jueves, 26 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 28

Pero levantó una ceja.

—¿Tan obvio es?

Paula asintió con la cabeza mientras sacaba dos tazas del armario.

—Venga, cuéntamelo. ¿Qué quieres?

—Bueno,  de  acuerdo.  Primero,  quería  darte  las  gracias  por  sugerir  que  fuese  a  buscar a mi hermana a Francia. Lo pasamos muy bien durante el viaje.

—¿Y?

—Los dos sabemos que las cosas van a cambiar cuando se case, pero me alegro por ella.—¿Se pelearon?

Pedro hizo una mueca.

—Nos peleamos un poco. Por mi padre, como siempre. Y por eso necesito que me apoyes el viernes por la noche, en la cena familiar.

—¿La cena familiar? Pero yo sólo soy la dama de honor.

—No, eres mucho más que eso. Tú conoces a mi hermana desde la universidad. ¿Qué te contó sobre nuestro padre?

Paula  se encogió de hombros.

—No  mucho,  que  era  contable  o  algo  así.  Y  que  lo  habían  enviado  a  la  cárcel  por un desfalco, pero que ella no lo recordaba. Lo que sí me dijo es que tu madre se divorció y empezó una nueva vida, y que ella y tú sois la única familia que ha tenido.

—Sí,  es  cierto.  Caro tenía  diez  años  cuando  pasamos  de  una  mansión  al  apartamento que te enseñé el otro día, sobre el taller mecánico. Yo tuve que dejar el colegio, perdí a mis amigos, a mis profesores... todo lo que conocía. Y algo más, algo mucho más importante. Yo pensaba que mi padre era el mejor hombre del mundo y me  equivoqué.  Resultó  ser  un  sinvergüenza,  un  delincuente  —Pedro sacudió  la  cabeza—. Y ni siquiera era un buen delincuente, así que tampoco estaba a la altura de los otros chicos del barrio porque se supone que la policía no debe pillarte. Lucy no sabe  qué  clase  de  hombre  era  porque  mi  madre  no  le  contó  toda  la  verdad.  Le  hizo  creer  que  no  era  el  canalla  que  la  prensa  y  el  juez  decían  que  era,  sólo  alguien  que  había  cometido  un  error.  Pero  no  es  cierto,  era  un  borracho,  Pau.  Un  borracho  que  se gastaba el dinero de su familia en los casinos. Y el dinero que no tenía porque no era suyo, sino de la empresa. Yo tardé mucho tiempo en darme cuenta de la verdad.

—No tenía ni idea, lo siento.

—Caro  no tenía edad para saber nada de eso.

—¿Por qué me  lo  cuentas,  Pedro?   —le   preguntó   ella   apoyándose   en   la   encimera—. ¿Por qué ahora?

—Mi padre salió de la cárcel hace tres años, pero mi madre y yo decidimos no contárselo a Caro porque su buen corazón podría haber causado muchos problemas. De  modo  que  ella  creía  que  seguía  en  prisión.  Hasta  hoy.  Parece  que  mi  padre  ha  estado  viviendo  en  Sudáfrica,  pero  leía  los  periódicos  británicos  y  vió  el  anuncio  de  la boda de mi hermana...

—¿Y quiere asistir?

—Por  lo  visto,  ha  decidido  que  tiene  derecho  a  asistir.  Como  si  fuéramos  a  recibirlo con los brazos abiertos —Pedro se pasó una mano por el pelo, nervioso.

El dolor del niño que había perdido a su padre, su vida, su futuro. Todo estaba en ese gesto.

—¿Entonces va a venir a Londres?

—Ya   está   aquí.   Caro ha   hablado   con   él   después   de   comer   y   estaba   contentísima...  ¿Te  lo  puedes  creer?  Se  alegra  porque  mi  padre  quiere  ir  a  su  boda.  Tanto que lo ha invitado a la cena familiar del viernes —Pedro dejó escapar un largo suspiro—. Yo quiero estar allí, pero no sé si puedo estrechar la mano de ese hombre. Y si no voy, le rompería el corazón a mi hermana.

—¿Y cómo puedo ayudar yo?

—Ven a la cena el viernes. Sé mi acompañante.

—¿Tu acompañante? ¿Y no pensará tu familia que somos novios o algo así? ¿Y la chica con la que ibas a ir a la boda?

—No voy  a  ir con  ninguna  chica  —dijo  él,  sorprendido—.  Debes  de  tener  una  pobre  opinión  de  mí  si  crees  que  estoy  tonteando  contigo  mientras  tengo  una  novia  en algún sitio.

¿Tonteando  con  ella?  Paula tuvo  que  rogarle  a  su  corazón  que  no  se  hiciera ilusiones.

—Pero en la lista de invitados dice «Pedro Alfonso y acompañante».

Suspirando, Pedro sacó una agenda Pilot del bolsillo.

—Me  paso  ocho  meses  al  año  viajando  de  un  país  a  otro  para  supervisar  construcciones  y  el  resto  del  tiempo  trabajando  en  Nueva  York  para  generar  más  trabajo.  No  me  queda  mucho  tiempo  libre  para  tener  una  vida  social.  No  estoy  casado, ni prometido ni tengo novia. Ésta es mi agenda para el resto del año,  puedes echarle un vistazo si quieres.

—No  me  hace  falta,  tonto  —sonrió  Paula—.  Pero  eres  un  hombre  muy  guapo,  simpático, rico... Me sorprende que no salgas con nadie.

—Gracias —se  rió  Pedro—.  Pero  en  tu  invitación  dice  lo  mismo:  «Paula Chaves y  acompañante».  Y,  a  menos  que  tengas  un  novio  secreto,  me  parece  que  los  dos  estamos en el mismo barco. Tú eres una chica guapísima, inteligente, trabajadora... y sigues soltera. De modo que soy un hombre afortunado. ¿Irás conmigo a la cena del viernes? Por favor, dí que sí.

Haciendo un enorme esfuerzo, Paula consiguió no echarse en sus brazos.

Dulce Tentación: Capítulo 27

Tenía  veintiocho  años  y  no  podía  mirar  su  propio  cuerpo  sin  pensar  en  lo  que  había  ocurrido  esa  tarde.  El  terror,  el  dolor,  la  expresión  de  pánico  en  la  cara  del  chico que le había disparado...Unos  segundos.  Apenas  habían  sido  unos  segundos  y  tantas  vidas  habían  cambiado desde entonces... Sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que apoyar las manos en la pared para sujetarse.El  viernes  sería  el  segundo  aniversario  del  «accidente»  y  hasta  entonces  había  podido soportarlo, pero...Carolina la  quería  mucho,  evidentemente.  Unas  horas  antes  había  descubierto  la  verdad: había cambiado el diseño de los vestidos por ella, para que no pasara un mal rato. Y el sábado por la mañana debería ir a la boda como la alegre y simpática chica que había sido siempre.Qué mentira. Como el resto de su vida. Estaba cansada, se dijo. Los médicos le habían advertido de que no debía trabajar tanto y allí estaba, estresada por una boda. Y por el hermano de la novia.Sí, Jared podía tener algo que ver, pero pronto desaparecería de su vida. Estaría de  vuelta  en  Nueva  York,  con  su  avión  privado,  sus  limusinas,  sus  reuniones.  De  vuelta en la vida que ella solía vivir.La próxima semana todo volvería a la normalidad. Mientras  tanto,  tenía  trabajo  que  hacer,  pensó,  apartando  la  cortina  para  dejar  entrar  los  rayos  de  sol.  Aquélla  era  la  habitación  en  la  que  había  dormido  cuando  llegó  a  casa  de  los  Chaves,  el  cuarto  que  se  había  convertido  en  un  santuario  cuando  más falta le hacía. Había tantos recuerdos allí... las lágrimas, las risas, los sueños. Paula acarició el papel  de  flores  de  la  pared,  que  estaba  perdiendo  el  color.  El  mismo  papel  de  su  adolescencia.Pero aquélla ya no era su habitación, era para la hija a la que aún no conocía. Era  hora  de  olvidar  tristezas  y  seguir  adelante,  se  dijo.  De  modo  que  tomó  la  brocha,  la  metió  en  el  bote  de  pintura  y  borró  las  primeras  flores  con  una  capa  de  color malva.Luego  dio  un  paso  atrás,  sorprendida  de  haber  cometido  tal  sacrilegio.  Pero  siguió mojando la brocha y pintando cada rincón de la habitación de ese alegre color. Mejor.  Mucho  mejor.  Harían  falta  varias  capas,  pero  ya  parecía  una  habitación  diferente. Aunque ahora el techo parecía sucio. Claro que eso tenía fácil solución. Se puso de puntillas para ver si llegaba al techo con la brocha. Si midiera diez o doce centímetros más...Suspirando,  se  subió  a  una  silla.  Así,  estupendo.  No  podría  vivir  con  un  techo  sucio. La pobre niña tendría que verlo desde la cama todas las noches. Estaba  a  punto  de  bajar  de  la  silla  para  volver  a  mojar  la  brocha  cuando  algo  tocó  su  pierna.  Al  volverse,  asustada,  perdió  el  equilibrio  y  tuvo  que  agarrarse  a  lo  primero  que  encontró...  que  resultó  ser  la  cabeza  de  Pedro.  Y,  durante  los  segundos  más  largos  su  vida,  se  quedó  mirando  aquellos  ojos  azules  mientras  él  apretaba  su  cintura.

—¿A esto es a lo que llamas trabajar?

Paula intentó  fingir  que  era  perfectamente  normal  mantener  una  conversación  mientras  estaba  en  los  brazos  del  hombre  más  atractivo  y  deseable  que  había  conocido en su vida.

—¿Te importaría sujetarme un ratito más? Tengo que pintar el techo.

Él soltó una carcajada.

—¿Te he dicho que uno de mis primeros trabajos en la construcción fue pintar casas? Y nunca tenía que subirme a una escalera. De modo que, o compras una o me das esa brocha a mí para que termine el trabajo.

Diez minutos después, Paula, en jarras, supervisaba la pintura del techo.

—Bueno,  debo  decir  que  ha  hecho  un  trabajo  razonablemente  bueno,  señor  Alfonso. Si alguna vez quiere cambiar de empleo, les hablaré bien de usted a todos mis amigos.

—Gracias,  señorita  Chaves,  lo  tendré  en  cuenta.  Pero  si  yo  no  estoy  disponible,  por favor compre una escalera. Lo digo por Caro. Mi pobre hermana no querría que le pasara nada malo a su dama de honor antes de la boda.

—Me  lo  pensaré.  Pero...  no  tienes  una  sola  mancha  de  pintura  en  la  ropa.  ¿Cómo lo has hecho? Trucos del oficio, supongo.

—Naturalmente.

—¿Lo han pasado bien durante el almuerzo?

