Paula se despertó con el timbre del despertador y cansada, lo apagó. Horrorizada se dio cuenta de que lo había puesto mal, pues debía haber sonado una hora antes. Presa del pánico, saltó de la cama. Pedro estaría a punto de llegar. Apenas tenía tiempo para darse una ducha y vestirse. Cuando bajó media hora después, el Mercedes estaba frente al edificio.
-Estás jadeando, ¿Has corrido? -preguntó cuando se sentó a su lado.
-Me ha fallado el despertador -explicó—. Espero haberme vestido bien -por fortuna había tenido la precaución de elegir la ropa la noche anterior.
-Estás encantadora -comentó después de contemplar el blusón calado de algodón, sobre otra blusa y el amplio cinturón-. Los canguros van a saltar de alegría.
-Tenía entendido que no es recomendable trabajar con niños ni animales -no le había gustado la broma.
-Ese consejo es sólo para los actores. Hoy vas a posar con los animales nativos para darle colorido al catálogo.
Lo presentaba como algo sencillo pero Paula dudaba que lo fuera. En muy poco tiempo había aprendido resultar radiante, pero natural era muy dificil. Sin embargo, le hacía ilusión posar en el zoológico Taronga. Además, estaba contenta de no tener que lucirse en traje de baño. El personal del zoológico les estaba esperando y entraron con el coche lleno de equipo fotográfico.
-¿Cuándo viene Lucas? -le preguntó a Pedro mientras le ayudaba a descargar el equipo.
-Está revelando los últimos rollos -le informó-. Hoy vamos a estar tú y yo solos.
Solos tú y yo. La perspectiva era emocionante y se estremeció de emoción. Le parecía increíble estar con él en un escenario tan agradable. Siempre le había gustado trabajar, pero hacerlo con alguien tan creativo y exigente como Pedro, agregaba una nueva dimensión a la experiencia. Se volvió disfrutando del especial ambiente de Taronga. El zoológico estaba en una ladera llena de árboles y a sus pies se veía el puerto de Sydney como si fuera una alfombra enjoyada. Hacía años que no visitaba el zoológico y se alegró al ver que habían reemplazado las anticuadas jaulas por extensas zonas alambradas,dentro del medio natural. La primera parada la hicieron en la zona de los canguros, y frente a una pradera. Le habían dado a Paula un cereal para que se lo diera a los animales, pero como estaban bien alimentados, no mostraron mucho interés. Sólo uno, muy prudente, se acercó a ella con los ojos entrecerrados, lo que le daba un aspecto soñoliento y Pedro aprovechó la ocasión para tirar unas cuantas fotos. La parte destinada a los chimpancés, con suaves colinas y árboles para regocijo de los animales les proporcionó el trasfondo para otra foto.
-Ésta no es para el catálogo, es para mi próxima exposición -explicó Pedro cuando ella le recordó que los chimpancés no podían catalogarse como "fauna nativa".
A Paula le hizo ilusión que sus fotografías se exhibirían en una exposición porque sabía que Pedro era un fotógrafo excepcional. Con cierta timidez, apartó los ojos de los animales para observarle. Tenía la cabeza inclinada hacia la cámara, resultaba muy viril y apuesto y sus manos manejaban el delicado equipo con una seguridad que la dejó pasmada. Luego cuando se enderezó, se quedó deslumbrada con su mirada brillante. Encandilada, parpadeó y de pronto se dió cuenta de que la estaba hablando.
-Perdona.
-Estabas en otra esfera -rió y ella se ruborizó-. Decía que deberíamos acercarnos a la sección de los perezosos antes de que el sol cambie de posición.
El hábitat de los perezosos se había diseñado de tal manera que los visitantes quedaban al mismo nivel que las copas de los árboles y podían ver a los animales en su ambiente natural. Para la foto, le dieron a Paula uno que acababan de llevar porque decían que era más manso que los demás.
-Cuidado con las garras -le advirtió el vigilante cuando le entregó el animalito.
Ella obedeció y posó en diferentes ángulos con el soñoliento animal hasta que Pedro dijo que estaba satisfecho. Cuando le devolvió el animal al guarda, Paula se dió cuenta de que necesitaba hacer un gran esfuerzo para moverse y que el aire había adquirido una extraña pesadez.
-¿Y ahora? -le preguntó a Pedro aunque él apenas la oyó.
-¿Te sientes bien? -preguntó preocupado.
-Estoy un poco mareada por tanto sol -se pasó la mano frente a los ojos-. Siento....-se tambaleó y él la sostuvo para llevarla a un banco.
-¿Por qué no me has dicho que no estabas bien?
-Ha sido de repente. Se me pasará en cuanto coma algo.
-¿No has desayunado? – habló en tono desaprobador.
-Como me he levantado tarde, no he querido entretenerte -hizo un débil ademán.
-¡Qué tontería! -explotó, pero rápidamente se calmó-. ¿Crees que soy un ogro y que no te hubiera esperado mientras desayunabas?
-No eres ningún ogro -murmuró sintiéndose mejor.
-No me mires así - gruñó él.
-¿Cómo?
-Como un cachorrito que no sabe si le voy a pegar o a acariciar. Ya deberías conocerme mejor.
Sí, le conocía lo bastante como para saber que daba la impresión de ser agresivo y duro, sobre todo en el trabajo, pero que en el fondo era tierno y considerado. Lo comprobó de nuevo cuando insistió en llevarla a comer al restaurante del zoológico antes de seguir con el trabajo. Después de un filete asado y una ensalada, Paula se sintió con energías para continuar.
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