martes, 11 de septiembre de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 41

Ella consiguió sonreír.

—Especialmente los gauchos.

—Eso está mejor, querida. Prefiero tus sonrisas a tus lágrimas.

—Yo también —respondió ella con sequedad—. ¿De qué quieres hablar?

—De mí, por supuesto. ¿De qué otra cosa va a querer hablar un hombre? — bromeó él. Luego se puso serio—. Quiero que me escuches con mucha atención. Y no te apartes de mí.

Paula no tenía intención de moverse lo más mínimo. El calor y la proximidad de él eran una necesidad vital para ella en aquel momento.

—Cuando murió Lucas, regresé inmediatamente a la Estancia para estar con mis padres. Pero como quiero que entre nosotros solo haya sinceridad, te confieso que no pensaba quedarme mucho tiempo. Yo llevaba años viviendo fuera de casa y viendo a mi familia solo en ocasiones especiales como Navidad o cumpleaños. Cuando volví, hacía meses que no veía a mis padres y me sorprendió encontrar a mi padre tan mayor. Mi madre es quince años más joven que él, así que el cambio no fue tan grande en ella.

Hizo una pausa.

—Decidí tomarme un respiro en mi carrera y quedarme en la Estancia para aligerar la carga de mi padre, pero mi idea era volver a las carreras cuando mi padre superara su pena. Luego, como sabes, pasó lo del accidente y eso dió al traste con mis sueños sobre mi carrera. Trabajé mucho para recuperarme físicamente, pero mentalmente estaba inmerso en la autocompasión. Hasta que el destino te puso en mi camino y mi vida cambió para siempre.

La besó en los labios para añadir énfasis a sus palabras.

—Cuando mi padre me llevó al hospital desde el aeropuerto, estaba preparado para soportar todo lo que pudieran hacer los médicos para que yo volviera a andar y a cabalgar con normalidad.

Paula le pasó una mano por el pecho.

—¿El dolor fue terrible?

—Al principio sí, pero hice todo lo que me pedían —se llevó la mano de ella a los labios—. Pero no podía llamarte hasta que supiera con certeza que podría funcionar normalmente, tanto en la silla como sobre mis dos piernas.

—Podías haberle pedido a alguien que me enviara un correo electrónico para que yo supiera que habías llegado bien —señaló ella.

—Prefería esperar hasta que pudiera oír tu voz —repuso él—. Tuve mucho tiempo para pensar en cómo sería mi vida cuando volviera a la Estancia. Y aunque quiero a mis padres y disfruto de la compañía de mis hombres, necesito algo más en mi vida. Te echaba tanto de menos que te invité a venir por Navidad con la esperanza de que te gustara la Estancia.

—Y me ha gustado —suspiró ella.

Pedro le volvió la cara hacia él.

—Entonces tengo una pregunta para tí —la miró a los ojos—. ¿Me quieres, Paula?

No era la pregunta que ella esperaba oír, pero decidió contestar con sinceridad.

—Sí.

Él respiró hondo.

—¡Gracias a Dios! ¡Cómo deseaba oírte decir eso!

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Tú ya sabes por qué.

Paula miró los ojos oscuros y posesivos de él y decidió quemar sus últimas naves.

—¿Por casualidad es porque me quieres tú?

—¿Tienes que preguntarlo? —preguntó él atónito—. Creía que estaba escrito en mi cara y que todos pueden verlo.

Ella bajó la vista. El corazón le latía con tanta fuerza, que estaba segura de que él debía oírlo.

—Sabía muy bien que me deseabas físicamente.

—Así es —le aseguro él—. Adoro tu cuerpo, pero te quiero más a tí. Te quiero con todo mi corazón y toda mi alma y siempre te querré. ¿Quieres casarte conmigo y vivir siempre en la tierra de los gauchos, Paula? Porque si dices que sí, tiene que ser hasta que la muerte nos separe.

—Digo que sí. A casi todo —añadió ella para evitar malentendidos.

—¿Casi? —peguntó él.

—He sido independiente mucho tiempo y estoy acostumbrada a controlar mi vida. Y aunque me gustará vivir en la Estancia, estoy habituada a ganarme la vida. Quiero seguir con mi trabajo. Con las maravillas de la ciencia, puedo trabajar para Juan desde aquí.

—Te compraré lo último en ordenadores para que puedas hacer eso, te lo prometo —contestó él—. Y si echas de menos tu vida en Londres, invitaré a venir a tus amigos siempre que quieras. A todos menos al abogado. Bueno, doctora Chaves, ¿Quieres casarte conmigo?

Paula le dedicó una sonrisa radiante.

—Sí, señor Alfonso. Sí quiero.

Pedro la abrazó. Salió de la cama y buscó algo en su maleta.

—Esto no es un regalo, Paula. Es una muestra de mi amor. ¿Lo aceptarás?

Ella miró el anillo de esmeraldas y diamantes que había en la palma de la mano de él y parpadeó para reprimir las lágrimas.

—¡Oh, Pedro! Es glorioso. Pues claro que lo acepto.

—Lo compré con las demás piezas —dijo él cuando se lo ponía en el dedo—, pero antes de ofrecértelo, quería esperar hasta que tuvieras una idea más clara de lo que significará vivir conmigo —la miró a los ojos—. No me hagas esperar mucho para comprar la alianza, querida. Hemos pasado muchos años separados, es hora de que estemos juntos como quería el destino.

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