Pedro no  contestó  y  cuando  Paula siguió  la  dirección  de  su  mirada,  descubrió  que  la pechera del  vaquero  había  desabrochado  y  se  le  veía  la  camisola.  Y,  debajo,  el  inicio  de la cicatriz. Nerviosa, se dió la vuelta para abrocharse la pechera  a toda prisa y luego entró en la  cocina  para  hacer  café.  Intentaba  disimular,  pero  sus  temblorosos  dedos  la  delataron cuando se le cayó la cuchara al suelo. Y antes de que pudiera inclinarse para buscarla sintió las manos de Pedro en su cintura.  Paula cerró  los  ojos,  con  el  pulso  acelerado.  Había  pasado  tanto  tiempo...  Y  olía de maravilla.  Pedro apretó  la  cara  contra  su  cuello  y  ella  echó  la  cabeza  hacia  atrás  porque  deseaba estar en contacto con aquel hombre.

—Caro se  quedó  muy  preocupada  cuando  te  fuiste  —le  dijo  en  voz  baja—.  Y  Tamara se puso a llorar. Yo no sabía nada sobre la cicatriz. Lo siento.

—No  tienes  que  sentir  nada  —replicó  ella—.  Ocurrió  y  yo  tengo  que  vivir  con  las consecuencias. Además, ir de compras habría sido agotador.

—Caro me  ha  enviado  para  comprobar  que  estabas  bien...  aunque  tuve  que  usar mis encantos para convencer a Laura de que me abriese la puerta. Intuyo que no confía en mí.

—Laura, la guardiana de mi virtud. Eso me gusta.

Pedro deslizó una mano por su brazo.

—Llevas una pechera feísima , pero la mujer que hay debajo es una preciosidad. Por favor,  dime  que  no  llevas  ropa  interior  de  seda  bajo  esas  enormes  camisetas  azul  marino.

—No, claro que no. Ésta es la ropa interior que uso cuando no estoy trabajando. Y  hablando  de  trabajo...  —Paula se  apartó  suavemente—.  Tengo  que  terminar  de  pintar, pero siento mucho que Caro esté disgustada. Luego la llamaré.

—Yo no pienso irme.

Pensativa, ella se volvió para encender la cafetera.

—¿Qué pasa, Pedro? ¿Por qué estás aquí?

Dulce Tentación: Capítulo 26

Iba  a  matar  a  Tamara...  a  menos  que  alguien  lo  hiciera  antes.  La  chica  estaba  a  punto de convertirse en la cuñada de Carolina, pero ¿Cuándo iba a aprender a hacer las cosas con tacto? ¡Y eso que era periodista!

—Paula—contestó Tamara—. ¡Y no deberías poner la oreja, pesado!

—Pero  uno  tiene  derecho  a  soñar,  ¿No?  Especialmente  cuando  se  trata  de  ropa  interior.

Cuando  Paula salió  del  probador,  vió a  Pedro  con  un  corsé  rosa  horrible  en  la  mano.

—Buenos días, señorita Chaves. ¿Lista para ir a comer?

Llevaba una camisa azul y una chaqueta de tweed colgando al hombro.

—Sí, claro.

—Espero que el vestido tenga un gran escote.

—De  eso  nada,  amigo,  es  muy  discreto  —se  rió  Tamara—.  Tendrás  que  buscar  escotes  en  otro  sitio.  Nosotras  no  podemos  llevar  vestidos  escotados  por...  lo  de  Paula.

—¿Lo de Paula? —repitió él.

—¡Tamara! —exclamó Carolina, atónita.

—No  pasa  nada —dijo  Paula,  volviéndose  hacia  Pedro con  una  sonrisa  en  los  labios—. Me operaron hace un par de años y tengo una cicatriz en el pecho. Me da un poco de vergüenza, así que nunca llevo vestidos escotados. No es ningún misterio.

Pero se quedó mirando al suelo durante un segundo más del necesario antes de sonreír de nuevo. Y Pedro estaba mirándola ahora con esa cara de compasión que ella detestaba...

 —Gracias  por  la  invitación,  pero  tengo  que  volver  a  la  pastelería.  Te  llamo  después, Caro.

Y  dejando  a  Pedro,  Carolina y  Tamara absolutamente  helados,  Paula besó  a  su  amiga  en la mejilla, agarró su bolso y salió de la tienda a toda velocidad para tomar un taxi. En  su  dormitorio,  dejó  escapar  un  suspiro.  Una  suave  brisa  movía  las  cortinas  de  encaje,  llegando  con  ella  el  ruido  de  la  calle;  el  sonido  de  gente  normal  viviendo un miércoles normal. Ella  estaba  sentada  en  el  suelo,  mirando  una  lámpara  de  tornasol  donde  caballitos de mar y peces tropicales nadaban de un lado a otro. Una escena tranquila, serena. Alejandra Chaves había  querido  tirar  la  lámpara  o  donarla  a  un  orfanato  cuando  se  mudó a Austria, pero ella había insistido en conservarla.

Aquélla  era  la  lámpara  que  había  tenido  de  niña,  su  constante  compañía  durante muchas noches desde que se la regaló su madre. Y quizá algún día otra niña encontraría el mismo consuelo que había encontrado ella. La  frenética  actividad  de  la  pastelería  la  había  ayudado  a  olvidar  el  incidente  con Tamara, como siempre, pero no había durado mucho. Y la tensión que sentía en el cuello no desaparecía. Jugó con la camisola de seda que llevaba puesta. A  Marcos le  encantaba  que  usara  ropa  interior  sexy  y  a  ella  le  encantaba  usarla.  Le  gustaba  sentir  el  roce  de  la  seda  sobre  su  piel,  sabiendo  que  el  hombre  que  se  sentaba a su lado durante el desayuno recordaría esa imagen todo el día... hasta que volvieran a reunirse por la noche.Los  dos  trabajaban  tanto  que  sólo  podían  pasar  todo  el  día  juntos  cuando  se  iban de vacaciones a la playa, donde Marcos podía hacer surf y jugar al voleibol. Desde luego,  no  fue  una  sorpresa  que  él volviera  a  su  casa,  en  Sidney,  seis  semanas  después de que rompieran. Al  menos  habían  podido  separarse  amistosamente.  No  hubo  discusiones,  ni  insultos,  sólo  el  reconocimiento  de  que  se  habían  convertido  en  dos  personas  diferentes   y   era   hora   de   tomar   caminos   separados   después   de   cuatro   años   maravillosos. Pero Marcos estaría en la boda de Carolina con su prometida y no sabía cómo iba a reaccionar al verlo otra vez.¿Para qué se había puesto esa camisola de seda? Nadie iba a verla. Era evidente que ningún hombre volvería a tener interés en su ropa interior.Tendría  que  ponérsela  sólo  para  ella  misma.  Y  podía  hacerlo.  Incluso  podía  pintar la habitación llevando un conjunto de ropa interior de encaje rojo si le daba la gana. Aquello era patético, pensó entonces. Seguía siendo Paula Chaves. Seguía  siendo  la  primera  de  la  clase,  la  primera  de  su  promoción.  La  misma  que siempre había tenido éxito en la vida. Antes  de  que  un  chico  de  diecisiete  años  decidiese  robar  pistola  en  mano  una  tienda en la que ella acababa de entrar.Un rayo de sol entró por la ventana entonces, cayendo justo sobre la cicatriz, en medio de su pecho. Sintió un escalofrío, como si un viento helado la recorriese y, sin perder un segundo, se puso el peto vaquero para bloquear lo que no quería ver. No  podía  respirar,  no  podía  pensar.  El  último  cirujano  plástico  le  había  advertido de que era normal, que podía pasar. Pero no tendría que pasar.

Dulce Tentación: Capítulo 25

—Según  lo  cuenta  él,  dejaste  solo  a  mi  pobre  hermano  durante  cuarenta  minutos   para   relacionarte   con   los   ricos   y   famosos   —se  rió  Carolina,  mientras  la  diseñadora  desabrochaba  el  vestido  de  tafetán  de  seda—.  Debería  darte  vergüenza,  Paula Chaves.

—No le hagas caso, no es verdad.

—Mi hermano no está acostumbrado a que sus amigas lo dejen plantado.

—¿Sus  amigas,  en  plural?  —se  rió  Paula—.  Ya  le  pedí  disculpas  por  dejarlo esperando, aunque lo pasé bien. Me encanta hablar de Viena.

—Te  perdonaré  si  prometes  hacerle  caso  a  Javier esta  tarde.  ¿Quién  sabe?  Podría  contratarte como proveedora.

—No lo creo.

—Vamos, te toca a tí probarte el vestido —dijo Carolina entonces—. Pero en media hora nos vamos de aquí. Aún tenemos mucho que hacer.

Media hora era más que suficiente para ella. Antes le encantaba ir de compras y pasaba  días  probándose  vestidos.  Pero  ahora  se  conformaba  con  pantalones  y  camisetas. Y aunque hubiese una sólida puerta con cerrojo en el probador, que no era el  caso,  no  le  hacía  mucha  gracia  quitarse  la  parte  de  arriba.  Porque  no  le  hacía  mucha gracia ver su cuerpo. Paula se  miró  en  el  espejo  de  cuerpo  entero  y  tuvo  que  sonreír.  La  diseñadora  había seguido las instrucciones de Carolina al detalle y el vestido de seda de color ostra, con discreto escote a la caja, estaba perfectamente cortado para acentuar su estrecha cintura.Se  inclinó  un  poco  hacia  delante  para  ver  si  así  se  podía  ver  su  clavícula...  Nada. Excelente. Ahora podía respirar tranquila y relajarse durante el gran día de su amiga. El espejo le devolvía la imagen de una Paula  feliz, con un vestido precioso. Una versión alegre, incluso coqueta.Y  Pedro tenía  mucho  que  ver,  pensó.  Quizá  por  eso  estaba  sonriendo  como una tonta. Un besito y estaba de vuelta en el instituto. ¿Cómo era posible?Afortunadamente, la charla de sus amigas al otro lado de la cortina la devolvió al  presente  y  empezó  a  quitarse  el  vestido.  Estaba  colgándolo  en  la  percha  cuando  sonó  su  móvil  y  la  última  voz  que  hubiera  esperado  escuchar  le  gritó  con  un  fondo  de tráfico y gente:

—¡Hola, preciosa!

—¿Marcos? ¿Dónde estás?

—He llegado a Nueva York desde Sidney hace media hora. Pablo insiste en que vaya  a  Londres  con  varios  días  de  antelación  y  ya  sabes  cómo  es.  No  se  permite  el  desfase horario cuando hay una boda. ¡Especialmente siendo uno de los testigos!

—Sí, claro. Es un vuelo muy largo —dijo ella, tragando saliva—. Bueno, pues tú nunca  adivinarías  dónde  estoy:  probándome  un  vestido  de  dama  de  honor.  Carolina también está aquí, probándose el vestido de novia... y no puedo decirte nada, pero la gente se va a quedar boquiabierta.

—No esperaba menos de ella —se rió Marcos—. Oye, ¿Carolina te ha dicho que voy a ir con mi novia?

—Sí,  me  comentó  algo.  Y  lo  menos  que  podías  haber  hecho  es  enviarme  una  fotografía.

Marcos se rió y el corazón de Paula se encogió al imaginarse al hombre de ojos y pelo  oscuros  que  le  había  robado  el  corazón  una  vez.  Aún  tenía  una  parte  de  él  y  siempre la tendría.

