jueves, 13 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 2

Tres horas más tarde, tras sacar sus pertenencias del escritorio y de darles a los demás periodistas la información que había recabado para el reportaje que estaba preparando, salió de la oficina, sin empleo. Monarch Magazines era su tercera entrevista de la semana. Prefería no acordarse de las dos primeras. No era posible que todo Sydney creyera que ella era la chica que aparecía en las páginas centrales de la revista de ese mes. Los primeros editores que la habían entrevistado, lo creían y sus comentarios suspicaces le habían advertido de lo que podía esperar si trabajaba para alguno de ellos. Deseaba que la entrevista de ese día tuviera más en cuenta su habilidad como periodista, que sus supuestos encantos físicos. Se esforzó por enfocar la atención en la escena que tenía delante. Aunque sólo veía la silueta del fotógrafo, se dió cuenta de que era algo y fuerte. También notó que era un perfeccionista, a juzgar por las órdenes que les daba a las modelos.

-Vamos, Macarena, ¡Se supone que eres una bella chica de alcurnia que se pasea por el parque, y no una mujer de la calle que espera en una esquina! - explotó.

-No tienes por qué ser grosero -replicó la modelo, pero Paula vió que la chica trató de complacer al fotógrafo.

-Eso está mejor, inclina un poco más la cabeza hacia atrás. Abre bien los ojos. Finge, simula, cariño -la animó.

Paula notó que a voz del hombre era agradable cuando hablaba con amabilidad y la asoció con miel que escurría de una cuchara. Lástima que sus modales no estuvieran de acuerdo con la voz.

-Eso es, quieta. Ahora, gira la falda un poco más, otra vez. ¡Ya lo tengo! -no cesaba de sacar fotos mientras hablaba y las modelos seguían sus instrucciones.

-Muy bien, chicas, es todo por hoy.

Las modelos bajaron del escenario, se quitaron los abrigos de otoño y quedaron vestidas con alegres prendas de primavera. De pronto. apagaron los reflectores y encendieron las luces del techo. Cohibida, Paula se encogió en la silla a plena luz, pero nadie le prestó atención.

-¿En dónde diablos está la chica de las manos? No me acuerdo de cómo se llama -le hablaba irritado a su ayudante.

-Tenía un compromiso con otro fotógrafo, de modo que se le ha debido hacer tarde -contestó el hombre más joven que le daba la espalda a Danni.

-¿Por qué no pueden nunca llegar a tiempo estas mujeres? -gruñó el fotógrafo.

Dió media vuelta y Paula le vió la cara por primera vez. Sin querer, inspiró profundamente de admiración. Sin duda era arrogante y exigente, pero también era perturbadoramente apuesto. Su perfil sombrío y marcado bien podría ser el de Lawrence de Arabia. Contrastaba maravillosamente la fuerza que emanaba de su cuerpo con la delicada forma que tenía de manejar las cámaras y el equipo de luz. Bajo la potente luz del estudio, su piel parecía de bronce. La cara de contornos intrigantes, estaba enmarcada por el cabello negro que le rozaba la nuca y le engalanaba los pómulos con las patillas a los lados. Paula, aunque seguía observándole, no estaba preparada para recibir su mirada intensa.

-¿Cuánto tiempo llevas allí sentada?

-¿Yo? -chilló por la sorpresa.

-¿A quién piensas que me refiero? -suspiró de manera teatral-. Ya que estás aquí más te vale hacer algo útil.

Instintivamente se preparó para salir corriendo.

-¿Como qué?

-Acabas de oír a Lucas contarme que «mis manos» no se han presentado para la sesión de fotografía -volvió a suspirar-. Tienes las manos bonitas, así que vamos a usarlas.

Tenia cogida la carpeta con tanta fuerza que pensó que era imposible que él supiera qué tipo de manos tenía.

-No puedo -movió la cabeza.

-Dirás que no quieres -entrecerró los párpados-. Tú te crees que puedes entrar aquí y sentarte en un rincón como si esto fuera un espectáculo.

-No he pensado nada parecido -se defendió sin saber qué había hecho para que se enfadara tanto-. No tenía en dónde esperar.

-Típico -repuso irritado.

 Se volvió hacia donde estaba su ayudante cubriendo una mesa con un paño de terciopelo negro, para las fotografías de joyería que iban a hacer. La llegada de la secretaria del editor la salvó de que aquel hombre siguiera ridiculizándola.

-¡Por fin la encuentro! Se me había olvidado que estos días la cafetería cierra por las tardes y no sabía dónde se había metido a esperar. Me alegro de que haya encontrado algo útil que hacer para no desperdiciar el tiempo.

-No diría que haya sido muy útil -oyó al fotógrafo burlarse mientras salía con la secretaria.

Rumbo al ascensor, Paula luchó por controlar su respiración que se había vuelto difícil y entrecortada después del desagradable encuentro.

-¿Conoce a Pedro Alfonso? -preguntó la secretaria.

-No, y creo que no le ha gustado tener público. Se ha enfadado porque no he aceptado que usara mis manos para unas fotos.

-¿Tiene idea de cuántas mujeres le beberían los vientos para que las fotografiara?

-No soy una de ellas -Paula se alegró porque el ascensor llegó en ese momento.

Un encuentro con el arrogante señor Alfonso bastaba, no necesitaba seguir hablando de ello.

-Es famoso -insistió la secretaria-. Ha hecho fotos a muchas celebridades, ha publicado libros y presentado exposiciones. Me sorprende que no haya oído hablar de él.

-Me he dedicado a los reportajes bursátiles -explicó Paula, e inmediatamente se arrepintió. No quería echar a perder la oportunidad de obtener un puesto allí.

Por fortuna, la secretaria dejó pasar el comentario y pronto, Paula se vió estrechando la mano del director de Monarch Magazines. Se sintió tranquila al ver a un hombre de aspecto normal y con el cabello plateado. Pero la tranquilidad no le duró mucho porque en seguida vió una chispa de reconocimiento en sus ojos. Le indicó que se sentara, se aclaró la garganta y la observó con curiosidad.

-Tengo entendido que es usted periodista, señorita Chaves.

-Así es. Tengo algo de experiencia como editora -declaró firmemente.

-Entonces, debe hacer de modelo en sus horas libres.

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