jueves, 20 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 9

Llegaron  al departamento de Pedro en silencio: el de ella despiadado; el de Javier Andrews esperanzado.

-Alfonso ha sido muy amable dejándonos su casa para comer -rompió el silencio Andrews.

-Sí, es puro corazón contestó impasible.

Pedro vivía en un edificio muy elegante, como revelaban el diseño arquitectónico y el servicial portero que les condujo al ascensor.

-Vive muy bien -murmuró Javier mientras subía al último piso.

Era evidente que pensaba que Pedro vivía con lujo a sus expensas. Al entrar, Paula contuvo el aliento, admirada. El ático estaba a tres niveles y casi toda la decoración era en tono beige, que creaban un ambiente de luz y espacio. A la izquierda de la entrada principal había una escalera de caracol que conducía a los pisos superiores y la distribución abierta revelaba una serie de tragaluces en el piso superior que inundaban todo con una maravillosa luz natural. En el primer nivel había una inmensa sala con ventanas que se abrían a una fabulosa vista del norte de Sydney. La habitación era fresca, elegante y muy bien amueblada con varios sofás, colocados en grupos, para facilitar la conversación. Un mostrador para bebidas, de cristal y metal cromado, ocupaba la mitad de una pared y detrás había unas fotografías enmarcadas. Supuso que eran obra de Rowan.

-Vamos a subir -sugirió animado Javier, satisfecho de tener a Paula en un ambiente tan suntuoso para él solo.

-¿No podemos quedarnos aquí para admirar la vista? -preguntó incómoda.

-No hemos venido a eso -le recordó y le ciñó el brazo para conducirla hacia la escalera.

Al sentir cómo le clavaba los dedos en el brazo, Paula comprendió que iba a tener dificultades para mantenerle alejado cuando se presentara el momento que él esperaba. El segundo nivel era un entrepiso con vista a la sala donde el comedor estaba aislado con una tela de alambre pintada del mismo color que las paredes. La cocina estaba a la derecha y, a la izquierda, vió la alcoba principal. Javier siguió su mirada hasta la gran cama circular que ocupaba casi toda la alcoba. Allí cambiaba el colorido y la manta Marimekko tenía sutiles diseños en color rosa subido.

-Luego veremos bien esa habitación -comentó con atrevimiento-. Ahora, más vale que te ocupes de la comida. Pedro me ha dicho que puedo tomar lo que encuentre.

¿La incluía a ella?, se preguntó la chica. Vanesa debía caerle mal a Pedro porque, de lo contrario, no la hubiera expuesto a la compañía de un lobo como Andrews, ni le hubiera proporcionado el escenario propicio para que satisficiera sus caprichos. Parecía que a Pedro le divertían esas situaciones y Paula se estremeció al pensarlo. No debía haberse metido en esa loca aventura. Pero ya no podía arrepentirse y dio un paso titubeante hacia la cocina.

-Voy a ver qué hay para comer -quizá, mientras preparaba algo se le ocurría cómo escapar.

-Les estaba esperando para comer, me ha llamado el señor Alfonso para avisarme de que iban a venir -tanto Paula como Javier miraron asombrados a la mujer alta y delgada que salía de la cocina. Llevaba puesto un elegante vestido de lino verde, protegido con un delantal con puntillas-. Soy Dora Howard, el ama de llaves del señor Alfonso-le informó a Javier, sonriendo a Paula-. Es un gusto volver a verla, querida.

Paula tuvo que contener la risa cuando vió que Javier estaba boquiabierto. Con aquella mujer allí no podría realizar sus designios.

-Me alegro de que esté aquí, señora Howard- comentó Paula sin mirar a Javier.

-¿Está segura de que Alfonso no le ha dado la tarde libre? -preguntó Javier con malicia.

-¡De ninguna manera! -respondió el ama de llaves con los labios bien apretados-. He preparado la comida y el señor Alfonso me ha pedido que me quede por si necesitan algo.

-Tal como ha dicho antes, es puro corazón -murmuró.

Paula se estremeció cuando se sentó a la mesa. Pedro había preparado todo para que ella... más bien, que Vanesa... pensara que la iba a dejar con Javier Andrews sabiendo que no podría defenderse. En cuanto regresara al estudio le iba a cantar unas cuantas verdades. ¿Cómo se había atrevido a meterla en ese embrollo? La comida fue un triunfo para Paula y una decepción para Javier. Cada vez que él se inclinaba hacia delante para acariciarle la mano, aparecía Dora Howard para preguntar si querían algo.

-Nada que usted pueda proporcionarme- masculló Javier, una vez como respuesta.

La señora Howard le oyó pero se limitó a decir que iba a servir el café.

-Me voy a la oficina-declaró Javier empujando la silla hacia atrás y Paula tuvo que dominar la risa de nuevo.

-Gracias por la invitación, señor Andrews -Paula sonrió fingiendo inocencia-. Debemos repetirlo en el futuro.

-No me gustan los tríos- disgustado miró hacia la cocina.

Se despidió y salió dando un portazo. Paula esperó hasta estar segura de que él se había ido para soltar una carcajada.

-¿Qué es tan chistoso? -preguntó la señora Howard al colocar una taza de café delante de la chica.

-La expresión de Javier Andrews cuando la ha visto aquí -Paula se enjugó las lágrimas de risa con el dorso de la mano-. Puede beberse el café del señor Andrews porque se ha ido.

-Imagino su sorpresa. ¡Qué osadía pensar que el señor Alfonso iba a permitir que viniera aquí para estar a solas con él!

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