—No hace falta porque Ailén llegará a Londres mañana. Por fin he convencido a esa maravillosa chica para que me dijera que sí. De modo que estás hablando con un hombre prometido. ¿Qué te parece?

Paula tuvo que llevar aire a sus pulmones antes de atreverse a hablar:

—Es una noticia estupenda, Marcos. Me alegro mucho por tí.

—Eres  la  primera  en  saberlo.  Ya  verás  cuando  la  conozcas,  es  fabulosa,  se  dedica al surf. En fin, tengo que irme. ¡Estoy deseando contarte toda la historia!

—Sí, claro.

Las piernas no la sujetaban y tuvo que sentarse, sin darse cuenta que aún estaba en ropa interior, con el teléfono en la mano. Marcos estaba prometido. Con una surfista. Sabía que tenía que pasar tarde o temprano. Marcos encontraría a una chica que lo quisiera tanto como lo había querido ella; una chica que compartiese su pasión por los deportes acuáticos. Su amiga Carolina iba a casarse en unos días y ahora él, su ex novio, también estaba prometido...Entonces  oyó  la voz  de  un  hombre  al  otro  lado  de  la  cortina  y  dejó  escapar  un  suspiro de angustia. Pedro. Claro. Había llegado para llevarlas a comer. ¿Cómo iba a sobrevivir a un almuerzo cuando estaba desolada? Frustrada, empezó  a ponerse la blusa de colorrosa  y  estaba abrochándosela  cuando  Tamara asomó  la  cabeza  por  la  cortina.  La  hermana  de  Pablo nunca había sido una chica muy discreta.

—Pedro acaba de llegar. ¿Estás lista?

—Sí, salgo enseguida.

—Unas bragas muy bonitas, por cierto.

—¿Quién lleva unas bragas muy bonitas?

Era la voz de Pedro.

martes, 24 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 24

Hubo  un  tiempo  en  el  que  habían  sido  muy  parecidas:  trabajadoras  y  alegres,  contentas de volver a casa para pasar el resto del día con la persona a la que querían o cenando fuera con los amigos.¿Cuándo fue la última vez que ella había cenado con sus amigas? Qué curioso que  hubiera  dado  por  sentado  todo  eso  entonces,  pensando  que  nada iba a cambiar nunca. Qué equivocada estaba. Cuando el teléfono volvió a sonar, vaciló un momento. Tenía demasiadas cosas que hacer y le apetecería tomarse un café en la puerta de la pastelería. Maldito fuese Pedro por hacerla ver todo lo que se estaba perdiendo.Claro que ella no podía perder ningún pedido...

—Pastelería Chaves.

—Hola, Pastelería Chaves.

Su tonto corazón dió un vuelco dentro de su pecho. ¡Era él!Había pasado el domingo, lunes y martes pegada al teléfono, pero allí estaba. El hombre que se había convertido en un personaje fijo en sus sueños.«Respira», se dijo a sí misma. «Tranquila».

—Buenos días, señor Alfonso. ¿Qué tal se ve el cielo desde su lujoso ático?

—No lo sé, señorita Chaves. Pero desde aquí, en la acera, se ve estupendo. ¿Qué haces?

—Trabajar —contestó  ella—.  Ahora  mismo,  batir  claras  de  huevo.  Tengo  que  hacer tres merengues de limón para una chef amiga mía que se ha puesto enferma. ¿Y qué haces tú, planear una fusión comercial o reformar algún otro edificio?

Al otro lado del teléfono sonó una risita.

—En  realidad,  esperaba  que  te  reunieras  conmigo,  Caro y  Tamara para  comer  juntos antes de irse de compras. Invito yo. ¿Te apetece?

Esa invitación la dejó tan sorprendida que estuvo a punto de tirar el cuenco con las  claras  de  huevo.  Tenía  una  hora  para  terminar  el  trabajo  y  media  hora  más  para  ducharse  y  cambiarse  de  ropa.  A  lo  mejor  encontraba  un  hueco  para  comer  con  sus  amigos...

—Cuéntame más.

—¿Te acuerdas de Javier Brooks, el propietario de Noodles y Strudels?

—Sí, claro.

—Pues me ha invitado a la inauguración de su primer café en Inglaterra. ¿Cómo puedo  ir  a  tal  evento sin  llevar  del  brazo  a  la  mejor  repostera  de  Londres?  ¿Qué  dices? ¿Te arriesgas a ser vista en público conmigo?

—¿Cómo puedo resistir la tentación? —se rió Paula—. Trato hecho.

—Francisco irá a buscarte a la tienda. Y, por cierto...

—¿Sí?

—Javier Brooks parece creer que  tú  y  yo  somos   novios  y  sería  una  pena   desilusionarlo. ¿No te parece?

—¿Javier Brooks  estará  allí  en  persona?  —le  preguntó  Paula.  Cuando  no  hubo  respuesta, miró el teléfono, perpleja—. ¿Pedro?

Pero Pedro había colgado y ella se dejó caer sobre una silla, sorprendida. ¿Cómo lo hacía  aquel  hombre? ¿Y  por qué de repente  sentía  el  deseo de reír  a  carcajadas?

Dulce Tentación: Capítulo 23

—Ha  sido  muy  generoso  por  parte  de  tu  empresa  patrocinar  el  evento  de  esta  noche. Pero una pregunta: Haywood y Alfonso. ¿Quién es Haywood? ¿Está vivo, acude a algún evento?

—Más bien no.

—¿Qué?—Es   una   larga   historia.   Pero  ¿Por qué no te lo   demuestro en  lugar d  contártelo?

Pedro siguió conduciendo   hasta   detenerse   ante   el   restaurante   que   habían   visitado  esa  tarde.  Y  cuando  salieron  del  coche  y  él  le  puso  su  chaqueta  sobre  los  hombros, Paula fingió que el roce de sus dedos no la afectaba.

—Gracias —sonrió.

Y  Pedro,  como  respuesta,  la  tomó  por  la  cintura  con  una  mano  mientras  con  la  otra señalaba el cartel con el nombre de la calle. Calle Haywood. Paula estaba a punto de volverse, sorprendida, cuando él señaló las ventanas del segundo piso.

—Hace dieciocho años esto era un pequeño taller mecánico, con un  departamento  en  el  piso  de  arriba.  Y  durante  dieciocho  meses  y  seis  días,  Caro,  mi  madre  y  yo  tuvimos  que  vivir  aquí.  Era  el  único  sitio  que  podíamos  permitirnos.  El  casero  era  un  completo...  bueno,  ya  ha  muerto  y  no  se  debe  hablar  mal  de  los  muertos,  pero  te  aseguro  que  hoy  en  día  no  le  habrían  dado el  permiso de habitabilidad.

—¿Estaba en malas condiciones?

—Peor que eso, era un horror. Solo tenía un dormitorio, así que yo dormía en el salón mientras mi madre y Caro compartían la única cama. Lo odiábamos entonces y yo sigo odiándolo ahora. De modo que la calle Haywood se convirtió en Haywood, mi socio silencioso.

Paula se volvió para poner las dos manos sobre su pecho.

—¿Le pusiste ese nombre a tu empresa para no olvidar nunca de dónde venías? Supongo que no es asunto mío, pero...

Él la silenció inclinando la cabeza para apoyarla sobre su frente. Un coche pasó por  la  calle,  luego  un  ciclista...  pero  Paula no  podía  oír  nada  salvo  la  respiración  de  Pedro  mientras  él  se  apartaba  un  poco  para  acariciarle  la  espalda  por  debajo  de  la  chaqueta. La  sensación  fue  tan  inesperada,  tan  deliciosa,  que  tuvo  que  hacer  un  esfuerzo  para llevar aire a sus pulmones. Mientras  acariciaba  su  espalda,  buscó  su  boca  para  darle  un  beso  lleno  de  ternura,  tan  breve  que  Paula sólo  tuvo  un  segundo  para  disfrutarlo  antes  de  que  se  apartase.

—Venga, te llevo a tu casa.



—¿A  qué  hora  voy  a  buscarte?  —le  preguntó  Carolina—.  He  quedado  con  la  diseñadora a las once.

Paula, con el teléfono entre la barbilla y la oreja y un cuenco de claras de huevo en las manos, intentó mirar el reloj.

—¿Puedes  venir  a  las  diez  y  media?  Me  he  levantado  al  amanecer,  pero  aún  tengo un millón de cosas que hacer.

—Estoy  deseando  verte  con  el  vestido  de  dama  de  honor.  ¡Y  luego  prepárate  para ir de compras!

—Por supuesto —se rió Paula—. Bueno, cuéntame qué tal el viaje. ¿Has podido soportar a tu hermano?

—Mi  hermano  puede  ser  encantador  cuando  quiere,  así  que  lo  hemos  pasado  de  maravilla.  Y,  por  lo  visto,  tengo  que  darte  a  tí  las  gracias.  Ha  sido  una  idea  fabulosa. Apenas hemos discutido.

—¿Entonces no ha sido un viaje idílico del todo?

—Bueno, Pedro y yo tenemos nuestros desacuerdos, pero nada que no se pueda solucionar.  Incluso  lo  he  convencido  para  que  me  preste  su  ático  el  viernes  por  la  noche para organizar una fiesta. Ah, por cierto, las flores para el ramo... olvídate de las orquídeas. Era una idea muy tonta.

—¿Y qué has decidido llevar entonces?

—Rosas y lirios. Rosas de color amarillo pálido. Llevo dos semanas cuidando el jardín  de  mi  madre  y  me  vuelven  loca.  A  menos,  claro,  que  tú  ya  hayas  hecho  las  orquídeas de azúcar. Porque no quiero que tengas que volver a hacerlo todo.

—No,  qué  va  —mintió  Paula,  mirando  hacia  el  congelador.  Allí  estaban  las  orquídeas de azúcar de color amarillo y naranja que la habían tenido ocupada todo el día  anterior—.  ¿Podrías  enviarme  una  fotografía  del  ramo?  Así  podré  hacerlas  exactamente del mismo color.

—Haremos  algo  mucho  mejor:  la  chica  de  la  floristería  te  enviará  el  ramo  que  ella  misma  ha  sugerido...  es  precioso.  Esa  Carla   es  un  genio,  por  cierto.  Bueno,  tengo que colgar. Francisco está esperando fuera con Tamara. Nos vemos luego. ¡Y espero que estés dispuesta a pasarlo bien!

Paula estaba deseando reunirse con ella. Hacía meses que no se veían. La última vez había sido durante un viaje relámpago de Carolina a Londres. Carolina Alfonso, decoradora y empresaria afincada en Nueva York.Durante  un  tiempo  habían  sido  como  hermanas  gemelas;  elegantes,  alegres,  vestidas  siempre  para  matar.  Y  esa  mañana  irían  a  la  tienda  de  una  conocida  diseñadora  londinense  para  probarse  el  vestido  por  última  vez  antes  de  la  boda.  La  boda de su amiga Caro...

