martes, 11 de septiembre de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 40

—¿Ya estás descansada? —se inclinó a besarle la nariz.

—Sí, pero siento haber dormido tanto.

—No importa, luego cenaremos fuera. Y mañana puedes desayunar en la cama —le acarició el pelo—. He hablado con mis padres. Mi madre dice que le entristece que te hayas ido. Me ha ordenado que te pida que vuelvas pronto.

—Es muy amable. Los dos fueron muy amables al invitar a una desconocida a su casa por Navidad.

Pedro enarcó las cejas.

—Tú eras mi invitada, no una desconocida. Los dos querían conocer a la mujer que descubrió que mi cuadro era de Gainsborough. Y mi madre siempre te estará agradecida.

Paula movió la cabeza maravillada.

—Cuando ocupé el puesto de Juan Massey, no sabía que no solo conocería a una estrella de la Fórmula Uno…

—De la que nunca habías oído hablar —gruñó él.

—Cierto, pero gracias a las maravillas de la tecnología, no tardé en ponerme al día. como iba diciendo, no sabía que conocería a un deportista famoso propietario de un Gainsborough, y mucho menos que el modelo del cuadro sería un antepasado suyo — lo miró a los ojos—. Ni que mi cliente sería el hombre más atractivo que había visto en mi vida.

Pedro abrió mucho los ojos

—¿Tú pensaste eso el primer día a pesar de la cicatriz y de la cojera?

—Sí —a ella le brillaron los ojos—. Y tú te pusiste furioso porque yo no era un hombre, miraste mi ropa y mis gafas y decidiste que era una aburrida.

Él sonrió y alzó las manos al aire.

—Me pareciste tan intelectual que me asustaste mucho. Pero también eres hermosa y comprensiva y supiste ver al hombre que había debajo de mis heridas.

Aquello no era exacto del todo. Paula simplemente lo había mirado una vez y se había enamorado de él tal como era, con cicatrices incluidas. Pero no se lo diría así hasta que supiera lo que sentía él.

Porto Alegre resultaba aún más atractivo de noche. Paula y Pedro fueron en taxi a un restaurante italiano. Ella se habría quedado encantada en el hotel y cenando en la habitación, pero como sabía que él quería enseñarle algo de la vida nocturna de Porto Alegre, se había puesto de nuevo el vestido verde con el colgante y los pendientes de esmeraldas con los que se sentía tan hermosa como Pedro le decía constantemente que era. El restaurante era íntimo y sofisticado; el vino tinto agradable, y él le tomaba la mano siempre que podía durante la comida mientras diseñaba su itinerario del día siguiente antes de que ella subiera al avión.

—Iremos a comprar regalos —alzó una mano en el aire—. Y no me mires así. No intentaré pagarlos yo. Aunque si encuentro algo que quieras para tí, lo pagaré yo.

—Pedro, te has gastado mucho dinero en traerme aquí; no son necesarios más regalos —respondió ella con firmeza. Suspiró—. Los regalos de Navidad de tus padres y tuyos han sido maravillosos, pero no tendré muchas oportunidades de ponérmelos.

—¿No llevas joyas cuando sales con tus amigos?

Paula se tocó el colgante.

—Sí, pero no como estas. Las guardaré para ocasiones especiales —suspiró de nuevo—. Y la ropa de gaucho será un buen recuerdo. En casa monto con ropa corriente. Cuando monto, que no es muy a menudo.

—Te queda muy bien. Y debes montar más. ¿Te ha gustado cabalgar conmigo?

—Tú sabes que sí. Todas las vacaciones han sido una experiencia maravillosa.

—Todavía no han terminado —él llamó al camarero, pagó la cuenta, se levantó y le tendió la mano—. Ven. Vamos a buscar un taxi.

De vuelta en el hotel, pareció lo más natural del mundo que se acostaran juntos y se abrazaran con naturalidad, como si fuera algo que hacían todas las noches desde hacía años. Paula se lo comentó así a Pedro, que asintió.

—Yo he sentido eso desde la primera vez que te ví.

—Querrás decir un poco más tarde, cuando me quité las gafas.

—Es verdad —Pedro la estrechó contra sí—. Estaba decidido a hacerte mía por muchos hombres que hubieras dejado en Inglaterra.

—Solo había uno —protestó ella—. Mientras que tú tenías incontables mujeres en tu vida.

—Marina fue la única importante —él encendió la lámpara y la miró a los ojos—. Tú eres diferente. Siempre había soñado con conocer a una mujer que me atrajera mentalmente además de físicamente. Casi había renunciado a esa esperanza, hasta que te conocí a tí.

La besó con fiereza y empezó a acariciarla. Al poco rato, ella abría los muslos en una bienvenida ardiente y unían sus cuerpos con un éxtasis tan intenso que ella supo que no conocería otro igual cuando se separaran. Pedro alzó la cabeza y la miró consternado.

—¡Estás llorando! ¿Por qué?

Ella se secó las lágrimas con impaciencia. Pensó en mentir, pero optó por no hacerlo.

—Porque me voy mañana —repuso.

Le tembló el labio inferior con tal fuerza que Pedro frunció el ceño y le dió besos suaves en la boca para consolarla. Luego se colocó de lado y la arrastró consigo.

—Sé muy bien que te vas mañana. Tenemos que hablar.

Paula miró el rostro decidido de él y respiró hondo.

—Siento estropearlo todo llorando. Normalmente no lloro tanto —y todas laslágrimas que había vertido últimamente habían sido por Pedro Alfonso.

—Ya lo sé —él le apartó el pelo de la frente—. Yo también quiero llorar al pensar en separarme de tí —suspiró—. Pero los hombres no lloran.

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