martes, 18 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 7

Volvió la cabeza por encima del hombro y vió que Lucas estaba ocupado preparando las luces y reflectores alrededor del ciclorama, de modo que llevó el perchero hacia la esquina para que la ocultara parcialmente del resto de la habitación. En ese escondite, se quitó el pantalón de satén y la blusa de encaje. Cada traje de baño tenía prendido un número, así que descolgó el que tenía el número uno. Era de su talla... más bien de la de Vanesa, puesto que el cliente debía saber las medidas de su gemela cuando la contrató. Pero el traje tenía poca tela, sólo unas angostas copas de satén para los senos, unidas con una cadena dorada. La parte inferior era sólo un triángulo. Antes de perder el valor, se quitó el sujetador y se puso el del bikini. Tenía varillas en la parte inferior para hacer que resaltaran los senos y formaran una línea divisoria entre ellos; se alarmó al ver el resultado. Mientras se abrochaba los aros de las caderas, se dió cuenta que la parte inferior era indecente, incluso para ponérsela en su dormitorio a solas. El diseñador de esa prenda no podía haber previsto que nadie se bañara con eso. ¡Sin duda se disolvería al contacto con el agua! Había un espejo en una pared lateral y se inclinó hacia él para peinarse. A su espalda oyó que se abría la puerta del estudio y que una voz muy masculina decía:

-Hola, ¿Cómo van las cosas, Lucas?

Paula se petrificó, con el peine en el cabello. ¡Dios, no! Hubiera reconocido esa voz en cualquier sitio: era Pedro Alfonso. Seguro que él era el fotógrafo, y no Lucas McGuire. De pronto. Recordó que la semana anterior había visto a Lucas ayudar a Pedro, en Monarch. Pero sólo le había visto de espaldas. Vanesa debía saber quién iba a hacer las fotos. ¿Cómo podía haberla hecho esa mala jugada después de que le había contado que no le gustaban los tipos como Pedro? El nerviosismo le impidió abrocharse por la espalda el sujetador del bikini, y permaneció atónita mientras unas manos hábiles le quitaban los broches de la mano para afianzarlos. Luego las manos se deslizaron por sus hombros descubiertos hasta los brazos. Como no sabía de qué manera habría reaccionado Vanesa en esa situación, no dijo nada, aunque se le hizo difícil respirar cuando comenzó a acariciarle la espalda.

-Así está mejor -murmuró junto a su oído-. Me alegro de que se te haya pasado la etapa de «no me toques».

Seguro que se refería al primer encuentro que habían tenido en Monarch Magazines. La había confundido con Vanesa y eso, al menos, explicaba su actitud presuntuosa. Ella se encogió de hombros.

-Ya me conoces, soy tan cambiante como el viento -lo que era cierto si se tenía en cuenta la variabilidad de los estados de ánimo de su hermana.

Con gentileza, la volvió para mirarla de frente y Paula contuvo el aliento cuando sus ojos se toparon con los azules e intensos del fotógrafo. Nunca antes se había expuesto a una mirada tan perturbadora y directa y se sintió desnuda ante el escrutinio. ¿Estaría revelando el engaño ante la inspección? Era media cabeza más alto que ella, lo que dejaba al mismo nivel sus labios y los ojos de Paula, permitiéndole que tomara plena consciencia de la incitante carnosidad de aquella boca. Al esbozo de una sonrisa, el hombre inclinó la cabeza de una forma que pensó que iba a besarla. Hecho extraño, se le aceleró el pulso y se le arrebolaron las mejillas. ¡Dios santo! ¿Era posible que deseara que la besara?

-A trabajar, Vanesa-murmuró volviéndose justo cuando se sentía preparada para la caricia.

Una ola de desilusión la cubrió. Pedro la alarmaba e intrigaba, y pensó que debería estar contenta por haberse librado de su beso, aunque estuviera destinado a Vanesa y no a ella. Sin embargo, se sintió como una chiquilla a quien le hubieran prometido un agasajo y se lo hubieran negado en el último momento. Cuando salió del improvisado escondite, él estaba orientando la cámara. Cuando se acercó, sin olvidarse de mover las caderas de forma provocativa, tal como se lo había enseñado su hermana, Pedro levantó la cabeza. Lucas lanzó un tenue silbido, pero Pedro permaneció impasible volviendo su atención de nuevo a la cámara. Él volvió a levantar la cabeza sólo para decirle que se dirigiera al trasfondo, donde Lucas había colocado un grupo de árboles de plástico y una hamaca entre dos de ellos. La red estaba suspendida de dos tubos de acero, pero los árboles los ocultaban. Paula se sentó en la hamaca y ésta comenzó a mecerse de un modo alarmante.

-Pon un pie en el suelo para que no se mueva tanto -aconsejó Pedro.

Ella obedeció. Estaba incómoda en esa postura, pero pensaba que sería la adecuada para la foto.

-Muy bien, echa la cabeza hacia atrás y abre bien los ojos -le indicó-. Flirtea conmigo, Vanesa, invítame a tu cama con los ojos.

¿Era indispensable que lo dijera de esa manera?, se preguntó irritada, pero recordó que Vanesa le había aconsejado que no perdiera la calma. Abrió bien los ojos, agitó las pestañas y arqueó el cuello hacia atrás.

-Si tu postura es sensual, entonces yo soy Robert Redford -gruñó-. ¡Por Dios, mujer, relájate! Estás más tiesa que un palo.

Paula creía que estaba relajada, pero se esforzó por aflojar más las extremidades. Los músculos de la espalda empezaron a protestar por la torpe postura y se movió un poco para disminuir la tensión.

-¿No puedes estarte quieta? -gritó Pedro-. No estamos filmando un película.

-Lo sé -replicó y viendo que levantaba las cejas, agregó-: Lo siento. ¿Está mejor así?

-Un poco. Ahora, levanta la pierna y permite que se balancee al aire. Sé que la hamaca se mueve, pero es mi problema. Levanta la pierna. Más alto. Ahora despéinate con la mano libre.

Paula se sentía como un títere. Al principio, intentaba seguir las instrucciones, pero al final, estaba tan confusa que movía una pierna cuando le pedía un brazo y terminó hecha un nudo.

-Lo siento -murmuró decaída al oír que Pedro mascullaba.

-Con razón -tronó-. He visto mujeres inútiles, pero tú te llevas la palma.

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