Dulce Tentación: Capítulo 22

Pedro no podía saber que a Paula le sudaban las manos no por el calor sino por cómo estaba acariciando su palma con un dedo. Si  fuese  la  novia,  pensaba  ella,  eso  sería  algo  normal.  Como  sería  normal salir a cenar o a la ópera, por ejemplo.Pero  no  estaban  saliendo  juntos.  Sólo  era  un  gesto  amable  hacia  la  dama de  honor de su hermana. Sólo podía ser eso.De modo que, ¿Por qué no disfrutar el momento? Aquellos serían los recuerdos que  guardaría  durante  los  próximos  meses,  cuando  Pedro y  Caro hubieran  vuelto  a  sus emocionantes vidas al otro lado del océano y ella no fuera más que un rostro en las fotografías de la boda. En unos días habría vuelto a su vida normal. Y eso era lo que quería, ¿No?

—¡Cuidado!

Un ciclista había tenido que girar bruscamente para no atropellar a un peatón y Pedro,  por  instinto,  se  colocó  delante  de  Paula.  El  repentino  movimiento  la  dejó  sin  aire y tardó un momento en darse cuenta de que estaba cara a cara con él, los brazos masculinos alrededor de su cintura, su mano sobre la pechera de la camisa blanca. El  exquisito  aroma  a  after  shave,  desodorante  y  ropa  limpia  se  mezclaba  con  el  aire cálido de la noche... y algo más. Algo único, Pedro Alfonso. Su calor, su olor. Sentía tal atracción que tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos. Una atracción tal que hacía que separarse fuera casi doloroso.El  efecto  era  tan  embriagador que,  sin  darse  cuenta,  se  inclinó  hacia  delante  para  apoyar  la  frente  en  su  pecho.  Aquél  era  su  sueño,  su  fantasía.  Durante  unos  preciosos segundos, podía fingir que era como las demás chicas que paseaban por allí con  sus  novios.  Creer  que  a  aquel  hombre  le  importaba,  que  la  había  elegido  a  ella,  que quería estar con ella. Su amante. Que la cicatríz de su pecho no existía.¡La cicatríz! El corazón de Paula  empezó  a  latir  con  tanta  fuerza  que,  de  repente,  sintió  náuseas  y  tuvo  que  respirar  profundamente  para  mantenerse  en  pie.  No  iba  a  marearse delante de Pedro.Aunque  no  hubiese  caído  al  suelo,  porque  él  la  sujetaba  por  la  cintura.  Había  pasado tanto tiempo desde la última vez que un hombre la abrazó así... Pero  no  podía  ser.  ¿Por  qué  había  aceptado  ir  a  dar  un  paseo  con  él?  Pedro volvería a Nueva York en unos días y ella estaría donde siempre. Sola.

—¿Te has hecho daño?

—No,  no,  estoy  bien  —suspiró  ella—.  Pero  te  he  manchado  la  camisa  de  colorete. Lo siento.

Pedro sonrió, mirando su rostro de lado a lado, como buscando algo.

—No  pasa  nada.  Y  tú  sigues  estando  preciosa.  Ah,  pero  parece  que  tenemos  público...

—¿Qué? —Paula giró  la  cabeza  y  vió a  un  grupo  de  hombres  sentados  frente  a  un café levantando el pulgar en señal de aprobación. Riendo, corrieron por la plaza para alejarse de los indiscretos espectadores.

—Su carroza la espera, señorita.

Pedro abrió  la  puerta  del  deportivo  de  color  verde  oscuro  y  no  pudo  resistir  el  impulso  de  admirar  el  trasero  de  Paula mientras  subía  al  asiento,  con  las  rodillas  juntas, inclinando elegantemente la cabeza... Ah, había hecho eso antes. La falda se levantó un poco, dejando al descubierto unas  piernas  estupendas  que  no  podía  dejar  de  mirar.  Él  era  un  hombre  de  piernas, siempre lo había sido. Y las de Paula eran fabulosas.

—Es un coche de la empresa. Espero que te guste.

—Si, claro... pero tengo que estar en la pastelería antes de medianoche y no me gustaría que este cochazo se convirtiera en una calabaza.

—¿Y yo? —se rió Pedro—. No me sienta nada bien convertirme en rana.

—Cierto, no sería muy agradable.

Paula esperó  hasta  que  estuvieron  saliendo  del  aparcamiento  para  volver  a  hablar:

—Sabrás que tu horrible secreto ha quedado al descubierto.

—¿Qué secreto? Tengo tantos...

—Me refería a  tu  propensión   a  comprar  coches  carísimos,   señor  Alfonso,   presidente de Haywood y Alfonso.

—Sí, me gustan los coches buenos.

—Pero no bebes alcohol. O, al menos, yo no te he visto beber. Y parece que las mujeres no se te dan mal, de modo que sólo nos queda una cuestión: ¿Sabes cantar?

Pedro soltó una carcajada.

—Ni siquiera en la ducha. Nunca. Yo era el único chico del colegio al que no le dejaban participar en el coro. Aunque me dejaban tocar un instrumento en la función de Navidad.

—¿Qué tocabas?

—El triángulo.

—¿En serio?

—No, la guitarra, con un grupo de amigos —se rió él—. Y nos imaginábamos ya como  la  nueva  banda  de  moda.  El  hecho  de  que  sólo  supiéramos  tocar  una  canción  no tenía la menor importancia, el caso era ligar con las chicas.

Paula soltó una carcajada.

Dulce Tentación: Capítulo 21

—Siento  haberte  hecho  esperar,  pero  Javier es  muy  apasionado  sobre  su  negocio  —Paula le apretó el brazo a Pedro—. Y dice maravillas de tí.

—En ese caso, estás perdonada. Pero tu castigo por dejarme solo es ir a dar un paseo conmigo. ¿Te importa?

—No, en absoluto. Me apetece.

Claro que le apetecía. Hacía una noche estupenda y Pedro Alfonso estaba más rico que el pan. Su traicionero corazón aún no se había recuperado de la sonrisa que le dedicó al ganar la supuesta «clase maestra» de repostería, pero era muy agradable caminar con él del brazo, charlando como si fueran viejos amigos.

—Me  han  dicho  que  Caro y  tú  van a  ir  de  compras  el  miércoles  y  estaba  pensando en alertar a todos los grandes almacenes de Londres.

—Yo  estoy  deseando  —se  rió  Paula—.  Las  mujeres  trabajadoras  no  solemos  tener un día libre. Siempre es trabajo, trabajo y trabajo.

—Oh,  sí,  la  alegría  de  tener  las  manos  llenas  de  masa  todo  el  día.  Por  cierto,  estás guapísima.

—Gracias. Tú tampoco estás mal.

Pedro se alisó cómicamente la pajarita mientras se abrían paso entre la multitud que paseaba por Covent Garden.

—¿Este  esmoquin  de  nada?  Lo  he  encontrado  en  el  fondo  del  armario  y  he  decidido ponerme guapo para la prensa.

Paula soltó una carcajada.

—¿Has hablado con el otro fotógrafo, por cierto?

—Sí.  Afortunadamente,  está  dispuesto  a  hacer  las  fotografías  de  la boda  de  Caro porque  le  debe  un  favor  al  primero  —contestó  Pedro—.  ¿Puedo  hacer  una  sugerencia,  señorita  Chaves?  A  menos  que  estés  desesperada  por  volver  a  casa,  creo  que podríamos alargar el paseo.

—Muy bien. ¿Adónde vamos?

—Mira al otro lado de la calle... ¿Qué ves?

Paula miró la plaza cubierta de Covent Garden y las columnas de un edificio de piedra.

—¿Me llevas al teatro de la Ópera?

—Ahora  mismo  no,  pero  quizá  otro  día.  Caro y  yo  solíamos  venir  todas  las  Navidades  cuando  éramos  niños  para  ver  El  cascanueces,  La  cenicienta  o  El  lago  de  los  cisnes.

—Vaya, eso sí que es una sorpresa, señor Alfonso. Pensé que a los niños había que llevarlos a rastras al ballet.

—Es que nuestra madre sabía todo lo que había detrás de cada ballet: la historia de  los  compositores,  los  cotilleos,  los  estrenos  originales.  Por  eso  era  una  profesora  excelente.  No  sólo  veníamos  encantados,  le  rogábamos  que  nos  trajera.  Los  tres  nos  poníamos nuestras mejores galas y bebíamos limonada en el entreacto. Era mejor que el día de Navidad.

Algo  en  su  tono  de  voz  hizo  que  Paula lo  mirase,  sorprendida.  Allí  estaba  el  joven Pedro, tan lleno de sueños y esperanzas...Pero su rostro se había ensombrecido. Los  tres,  no  los  cuatro.  Carolina,  Pedro y  su  madre.  No  había  mencionado  a  su  padre  en  absoluto.  Por  lo  poco que  Carolina le  había  contado,  sabía  que  su  padre  acabó en la cárcel cuando ella tenía diez años, de modo que Pedro debía de tener unos catorce.

—Son  unos recuerdos  preciosos  —murmuró,   apretando   su   mano—.   ¿Ves   mucho  a  Caro y  a  tu  madre?  Bueno,  ya  sé  que  Caro pasa  la  mitad  del  tiempo  en  Nueva York...

—Mi madre suele ir a Nueva York un par de veces al año. Ha vuelto a casarse y vive en Francia, me imagino que ya lo sabes.

—Sí, claro. ¿Y a Caro? ¿La ves fuera del trabajo?

—No, qué va. O yo estoy de viaje o ella está trabajando en algún proyecto con Mike. En realidad, llevan la oficina por mí.

—Tengo una idea —dijo Paula entonces—. Puedes decirme que me meta en mis propios asuntos, pero verás: el sábado se va a casar tu única hermana...

—¿No me digas?

—Ahora  mismo  está  en  Francia  y  no  llegará  a  Londres  hasta  el  martes  por  la  noche, pero si fueras a Francia a buscarla, podríais estar juntos un par de días, los dos solos. No sé, como la última oportunidad para que recordéis viejos tiempos antes de que  se  convierta  en  la  señora  de  Pablo Fernandez.  Tu  madre  y  el  resto  de  la  familia  pueden venir el jueves, como teníais pensado. ¿Qué te parece?

Pedro la miró a los ojos durante unos segundos antes de preguntar en voz baja:

—¿Te gusta La Bohème?  Había pensado que podríamos ir a verla.

Paula dejó escapar un suspiro.

—Es mi ópera favorita.

—Entonces compraré entradas para la semana que viene.

—¿La semana que viene? ¿Pero no tienes que volver a Nueva York?

—Creo que hay  un  pequeño cambio  de  planes  —sonrió  Pedro—.  Puede  que  vaya a Francia a buscar a mi hermana, así que estaré aquí unos días más... si puedes soportarme.

Y  después  de  eso  siguieron  caminando  de  la  mano,  en  silencio,  como  si  eso  fuera algo que hicieran todos los días.

jueves, 19 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 20

—Estaba  a  punto  de  abandonar.  Imagina  mi  sorpresa  al  descubrir  que  cierta  Paula Chaves estaba dispuesta a dar una clase de repostería al mejor postor. ¿Cómo iba a resistirme?

 —¿Has pagado mil libras para que te enseñe a hacer un strudel?

—No,  en  absoluto.  Acabo  de  donar  mil  libras  a  un  proyecto  benéfico  que  me  interesa y, además, tendré el placer de tu compañía para mí solito.

