. Gracias por la comida, señora Howard.

-Ha llamado el señor Alfonso para decir que le espere aquí porque quiere hablar con usted -la detuvo el ama de llaves.

Bien, ella también quería hablar con él para reprocharle su comportamiento. Sin embargo, no iba a permitir que hubiera más malentendidos. Con uno había sido bastante.

-Por favor, pídale disculpas por mí, no puedo esperar.

-Se va a decepcionar -le advirtió la señora.

Ya se le pasará, pensó molesta, pero no iba a decir nada porque la señora había sido muy amable. Sonrió.

-Lo siento, tengo otro compromiso y estoy segura de que el señor Alfonso lo comprenderá-. Era evidente que el ama de llaves estaba acostumbrada a obedecer a Pedro Alfonso, como si sus palabras fueran ley, y que esperaba que todos hicieran lo mismo. ¡Debía ser un tirano en casa también!- Cuando le vea le diré que usted me ha dado el mensaje, -con eso se quitaba la responsabilidad a la señora y su jefe no podría amonestarla.

-Como quiera -murmuró la señora Howard sin tranquilizarse-. ¿Puedo decirle que le llamará por teléfono?

-Por supuesto -pero lo haría a la mañana siguiente, cuando verificara si el día era adecuado para las fotos al aire libre. Vanesa le había hablado de ese tipo de protocolo.

-Muy bien, le diré que le va a llamar-concluyó más serena.

Paula salió del suntuoso departamento. Satisfecha, imaginó a Pedro Alfonso sentado junto al teléfono esa noche, esperando su llamada. Bien merecido se lo tenía después de lo que le había hecho imponiéndole la compañía de Javier Andrews. ¿De qué querría hablarle? Sería cuestión de trabajo o de la extraña relación que su hermana parecía tener con él. Si Pedro no tuviera algo en contra de su gemela, no la trataría tan mal. Preocupada por el acertijo. bajó en el ascensor al vestíbulo, donde el portero le abrió la puerta. Si hubiera estado más alerta se había dado cuenta de que un coche rojo oscuro se había parado a su lado y de que habían abierto la puerta. Pero cuando Paula quiso reaccionar, ya la tenían tomada de un brazo e intentaban meterla en el coche.

-¡Suélteme! -gritó antes de reconocer a Javier Andrews-. ¡Es usted!

-¡Claro! -respondió grosero y Paula asoció su sonrisa con un cocodrilo que había visto en el zoológico Taronga-. Alfonso se cree muy listo, pero yo también lo soy. Entra.

Paula se aferró a la puerta del coche. ¡Era una pesadilla! ¿Cómo podía ponerse así con toda impunidad, a plena luz del día y en medio de la ciudad? Se resistía y él tiraba de ella con más fuerza.

-Anda, querida, sé que quieres entrar. Te voy a recompensar muy bien.

Esa sugerencia fue la gota que derramó el vaso. Paula hizo un último esfuerzo y tras soltarse, se apoyó contra la pared del edificio de departamentos. Durante un momento pensó que Andrews iba a salir del coche, pero no lo hizo. Ella permanecía adherida a la pared cuando él estiró el brazo hacia la puerta.

-Ya veo que me he equivocado contigo, cariño. No te mereces esfuerzo alguno de mi parte.

-¿Qué diablos pasa aquí?

Paula volvió la cabeza y al ver a Pedro que se acercaba, sintió gran alivio. Instintivamente corrió hacia él y el fotógrafo la abrazó protector. La furia que revelaba la voz de Pedro había asustado a Andrews, quien se quedó inmóvil mirando al fotógrafo.

-La idea ha sido tuya, recuérdalo.

-No necesitas ayuda para idear nada. Vete -la expresión de Pedro  era francamente de desprecio.

Andrews dió un portazo, accionó la palanca de velocidades y emprendió la marcha haciendo rechinar las ruedas. Al ver que se alejaba, Paula se apoyó contra el cuerpo de Pedro.

-¡Menos mal que has llegado en el momento preciso! Quería «convencerme» de que me subiera a su coche.

-¿Qué haces en la calle? -exigió Pedro-. Se supone que Dora Howard te estaba cuidando.

-Sí, pero... he decidido irme a casa. Ahora me arrepiento de no haberte esperado.

-Siempre hay una primera vez para todo -la miró con duda en los ojos.

-Mira quién me critica. Eres tú quien me ha comprometido para que viniera aquí con ese asqueroso.

-No debía habértelo hecho y lo siento. Te suplico que creas que no pretendía que el asunto llegara tan lejos -hablaba sombrío.

-Lo sé -aceptó.

Vanesa habría comprendido lo que había detrás de todo ese asunto. Paula estaba confusa y cansada por el trabajo y los sucesos del día.

-Necesitas tomar algo -sugirió al notar el agotamiento en su cara-. Sube al departamento y luego te llevo a tu casa. Es hora de que hablemos.

Paula volvió a sentir miedo. ¿De qué iban a hablar? ¿Podría seguir ocultando su verdadera identidad? ¿Qué iba a hacer en casa de Vanesa? Si le daba su dirección se daría cuenta de que era una impostora. Pero si rechazaba el ofrecimiento de Pedro, sospecharía. Con resignación, subió de nuevo al apartamento. Dora Howard pareció sorprendida al verla otra vez, pero con mucho tacto, no dijo nada y fue a preparar las bebidas que le había pedido Pedro. Paula se sentó en el borde de un sofá. Seguía nerviosa por el encuentro con el odioso Javier Andrews.

-¿Por qué le toleras como cliente? -le preguntó a Pedro.

-Te equivocas -contestó disgustado-. El cliente es un buen amigo mío, pero por desgracia, Andrews es su cuñado y no puedo despedirle. Pero sí puedo hacer algo y mañana, a primera hora, me aseguraré de que le quiten la cuenta de los trajes de baño.

Paula se tranquilizó pensando que no iba a volver a verle, pero seguía intrigándole el motivo que había tenido para colocar a Vanesa en una situación tan difícil. De nuevo deseó que su gemela hubiera sido más franca con ella. Se hizo un silencio que duró varios minutos y Paula seguía sentada en el borde del sofá, tratando con desesperación de hallar una excusa para irse, antes de delatarse y traicionar a Vanesa. Pedro era el amo, en su casa y, además se percibía que dominaba cierta energía, lo que la hacía sentirse como si estuviera enjaulada con un tigre. Pedro se puso de pie y su presencia física se hizo más impresionante. Automáticamente ella también se levantó para no quedar en desventaja, pero al instante se arrepintió porque se quedó muy cerca de Rowan sintiendo su cálido aliento acariciándole las ardientes mejillas.

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