—¿Lo matamos directamente o lo torturamos antes? —le preguntó Florencia con fiera expresión.
Las tres hermanas se habían reunido para comer en un restaurante. Paula seguía intentando volver a la realidad. Ya habían pasado dos horas desde que Pedro recibiera la llamada del director de comunicación de su campaña. Su aún prometido apenas había tenido tiempo de asegurarle que esas fotos no eran lo que parecían cuando el resto de la familia Alfonso llegó a la casa para hablar de lo que había ocurrido. Pedro tenía una explicación para lo ocurrido con la chica que vendía agua y refrescos a los golfistas en ese club. Aseguraba que la joven se le había echado encima y él instintivamente la sujetó para que se calmara. Por desgracia, el aparcamiento del club había estado lleno de periodistas y fotógrafos que no dejaron pasar la ocasión. Los hermanos de Pedro le habían asegurado que él no conocía a esa joven, pero la mala suerte había querido que ninguno de los tres estuviera allí en ese momento. Pedro había estado muy preocupado por convencerla de que el incidente no significaba nada, pero a ella no le había afectado tanto como saber lo que le había contado sobre Brenda. Su mayor problema en esos momentos era confiar en que algún día él podría volver a enamorarse de alguien. Eso era lo único que le interesaba, saber si acabaría por quererla a ella. Sus hermanas la habían llamado en cuanto se enteraron y habían ido hasta Hilton Head a buscarla. Fue un alivio poder salir de esa casa, donde la familia Alfonso y los miembros de la campaña se afanaban por reducir las consecuencias de las fotografías aparecidas en prensa. Al final, había acabado escondiéndose en un pequeño restaurante con sus hermanas y sin poder quitarse la gorra ni las gafas de sol. Estaba cansándose de aquello, no quería que su vida se convirtiera en un espectáculo. Florencia tomó la cesta del pan y se puso a comer. El apetito de su hermana había aumentado mucho desde que se quedara embarazada.
—Entonces, ¿Qué prefieres? ¿Muerte rápida o con sufrimiento?
—Lo que me hace gracia es que la prensa se ha pasado por alto la historia más jugosa. No acabo de comprender que se creyeran su compromiso —añadió Romina.
Se quedó boquiabierta al escucharla.
—Y ¿quién dice que no sea real? Nunca te he dicho que no lo fuera.
—¡Venga, Paula! —le dijo Romina—. Eres como yo. Sé que no te comprometerías con nadie que no conocieras muy bien.
—¿Es que nunca has hecho nada impulsivo? —le preguntó ella.
Tenía interés por saber cómo iba Romina a responderla. Su hermana se había quedado embarazada después de una aventura de una noche con un amigo. Desde entonces, ese amigo se había convertido en el amor de su vida y en su marido.
—Eso es un golpe bajo —repuso Romina—. Pero te perdono porque me imagino que estás muy nerviosa.
No quería estar a la defensiva con ellas. Después de todo, eran sus hermanas y no podía seguir mintiéndoles. Se imaginó que había llegado también el momento de que dejara de mentirse a sí misma. Se acarició el dedo anular de su mano izquierda, donde había llevado el anillo de compromiso.
—La verdad es que ya no importa. Pedro y yo hemos terminado.
Lo que no les dijo fue que él quería intentar seguir con ella y que ella había sido la que se había negado a seguir en la misma situación. Romina la miró con mucha preocupación en sus ojos.
—¿Ha sido por culpa de las fotos que han aparecido en la prensa?
—¿Hablas de sus fotos conmigo o con la rubia del campo de golf? —preguntó ella con una mueca de desagrado—. La verdad es que las de hoy no me preocupan demasiado, sólo si dañan su imagen de cara a las elecciones. Estoy segura de que fue todo un montaje.
Y estaba siendo sincera. Confiaba en Pedro totalmente. Siempre había sido sincero con ella, incluso cuando sus palabras pudieran hacerle daño. No le había negado cuánto había querido a aquella joven, una historia de amor que le preocupaba mucho más que cualquiera de las que pudieran inventarse los medios de comunicación.
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