—Acepto el cumplido, señor Alfonso.

—Pero tienes que cumplir con tu parte del trato.

—Sí,  claro,  pero  ya  hablaremos  de  eso.  Por  ahora,  tengo  que  despedirme  de  Silvana, ha sido un día muy largo.

—¿Puedo  escoltarla  a  casa,  señorita  Chaves?  Quizá  podríamos  discutir  nuestro  acuerdo por el camino.

Paula lo miró a los ojos y se dio cuenta de que nada le gustaría más.

—Por supuesto, señor Alfonso, pero me parece que alguien está intentando llamar su atención...

—¡Pedro Alfonso!

Un  hombre  de  mediana  edad  y  agradable  sonrisa  se  acercó  para  saludarlo  e  intercambiaron un apretón de manos. Paula recordó enseguida quién era: Javier Brooks, el propietario de la cadena Noodles y Strudels, un texano.

—Javier,  quiero  presentarte  a  mi  amiga  Paula Chaves,  Paula es  la  propietaria  de  la  Pastelería Chaves y...

—¿Tú  te  has  hecho  cargo  de  la  Pastelería  Chaves  de  Londres?  —exclamó  el  hombre—. Ése es un nombre que no escuchaba en mucho tiempo.

—Me alegra que la conozca, señor Brooks.

—¿Dónde  tenías  escondida  a  esta  joya?  —se  rió  el  texano—.  ¡La  Pastelería  Chaves! Mi padre creció en Viena, cerca de la esquina donde se encontraban el Café y la Pastelería Chaves original, y nunca ha dejado de contar maravillas sobre ella. Tienes que  hablarme  de  las  antiguas  recetas  y...  —Brooks  se  volvió  hacia  Pedro—.  Espero  que no te importe que te robe a tu novia un momento. Nos vemos enseguida.

Y,  antes  de  que  Pedro pudiera  decir  nada,  Javier Brooks  tomó  a  Paula del  brazo  para llevarla a uno de los comedores privados. Pedro se  quedó  en  silencio,  viendo  a  Paula desaparecer  entre  la  gente.  La  había  conocido el día anterior, pero una cosa era segura: ahora sabía por qué Carolina confiaba tanto en ella. Paula Chaves era  una  de  las  mujeres  más  sorprendentes  e  interesantes  que  había  conocido  nunca  y  los  últimos  diez  minutos  sólo  habían  servido  para  aumentar  su  admiración por ella.Pero  había  desaparecido,  dejándolo  solo  con  un  vaso  de  agua  en  la  mano.  Y,  además, uno de sus mejores clientes pensaba que era su novia. Era curioso que ella no lo hubiera corregido.Y más curioso, que él no dejase de recordar el roce de su cuerpo.Y  más  curioso  aún,  que  siguiera  en  el  mismo  sitio  cinco  minutos  después,  mirando el sitio por el que ella había desaparecido. Esperando. Por si acaso volvía la mujer más bella de la fiesta.Y estaba dispuesto a esperar el tiempo que hiciera falta.

Dulce Tentación: Capítulo 19

«Seré tonta», pensó. Pedro se  parecía  a  los  hombres  con  los  que  solía  flirtear  cuando  trabajaba  en  el  mundo de la banca: alto, apuesto, elegante, un espécimen perfecto. Pero ya no estaba a su alcance.Esa  parte  de  su  vida  había  muerto.  Ningún  hombre  volvería  a  encontrarla  atractiva.  Los  hombres  perfectos  no  perdían  el  tiempo  con  chicas  como  ella  y,  sin  duda, el día de la boda aparecería con alguna belleza del brazo. Y  no  sería  ella.  Aquel  hombre  era  de  otra  chica.  Bueno,  había  sido  un  bonito  sueño mientras duró.¿Por  qué  estaría  pujando  exactamente?  ¿Una  lección  de  repostería  o  tiempo  para estar a solas? ¿Por qué estaba interesado en ella? Paula sólo podía mirar, asombrada, cuando Silvana golpeó el atril con la maza y el público  empezó  a  aplaudir.  Todo  el  mundo  vio  a  Pedro acercarse  a  ella  y  besar  su  mano, haciéndole un guiño privado, antes de aceptar los aplausos y las fotografías.

—La clase maestra es para Pedro Alfonso de Haywood y Alfonso, a quien queremos agradecer el patrocinio de este evento —anunció Silvana Waters.

—Bueno, habías dicho que no te gustaba ser predecible.

—Sí, es verdad.

Paula le dió un golpecito en el hombro.

—¿Por qué no me habías dicho que estarías aquí esta noche? Silvana  Waters habla maravillas  de  tí.  Aparentemente,  eres  un  hombre  de  muchos  talentos...  aunque  la  mayoría de ellos ocultos —Paula arrugó la nariz, burlona.

—La sorpresa habrá sido mayúscula entonces —se rió Pedro.

—No  te  preocupes,  sobreviviré,  pero  cuéntame  ahora  mismo  de  qué  conoces  a  Silvana.

—Cuando  Caro y  yo  éramos  niños,  Silvana fue  la  asistente  social  que  nos  ayudó.  Incluso me consiguió mi primer trabajo en la construcción.

—¿En serio? Caro no me había dicho nada.

—Ella  era  demasiado  joven  entonces  y  sólo  vivió  en  la  zona  durante  unos  meses. Aunque, ahora que lo pienso es una pena.

—¿Por qué?

—Si  hubiera  vivido  más  tiempo  cerca  de  Ashcroft,  Caro podría  haberme  presentado a cierta niña antes de que se convirtiera en Paula Chaves.

Ella intentó disimular la alegría que le producían esas palabras, pero le resultó imposible.

—No te perdiste mucho, pero es raro pensar que podríamos habernos cruzado por la calle —sonrió—. Yo adoro a Silvana y veo que tú también la aprecias mucho.

—Mi  empresa  apoya  muchos  proyectos  benéficos,  pero  ella  es  la  única  que  consigue convencerme para que aparezca en persona.

—Ah, entonces eres susceptible al encanto de ciertas mujeres.

—Desde luego que sí. Aunque algunos de los invitados de Silvana son deleznables. ¿Ves  a  ese  hombre  que  se  está  comiendo  todas  las  gambas? —Pedro señaló  a  un  hombre de pelo gris y traje de chaqueta a juego.

—Sí. ¿Lo conoces?

—Era  el  director  del  colegio  privado  donde  yo  estudiaba.  Y  el  último  día  me  dijo,  muy  satisfecho,  que  no  había  sitio  en  su  elegante  colegio  para  el  hijo  de  un  delincuente y que yo no llegaría a nada en la vida.

—¡Dios mío! ¿Pero por qué fue tan cruel? Tú sólo eras un niño —exclamó Paula.

—No lo sé, pero ya sabes lo que dicen: el éxito es la mayor de las venganzas.

—Y esa sonrisa es muy sospechosa —se rió ella—. ¿Qué has hecho, comprar el colegio y convertirlo un club nocturno?

—Algo  mucho  más  infantil  —respondió  Pedro—.  Tiraron  el  colegio  hace  unos  años,  pero  antes  de  que  lo  hicieran  aparecí  por  allí  con  un  Lamborghini  rojo,  que  estacioné en el espacio reservado para el director, di una charla de media hora sobre la educación  formal  en  el  mundo  moderno  y  luego  me  llevé  a  todos  los  de  sexto  a  un  pub. El tipo se quedó pálido. Fue una tontería, pero a mí me sentó muy bien.

—¡Un  Lamborghini  rojo!  —se  rió  Paula—.  ¿Ese  hombre  sabe  que  tú  pagas  la  comida y la bebida esta noche? ¿Debería ser mala e ir a decírselo?

—¿La  señorita Chaves,  mala?  —sonrió  él—.  Ah,  ése  es  un  pensamiento  muy  interesante. ¿Se te ocurre alguna otra manera de mostrarme esa vena malvada?

—Yo castigo a los hombres haciéndoles amasar pan y diciéndoles luego que lo hacen fatal. Ah, se me había olvidado... tú ya has pasado por eso.

—Yo esperaba que me ayudases con un problema técnico que tengo.

—¿Un problema técnico tú?

—Lo  digo  en  serio.  ¿Conoces  la  cadena  de  repostería  Noodles  y  Strudels,  de  Estados Unidos?

—Sí.

—Pues  acaban  de  convertirse  en  clientes  míos,  pero  a  mí  no  me  gustan  los  dulces  y  te puedes imaginar el daño que eso podría hacerle a mi  reputación. Como hombre de   negocios, reconozco cuándo tengo un problema y  necesito ayuda profesional.

—Eso siempre es buena idea.

Dulce Tentación: Capítulo 18

Aquella Paula llevaba un vestido de cóctel azul sin mangas, y el cuello halter le dejaba la espalda al aire. Estaba absolutamente preciosa. Pedro había  visto  muchos  vestidos  de  alta  costura,  además  de  comprar  varios  para Carolina, y sabía que el de ella lo era.Tenía   unos   brazos   y   unos   hombros   espectaculares.   Quizá   hubiera   algún   beneficio en eso de amasar pan, después de todo, pensó. La tela del vestido se ajustaba a su cuerpo perfectamente, la falda caía en capas sobre las rodillas, las medias negras cubrían unas piernas esbeltas y bien formadas.Y zapatos de tacón alto. Aquella  noche,  Paula Chaves era  la  joven  ejecutiva  que  había  visto  en  fiestas  por  todo   el   mundo.   Parecía   la   chica   que Carolina le   había   descrito en sus días de universidad:  guapa, sofisticada, brillante. Pero  él  conocía  a  la  auténtica  Paula.  La  mujer  que  había  comprado  una  pastelería  y  la  había  transformado  en  algo  espectacular  para  hacer  lo  que  más  le  gustaba hacer. ¿Cuándo  fue  la  última  vez  que  conoció  a  alguien  así?  Nunca  se  había  topado  con una mujer semejante.Sí,  conocía  a  muchas  chicas  guapas  e  inteligentes  que  decían  hacer  lo  que  les  gustaba.  Pero  muy  poca  gente  sabía  lo  que  quería  de  la  vida  antes  de  cumplir  los  treinta años. Él  sí  lo  había  sabido.  Paula,  también.  Tal  vez  era  por  eso  por  lo  que  conectaba tan bien con ella. Eran diferentes de los demás.Su  energía  y  su  fuerza  brillaban  tanto  como  la  pulsera  que  llevaba  en  la  muñeca.  Era  efervescente  y  tan  atractiva  que  tuvo  que  controlar  la  testosterona  que  encogía los músculos de su pecho y ponía su corazón al galope. Sólo con verla. La oyó contestar en francés a alguien y luego decir algo que sonaba como ruso. Ah, claro. Era licenciada en Lenguas Modernas, recordó.¿Cómo  podía  haber  pensado  que  Carolinahabía  cometido  un  error  al  elegir  a  su  dama de honor?La  otra  dama  de  honor  era  la  hermana  de  Pablo,  Tamara,  una  encantadora  y  simpatiquísima  periodista.  Pero  Paula Chaves era  un  misterio.  Tal  vez  porque  Carolina y  ella se habían conocido durante el último año de universidad, cuando empezó a salir con  Mike  Gerard.  De  hecho,  casi  había  olvidado  su  nombre  hasta  que  Carolina lo  mencionó en relación con la boda.

Pedro se  dirigió  al  bar  para  no  quedarse  mirándola  como  un  tonto,  pero  no  podía  apartar  la  vista  del  ella.  Se  deslizaba  por  el  salón  charlando  con  políticos  y  gente de la alta sociedad con la tranquilidad que daba haber estudiado en una buena universidad.Él había trabajado mucho para que Lucy tuviera esas mismas oportunidades y sabía que su hermana se lo agradecería siempre. Incluso su madre se había quedado sorprendida por lo fácil que le resultaba vivir lejos de casa, con desconocidos... pero con un título de primera clase en la mano.Era una educación diseñada para abrir puertas. Y así había sido.Adoraba  a  su  hermana  y  era  el  primero  en  admitir  que  había  logrado  el  éxito trabajando tanto como él. Y, sin embargo, a veces se preguntaba cómo habrían sido las cosas si no hubiera tenido que dejar el colegio a los dieciséis años. En fin, eso era historia pasada.Con  un  vaso  de  agua  mineral  en  la  mano,  decidió  buscar  a  Silvana Waters, que estaría a punto de dar comienzo a la subasta benéfica.

—Señoras  y  señores,  el  siguiente  objeto  en  ser  subastado  es  una  clase  maestra  para las papilas gustativas. Supongo que todos conocerán la Pastelería Chaves. Bueno, pues  el  mejor  postor  recibirá  una  clase  personal  de  repostería  impartida  por  la  propietaria, la señorita Paula Chaves. Empecemos con cincuenta libras.

Paula se  apoyó  en  el  respaldo  de  su  silla,  en  la  primera  fila,  e  intentó  respirar  con  normalidad  mientras  la  gente  iba  pujando.  ¿Por  qué  había  dicho  que  sí?  Silvana lo  había sugerido diez minutos antes de que empezase la subasta y ella había aceptado vender su tiempo y su trabajo a un perfecto desconocido...Habían ofrecido cien libras cuando una voz familiar sonó desde el otro lado de la sala:

—¡Mil libras!

Todas  las  cabezas  se  volvieron  para  ver  quién  había  pujado  por  esa  cantidad.  Era Pedro, por supuesto.Llevaba  un  esmoquin  que,  evidentemente,  estaba  de  a  medida  y  parecía  un  modelo  de  una  revista  de  moda.  Sus  ojos  estaban  clavados  en  ella,  como  si  fuera  la  única  persona  que  había  en  el  salón,  y  le  sonreía  de  una  manera...  En  esa  sonrisa  había burla, alegría y también un evidente deseo. Sin pretensiones, sin disfraces.El adjetivo «guapo» no definía a aquel hombre y su traicionero corazón empezó a latir como si quisiera salírsele del pecho. Mientras miraba los seductores labios de Pedro Alfonso se le encogió el estómago y empezó a sudar.Podría  ser  un  virus,  pensó.  Claro que, no había  tenido  ningún  síntoma  cinco  minutos antes de clavar la mirada en él. Oh,  no.  No podía  quedarse  encandilada  con  el  hermano  de  su  amiga  a  los  veintiocho  años,  era  absurdo.  No  podía  gustarle  Pedro.  En  unos  días  tendrían  que estar juntos en la boda de Carolina. Y, además, Pedro vivía a miles de kilómetros de distancia, en Nueva York.No, esa idea tenía que desaparecer de su cabeza inmediatamente.

Dulce Tentación: Capítulo 17

Mirando el reloj, se estiró un poco el pantalón.

—Gracias  por  enseñarme  el  restaurante...  y  su  maravilloso  jardín  —le  dijo,  poniéndose  de  puntillas  para  darle  un  beso  en  la  cara—.  Y  sobre  todo,  gracias  por  recordarme esas vacaciones tan maravillosas.

Pedro la vió alejarse en silencio, asombrado por lo que acababa de pasar.

—De nada —murmuró—. Vuelve cuando quieras. Cuando quieras, de verdad.

Pedro recorrió  la  alfombra  roja  para  entrar  en  el  hotel,  sin  importarle  los  fogonazos de las cámaras. Era el patrocinador más joven de la velada y aquél era el único día del año en el que estaba dispuesto a ponerse un esmoquin de Armani para la prensa.Y sólo había una persona que pudiera convencerlo para hacer eso. Silvana Waters. La  misma  Silvana Waters  que  dirigía  el  orfanato  al  que  había  ido  con  Paula esa  tarde. Se quedó helado cuando ella dijo su nombre, pero ¿Cómo podía Paula saber que era  la  misma  asistente  social  que  veinte  años  antes  se  había  encargado  de  atender  a  su familia? Silvana Waters  era  la  única  persona  a  la  que  Pedro temía  y  respetaba  al  mismo  tiempo. Sabía que un simple error, la más mínima señal de suciedad en la casa, una falta en el colegio... y toda la pantomima se habría desintegrado.Su madre trabajaba en tres sitios, usando todos los contactos posibles de su vida anterior, para llevar dinero a casa. Tenía  que  hacerlo  porque  su  padre  estaba  en  la  cárcel  después  de  haberse  gastado una fortuna en drogas y casinos.Y el trabajo de Silvana consistía en comprobar que tanto Jared como Lucy estaban bien  cuidados.  Los  había  apoyado  en  todo  y,  al  final,  tuvo  que  reconocer  que  él  estaba más capacitado para cuidar de su hermana que cualquier otra persona.Su propia educación había sido otra cosa.La  constante  preocupación  de  ir  a  buscar  a  Lucy  al  colegio  a  tiempo  o  tener  hecha  la  colada  y  la  cena  para  que  nadie  pudiera  decir  que  no  iban  bien  vestidos  o  cenados lo dejaba demasiado exhausto como para prestar atención en el colegio.Y cuando su madre sufrió una infección intestinal y tuvo que ser hospitalizada, supo que el juego había terminado. De modo que empezó a suspender los exámenes y,  al  final,  no  fue  una  sorpresa  para  los  profesores  que  decidiera  dejar  el  colegio  y  ponerse  a  trabajar  con  Francisco  Richards,  el  propietario  del  taller  del  reparación  de  coches que había bajo su departamento. Los dos sabían que él podía hacer algo más que lavar y reparar coches, pero de esa manera Carolina nunca se encontraba sola cuando volvía a casa. Y  Silvana   jamás  lo  había  defraudado.  Al  contrario,  hizo  todo  lo  posible  para  ayudar a una familia que no quería separarse por nada del mundo. Habría sido más fácil para ella llevar a los niños a alguna casa de acogida, pero se puso de su lado. Y había  sido  gracias  a  Silvana Waters  por  quien  consiguió  su  primer  trabajo  en  la  construcción.Y allí estaba la propia Silvana, saludando a los invitados en la puerta, la misma de siempre.

—Buenas  noches,  señorita  Waters.  ¿Puedo  decir  que  está  más  guapa  cada  vez  que la veo?

Su recompensa fue un beso en la mejilla.

—Mentiroso. Pero tú sí que estás guapo, Pedro Alfonso. Y, de nuevo, gracias por tu apoyo. No podríamos organizar este evento sin tí.

—De  nada.  ¿Qué  es  eso  que  he  oído  de  que  se  retira?  Un  terrible  rumor,  sin  duda, lanzado por los funcionarios a los que usted aterroriza a diario.

—No —suspiró  la  mujer—.  No  tengo  que  decirte  que  la  situación  está  mal.  En  algunas  zonas  de  Londres  es  peor  que  nunca  y  hace  falta  alguien  más  joven  para  darles  a  los  niños  la  ayuda  que  necesitan.  Es  hora  de  pasar  el  relevo  a  alguien  más  acostumbrado a la palabra «tecnología» —Silvana lo miró coquetamente por encima de sus gafas—. Alguien como tú, por ejemplo. ¿Te interesaría un cambio de dirección en tu vida?

—¿Qué?  Lo  dirá  en  broma  —se  rió  Pedro—.  ¿Me  imagina  reuniéndome  con  funcionarios   y   asociaciones   benéficas   sabiendo   que   los   niños   necesitan   ayuda   inmediata? Me tiraría de los pelos. De los que me quedan, claro.

Silvana levantó la mano para acariciar su pelo corto.

—Mira,  mi  último  acto  de  locura.  Una  clara  señal  de  que  debo  retirarme.  Y  tú,  jovencito, serías la persona perfecta para el trabajo. Piénsatelo, Pedro. Te necesitamos.

Él frunció el ceño.

—¿Lo dice en serio?—Absolutamente.  Pero  ahora  no  es  el  sitio  ni  el  momento  para  hablar  del  asunto. Ve a hablar conmigo la semana que viene, pero ahora disfruta de la fiesta.

Pedro  la dejó saludando al resto de los invitados, ¿Volver al infierno? ¿Volver a ver el dolor y la tristeza en los ojos de otros niños?¿Cómo podía Silvana sugerir algo así? Aunque tuviera tiempo, y no lo tenía, no les serviría  de  nada.  Además, la semana  siguiente  se  marcharía de Londres  para  no  volver jamás. Aquél era el final del camino para él.¿Y  confiar  en  que  otras  personas  hicieran  el  trabajo?  No,  imposible.  Había  tardado  años  en  reunir  un  equipo  en  Nueva  York  al  que  podía  dejar  solo  durante  días sabiendo que el trabajo estaría hecho. El  fiasco  del  restaurante  había  vuelto  a  demostrarle  lo  que  pasaba  cuando  uno  se  despistaba  un  momento  y  dejaba  las  cosas  a  los  demás.  Sería  una  pesadilla...  no,  peor. Estaría trabajando con la gente que había acudido a aquel evento. Miró a la gente que llenaba el salón de baile: políticos, periodistas, señoras de  la  alta  sociedad  que  presidían  comités  benéficos.  La  clase  de  gente:  con  la  que  él  trabajaba sólo cuando era absolutamente necesario.Y una chica muy guapa.Paula Chaves. Pero no la versión repostera con la que había pasado el día.

martes, 17 de abril de 2018

Dulce Tentación: Capítulo 16

Pero cuando dió la vuelta a una esquina se quedó inmóvil. Aquélla  era  la  madre  de  todas  las  cocinas.  Era  gigantesca.  Por  lo  menos  tan  grande  como  el  vestíbulo.  Y  limpísima.  Era  un  palacio  de  acero  inoxidable  y  superficies fáciles de limpiar, electrodomésticos de última generación, una despensa enorme... ¡Y los hornos! Paula dejó escapar un suspiro de anhelo. Al  fondo  había  una  puerta  y,  tras  ella,  un  patio  con  suelo  de  piedra.  Era  un  patio  precioso  rodeado  de  un  jardín  bien  cuidado.  Tenía  que  haberlo  hecho  un  paisajista  porque  los  lechos  de  flores  y  los  árboles  parecían  perfectamente  elegidos  para  crear  una  zona  mágica.  Imaginó  cómo  sería  con  los  muebles  de  jardín,  las  sombrillas, las mesas con velas...Y,  además,  sería  una  zona  estupenda  para  familias  con  niños  porque  podrían  jugar en la hierba, lejos del tráfico.Era  lo  único  que  le  faltaba  a  su  pastelería.  Le  habría  encantado  tener  un  pequeño jardín para que jugasen las niñas del orfanato...A la hija a la que aún no conocía le encantaría aquel sitio, pensó. Mirando  el  edificio  con  el  sol  en  la  espalda,  se  vió  transportada  a  un  sitio  tan  parecido a aquél que era asombroso...En ese otro lugar, unas cortinas de color rojo oscuro protegían a los clientes del sol. Los candelabros de cristal iluminaban las mesas, reflejándose en el brillante suelo de madera oscura y en las paredes de espejo. Suspirando, se sentó sobre la hierba, apoyando la espalda en una pared de piedra. Casi podía ver al hombre de negocios leyendo su periódico mientras tomaba un café y a las señoras tomando chocolate con pasteles de nueces, a los amantes que se miraban a los ojos... al joven que llevaba horas sentado en un rincón, escribiendo sobre una mesa de mármol, ajeno a todo.En el aire flotaba el agridulce aroma a café recién hecho, chocolate, pasteles de mantequilla... Era el café vienés perfecto. El café de sus abuelos adoptivos, los Chaves. Respiró profundamente, intentando controlar las lágrimas. Hacía años que no recordaba esas maravillosas vacaciones... El  sonido  de  unos  pasos  hizo  que  se  volviera  hacia  Pedro,  que  había  decidido  reírse en lugar de ponerse a gritar.

—Mi querida hermana ha vuelto a cambiar de opinión porque aún no sabe qué color quedará mejor con luz natural. ¿Por qué sonríes? ¿Te gusta el sitio?

—¿Que si me  gusta?  Es  precioso.  Me  encanta  la  cocina...  y  este  jardín  es  un  sueño. ¿Te importa que me quede aquí cinco minutos más?

—No,  claro  que  no.  El  edificio  sigue  siendo  mío  por  el  momento,  así  que  estás  en tu casa. Quédate el tiempo que quieras.

—Siéntate un rato conmigo —se rió ella, tirándole de la manga de la camisa.

—¿Por qué te gusta tanto?

—Hace  diez  años  pasé  unas  vacaciones  fabulosas  en  Austria  con  mi  familia  adoptiva —empezó  a  decir  ella—.  Salzburgo  es  preciosa,  pero  cuando  fuimos  a  Viena... Viena cambió mi vida. Después de ir allí supe por qué mis padres adoptivos pasaban tantas horas al día en la pastelería, soñando con tener su propio café vienés, como el de mis abuelos. No te imaginas lo bonito que era.

—¿Por eso decidiste comprar la pastelería?

—Tuve que comprar  la  mitad  de mi tío Walter   —asintió Paula—.   Los   propietarios del local eran mi padre y mi tío, pero ya están todos retirados. Mi madre me  llevaba  allí  todos  los  sábados  y  me  dejaba  jugar  mientras  ellos  hacían  los  pasteles... era muy divertido.

—Ya me imagino.

—Sólo espero que vivan lo suficiente para ver cómo yo abro un café vienés. ¿No sería maravilloso? —Paula bajó tanto la voz que apenas era un suspiro—. A lo mejor algún día.

Sin  decir  nada,  Pedro entrelazó  sus  dedos  con  los  de  ella,  como  si  fuera  lo  más  natural del mundo. Pero Paula tuvo que tragar saliva. No se atrevía a mirarlo.«Concéntrate en otra cosa. Piensa en el café».¿Cómo  no  iba  a  soñar  con  convertir  aquel  sitio  en  el  antiguo  café  vienés de  los Chaves? Con ese jardín maravilloso para los niños, sería perfecto.Quizá algún día pudiera tener un sitio así... Pedro se movió entonces y Paula volvió a la realidad. Demasiados sueños.

—Tengo  que  irme,  pero  gracias  por  dejar  que  me  quedase  unos  minutos  más.  Tu cliente es una persona muy afortunada, Pedro. Este será un restaurante perfecto —Paula, que estaba levantándose, de repente lanzó un grito de dolor.

—¿Qué ocurre?

—Nada, me he clavado una astilla, no es nada.

—Espera, deja que lo vea... ¡Vamos, enséñame la mano!

Al ver la herida, Pedro soltó una palabrota sin acordarse de que no estaba solo.

—Lo siento. ¿Te duele?

—No  te  preocupes,  sobreviviré.  ¿No  tendrás  a  mano  unas  pinzas  de  depilar  para quitarme la astilla?

—Pues no, ahora mismo no llevo —sonrió él.

—Da igual, me la sacaré en la pastelería.

—Es  una  pena,  porque  yo  soy  un  experto  en  astillas.  Caro solía  subirse  a  los  árboles  y  siempre  acababa  llorando.  Espera,  si  dejas  de  moverte  un  momento,  es  posible que pueda sacarla... ¿Lista?

Ella asintió con la cabeza, preparándose para notar un ligero dolor. Para lo que no  estaba  preparada  era  para  sentir  el  dedo  de  Pedro acariciando  la  palma  de  su  mano...

—Ya casi la tengo... espera... ¡Ya está!Y luego acarició su mano con la yema del pulgar, presionando suavemente. La sensación  viajó  desde  su  mano  a  su  brazo  y  al  sitio  donde  su  cariñoso  y  sensible  corazón solía estar... hasta que se lo arrancaron dos años antes. Y ahora estaba mirando a alguien que era capaz de arrancárselo otra vez.¿Por qué no había vuelto a la pastelería?


Paula bajó  los  ojos  para  fingir  que  buscaba  más  astillas,  concentrándose  en  su  mano... en cualquier cosa menos en aquel hombre. Era  demasiado  intenso,  demasiado  tentador,  tenía  que  volver  a  trabajar,  a  su  santuario. Tenía que protegerse a sí misma. Eso se le daba bien. Tenía que protegerse del dolor de ser rechazada por aquel hombre.

Dulce Tentación: Capítulo 15

Dos  horas  después,  Pedro subía  al  coche  intentando  controlar  su  presión  sanguínea.

—Por favor, dime que no tienes que hacer esto todos los días. Esos monstruitos prácticamente  me  han  arrancado  la  tarta  de  las  manos.  No  sabía  que  ser  pastelero  fuera una profesión de riesgo.

—Si quieres que te diga la verdad, creo que habían tomado demasiado azúcar y estaban  un  poquito  nerviosas  antes  de  que  llegáramos.  Pero  gracias  por  tu  apoyo.  Evidentemente,  tiene  ciertas  ventajas  medir  un  metro  ochenta  y  cinco.  Al  menos,  la  tarta ha llegado intacta a la mesa... y les ha gustado mucho que jugases con ellas.

—No  hay  ningún  problema.  Los  cardenales  desaparecerán  dentro  de  una  semana.

Paula soltó una carcajada.

—Y  en  una  buena  tintorería  podrán  quitar  esas  manchas  de  chocolate  de  tu  pantalón.

—Ha  sido  una  nueva  experiencia  para  mí.  Pero,  hablando  de  comida,  ¿Hay  alguna posibilidad de comer algo antes de que volvamos a trabajar? Me he saltado el almuerzo.

—¿Después de haber comido tarta quieres almorzar? —se rió ella—. Tendrá que ser  un  sándwich o algo  así  porque  yo  he  quedado  luego  para  cenar.  ¿Qué  tal  un  brioche de salmón ahumado y huevo cocido?

—Suena de maravilla. Dime dónde tengo que ir.

—Conozco  una  pastelería  en  la  que  hacen  unos  brioches  estupendos...  no  me  mires con esa cara, sé cocinar. Y como vivo allí, no podré abandonarte como nuestra organizadora de bodas y nuestro fotógrafo.

—Ah, entonces por lo menos el pan estará rico —sonrió Pedro—. Bueno, ¿Quién es el afortunado?

—¿Qué afortunado?

—Has dicho que habías quedado para cenar.

 —No,  no,  voy  a  ir  con  Silvana a  un  acto  benéfico.  Pretendemos  recaudar  fondos  para el orfanato.

—¿Entonces no hay un afortunado?

—Digamos  que  ahora  mismo  estoy  entre  novio  y  novio.  ¿Y  tú,  Pedro?  —preguntó ella, intentando parecer desinteresada—. ¿Tienes una cita esta noche?

—¿Yo? No, no... Ah, mira, reconozco esta calle.

—Pues claro, está a cinco minutos de la pastelería. Tienes que haber pasado por aquí varias veces.

—En  ese  caso,  puedes  concederme  unos  minutos.  Me  gustaría  conocer  tu  opinión  sobre  un  restaurante  que  estamos  reformando.  Es  un  cliente  importante  y  sólo  tenemos  un  par de  semanas  para  entregarlo.  Me  han  dado  las  llaves  esta  mañana.

—Muy  bien,  de  acuerdo  —dijo  Paula,  pero  luego  vió  las  manchas  de  harina  y  chocolate en su pantalón—. No voy vestida para ir a un sitio elegante.

—No  pasa  nada,  aún  están  terminando  con  las  reformas.  Caro es  la  encargada  de la decoración y sé que es muy buena, pero me gustaría comprobar por mí mismo cómo va todo.

—Oh,  pobrecito.  Tienes  un  montón  de  gente  que  hace  el  trabajo  por  tí,  qué  problema tan horrible —se rió ella.

—Tenemos  muchísimo  trabajo  ahora  mismo  y  Caro quiere  terminar  con  la  decoración antes de irse de luna de miel —dijo él, mientras detenía el coche frente a un edificio de dos plantas.Pero si sólo tenían dos semanas para entregarlo, delante del edificio no debería haber cemento, ladrillos y sacos de arena...

—Me parece que deberíamos entrar —sugirió Paula.

Pedro dejó escapar un largo suspiro antes de asentir con la cabeza.No dijo nada mientras la ayudaba a salir del coche, pero su sombría expresión hablaba  por  sí  misma.  Y  Paula rezó  para  que  el  interior  estuviera  en  perfectas  condiciones. Por él y por Carolina.

Paula dió  un  paso  atrás  mientras  Pedro metía  la  llave  en  la  cerradura,  pero  a  través de las ventanas podían ver que el interior del restaurante era tan caótico como el exterior. Sus plegarias no habían sido escuchadas.Los obreros se habían ido ya, dejando atrás un desastre. Pedro cerró  la  puerta  y  se  quedó  mirando  un  vestíbulo  vacío.  El  suelo,  de  parqué, estaba cubierto por una lona... sobre la que había botes de pintura, brochas y cubos de plástico. Dos escaleras de madera bloqueaban la entrada al pasillo. Ella vió  que  Pedro estaba  mirando  el  techo,  cuyas  molduras  estaban  siendo  pintadas de color... marrón.

—Qué color tan raro —murmuró.

—Supuestamente,  iban  a  ser  de  color  marfil.  Eso  fue  hace  una  semana,  pero  hace un mes era azul porcelana y, un mes antes, color ostra.

—Ah, bueno, por lo menos las paredes son de color marfil. Pero yo describiría el color de las molduras como... café. ¿Te importa si echo un vistazo alrededor?

—No,  no  —murmuró  Pedro,  sacando  el  móvil  del  bolsillo—.  Espero  que  todos  los suelos estén colocados. Los  suelos  estaban  colocados  y  la  instalación  eléctrica  del  comedor  estaba  hecha, comprobó Paula, mientras daba una vuelta por allí. Sólo faltaban las cortinas, las alfombras y los muebles.

Dulce Tentación: Capítulo 14

Paula,  mientras  tanto,  acariciaba  la  piel  del  asiento,  hablándole  a  la  furgoneta  con toda dulzura:

—No  lo  ha  dicho  en  serio,  Hannah,  no  le  hagas  caso.  Volveré  pronto  y  seguro  que para entonces te encontrarás mejor.

Levantando  los  ojos  al  cielo,  Pedro entró  en  la  cocina  para  dejar  los  cafés  y  aprovechó para hacer una llamada.

—Francisco,  necesito  ayuda.  ¿Dónde  podría  comprar  una  furgoneta  de  reparto?  Paula Chaves necesita una urgentemente. Ah, por cierto, hay una chica estupenda más o menos de tu edad que está deseando conocerte. Se llama Hannah.

—Ashcroft Grove, es la tercera calle a la derecha.

—¿Ashcroft? —Pedro se movió en  el  asiento  como   si   el   cuero   estuviera   quemándole los pantalones—. En Ashcroft había un orfanato.

—Y sigue habiéndolo. Allí es donde vamos.

—¿Al orfanato?

—Claro —Paula sacudió  la  cabeza—.  Me  asombra  que  lo  recuerdes,  Pedro.  ¿Es  que Fernandez y Alfonso tiene alguna oficina por aquí?

—Yo  estoy  más  interesado  en  tu  relación  con  ese  sitio.  ¿No  me  digas  que  les  envías pasteles?

—En general, no. Silvana tiene veinte niñas, de siete a diecisiete años, y hoy es un día especial: la oportunidad de que una niña disfrute de un cumpleaños normal con sus amigas del colegio. Y yo me alegro de poder echar una mano.

—¿Silvana Waters? ¿Sigue siendo la directora del orfanato?

—Eso es —mientras entraban en la calle flanqueada por árboles, Paula puso los pies en el salpicadero—. Silvana es una de mis mejores amigas. Fue idea suya organizar unas  clases  de  repostería  en  mi  tienda  los  viernes  por  la  tarde  y  a  las  niñas  les  encanta.  Y  no  se lo digas  a nadie,  pero a  mí  también.  Aunque  me  dejan  el  horno  hecho un desastre, merece la pena.

Pedro fingió estar mirando el tráfico durante unos segundos antes de contestar:

—¿Silvana estará allí?

Paula miró su reloj.

—No,  me  temo  que  ya  se  habrá  ido  a  casa.  Pero  le  encantaron  las  magdalenas  que las niñas hicieron ayer.

—Ah, entonces la catástrofe con la que me encontré no era cosa tuya.

—No  del  todo  —sonrió  Paula—.  Son  unas  niñas  estupendas  y  lo  único  que  quieren es una oportunidad para demostrar de lo que son capaces sin ser juzgadas de manera diferente a las demás. No es pedir tanto.

Pedro giró en Ashcroft Grove, mirándola por el rabillo del ojo.

—Caro no me había contado que viviste en un orfanato.

Paula bajó los pies del salpicadero y se concentró en algo que debía de ser muy fascinante al otro lado de la ventanilla.

—Porque  no  se  lo  he  contado.  No  se  lo  he  dicho  a  nadie,  Pedro.  ¿Cómo  lo  has  adivinado? ¿Tan evidente es?

—Para mí, sí. Lo he oído en tu voz cuando hablabas de cómo juzga el mundo a esas niñas.

Paula suspiró, mirándose las manos.

—Sólo pasé seis meses en Ashcroft antes de que Alejandra Chaves me adoptase, pero no lo olvidaré nunca.

—¿Cuántos años tenías cuando te adoptaron?

—Doce, pero no quiero hablar de eso. Estoy más interesada en los planes de la boda... los que no están en la lista de Mariana.

Pedro entendió  el  mensaje:  quería  que  dejase  el  tema.  Y  era  comprensible;  él  sabía muy bien lo duro que era hablar de ciertas cosas.

—¿Algo en concreto?

—Bueno, tengo un interés personal en saber qué les vas a regalar a las damas de honor —dijo  Paula,   levantando cómicamente  las cejas—.   Ah, y otra cosa  más  importante.

—Me da miedo preguntar...

—Espero que hayas practicado los bailes de salón.

Pedro soltó una carcajada.

—No, no, de eso nada. He mirado la lista con mucho cuidado esta mañana y no habrá ni baile ni orquesta. No me vas a pillar.Paula se golpeó el labio superior con el dedo.

—Pero  Caro habrá  contratado  a  un  pinchadiscos  que  pondrá  música  toda  la  noche... espero.

—Era de imaginar. Sólo lo ha hecho para humillarme.

Ella  asintió  con  la  cabeza  mientras  Pedro detenía  el  coche  frente  a  una  casa  de  ladrillo donde docenas de niñas corrían por el jardín, jugando a la pelota.

—Debería  haber  convencido  a  Pablo para  que  se  escapase  con  mi  hermana  a  alguna playa. ¿Tiene alguna sorpresa más para mí esta tarde, señorita Chaves?

Paula, que estaba observando a las niñas, se volvió para mirarlo.

—Sí, otra sorpresa: tú vas a llevar la tarta y tendrá que llegar intacta al salón.

Dulce Tentación: Capítulo 13

A  media  tarde,  Pedro volvía  por  la  calle  de  la  Pastelería  Chaves con  una  bandeja de cartón que contenía varios cafés. Y no estaba contento. Al  fotógrafo  de  la  boda  le  habían  ofrecido  la  posibilidad  de  trabajar  en  un  documental sobre la vida salvaje en Mongolia y el muy sinvergüenza había aceptado.Sí, se había comprometido a hacer las fotografías de la boda Alfonso-Fernandez y sí, le  había  pedido  a  otro  fotógrafo  que  hiciera  el  trabajo  por  él  para  poder  irse  a  Mongolia. ¿No se lo había contado Mariana? Estaba que echaba humo, pero hacía un día maravilloso y había decidido ir  andando  a  la  pastelería  para  aliviar  la  tensión.  Quizá  Paula tuviera  más  masa  que  pudiera golpear.Se  había  equivocado  al  colocar  a  Paula Chaves en  la  categoría  de  banquera  aburrida  con  una  afición  peculiar.  Bajo  ese  cuerpo  esbelto  había  una  mujer  con  una  enorme pasión  por  lo  que  hacía.  La  había  visto  esa  mañana  con  sus  clientes  y  él  reconocía el talento.¿Cómo podía llevar sola la pastelería? Carolina  decía que él era un adicto al trabajo y,  evidentemente,  su  amiga  lo  era  también.  A  lo  mejor  Paula se  relajaba  por  las  noches... pero lo dudaba.En cualquier caso, le había prometido un café y un respiro y estaba dispuesto a convencerla para que parase de trabajar. Al dar la vuelta a la esquina vió a un montón de clientes entrando y saliendo de la pastelería. Su jovial charla era ahogada por el ruido del tráfico.El  constructor  que  había  en  él  no  podía  resistirse  a  pensar  en  lo  que  se  podría  hacer  con  el  local.  Una  entrada  moderna  transformaría  el  sitio  y  probablemente  doblaría el número de clientes. Especialmente los sábados, cuando la mayoría de los residentes de la zona tenían que pasar por delante de la pastelería para ir al área de las tiendas.Podría  sugerírselo.  Después  de  todo,  una  inversión  así  no  sería  muy  cara  y  obtendría muchos beneficios. Claro  que  entonces  Paula tendría  aún  más  tarea.  Por  lo  que  había  visto,  aquel  día estaba haciendo el trabajo de tres pasteleros además de llevar el negocio. Le haría falta contratar personal. ¿Y qué tal un estacionamiento?Cuando iba a entrar por la puerta de atrás, se quedó helado. Estacionada en la puerta estaba la furgoneta de reparto más vieja y más horrorosa que había visto en toda su vida. El ruido que salía por debajo del capó le decía todo lo  que  tenía  que  saber  sobre  el  estado  del  motor...  y  las  nubes  de  humo  negro  que  salían del tubo de escape explicaban el resto.Y frente al volante estaba Paula Chaves, con el rostro colorado como un tomate. Suspirando, Pedro dió un golpecito en la ventanilla.

—¿Café, señora? ¿Y quizá un motor nuevo?

Paula   murmuró  algo  en  un  idioma  que  no  entendía  y  él  tuvo  que  contener  la  risa.

—Gracias  por  el  café,  pero  ahora  mismo  no  puedo  Tengo  que  llevar  una  tarta  de cumpleaños a seis manzanas de aquí en menos de media hora o cierta niña se va a llevar  un  disgusto  de  muerte.  Por  favor,  tómate  el  café...  yo  me  tomaré  el  mío después.

—¿Después cuándo?

Paula intentó  arrancar  de  nuevo  y,  al  no  conseguirlo,  golpeó  el  salpicadero  con  la mano.

—Hannah  vino  con  la  pastelería.  Y  ha  pasado  la  revisión  hace  diez  meses.  ¡Venga, chica, no me dejes mal! ¡Especialmente delante de un hombre!

Pedro se tragó una broma sobre las mujeres y los coches porque sabía que estaba muy disgustada.

—El  cambio  de  marchas  está  roto.  Aunque  me  parece  que  la  transmisión  y  la  correa del ventilador tampoco funcionan.

Paula se  quitó  el  cinturón  de  seguridad  y  se  volvió  hacia  él,  seguramente  para  hacer algún comentario sarcástico. Y entonces él tendría que explicarle que en lugar de  ir  al  colegio,  se  iba  al  taller  más  sucio  de  Londres,  el  taller  de  Francisco,  donde  le  habían enseñado todo lo que había que saber sobre motores. Pero el sarcasmo no llegó.

—¿En serio?

Él asintió con la cabeza.

—¿Estás diciendo que no va a arrancar?

Pedro asintió de nuevo y Paula apoyó la cabeza en el volante, suspirando.

—Siempre podrías comprar otra furgoneta...

—¿Estás  loco?  Ésta es  Hannah,  la  furgoneta  que  usaban  mis  padres  para  hacer  los  repartos.  No  pienso  cambiarla  por  otra.  Y  ahora,  si  no  se  te  ocurre  ninguna  otra  sugerencia antes de que llame a un taxi...

—Sólo una: podría llevarte en mi coche; está estacionado en la esquina y tiene un maletero enorme. Podríamos ir y venir antes de que se enfriara el café.

Paula miró el salpicadero una vez más, luego miró su reloj y, por fin, asintió con la cabeza.

—Sólo por esta vez y sólo porque es sábado y el mundo se ha vuelto loco y yo tengo que hacer esta entrega. Sí, gracias, eres muy amable.

—De nada —Pedro puso la mano en el tirador para abrir la puerta, pero también estaba roto.