—A por todas, hermano.
Pedro se quedó helado al escuchar las palabras de su hermano. Había estado a punto de lanzar la pelota de golf y su inoportuno comentario consiguió alterarlo lo suficiente como para que ésta acabara sumergiéndose en un lago cercano al restaurante del club. Asustó a una manada de pájaros que levantó el vuelo al unísono. Miró a su hermano mediano con el ceño fruncido. Sabía tan bien como todos que no se debía hablar con el jugador cuando estaba a punto de golpear la pelota.
—Gracias, Federico —le dijo entre dientes—. Muchas gracias.
Había estado encantado con la posibilidad de jugar esa tarde al golf con sus hermanos, aunque no era un encuentro meramente deportivo, sino un torneo benéfico. Pero estaba jugando tan mal que se imaginó que el grupo que iba por detrás de ellos tendría tiempo de parar a almorzar antes de que ellos avanzaran hasta el siguiente hoyo.
—De nada, hermano. Ya sabes que me encanta animarte —le dijo el abogado—. Por cierto, ¡Qué golpe tan bueno!
Los otros dos hermanos Alfonso los observaban sonrientes desde el carro de golf. Miró el agua y distinguió entre sus aguas los ojos de un caimán. Fue entonces cuando decidió que no se metería a buscar la pelota, prefería asumir la penalización. Señaló a Bautista, el más joven de sus hermanos con el palo de golf, después hizo lo mismo con Juan Pablo, que era el segundo.
—Pronto les tocará a ustedes y puede que me dé un ataque de tos en el momento menos oportuno —les dijo a modo de advertencia.
Las palabras de Federico habían afectado su tiro, pero lo cierto era que no podía dejar de pensar en Paula y cada vez le costaba más mantener la cabeza despejada. La recordó entonces sentada sobre él en la bañera y estuvo a punto de perder la poca concentración que le quedaba. Miró el reloj, se imaginó que pronto terminaría la reunión que Paula estaba teniendo con sus hermanas para revisar todo el papeleo que tenían que presentar ante el seguro.
—¿Vamos a seguir jugando o vas a pasarte la tarde ensimismado mirando ese reloj?
—Estaba intentando calcular cuánto tiempo nos queda y el ritmo que llevamos —le dijo.
—Sí, claro. Dí lo que quieras, pero vimos cómo te despedías de tu prometida — repuso su hermano—. ¿Qué es lo que está pasando, Pedro? ¿Cómo es que no nos la habías presentado antes? Nos habrías machacado si uno de nosotros hubiera hecho lo mismo.
Federico le dió un codazo a Bautista y con un gesto le señaló el grupo de periodistas que se congregaban cerca del club.
—Cállate de una vez —le dijo—. ¿No ves que hay prensa por todas partes?
De mala gana, Bautista dejó de mirar a la joven rubia para fijarse en los periodistas.
—Claro, claro. Hay que defender el buen nombre de esta familia —comentó el benjamín.
—Es un fastidio, hermano. Por tu culpa ya no podemos hacer nada los cuatro juntos sin que se convierta en una sesión fotográfica —le dijo Juan Pablo.
Pedro dejó una nueva pelota en el suelo y se preparó para volver a intentarlo.
—Creí que sería buena idea filtrar a la prensa información sobre este torneo. Quería que dejaran tranquila a Paula, al menos por un día.
—Y decidiste usarnos como cebo para la prensa, ¿No?
—Así es —repuso él mientras golpeaba de nuevo con su hierro.
Se quedó mirando la trayectoria de la pelota. Esa vez aterrizó sobre el green.
—Esto tampoco es nuevo para nosotros —les dijo a sus hermanos—. Siempre hemos tenido la atención de la prensa. Me imaginé que podíamos llevarlo mejor que ella.
Se subió al carro de golf. Federico se sentó a su lado. Juan Pablo y Bautista los seguían en el otro carro.
—Parece que esta mujer te importa mucho —le dijo su hermano Federico.
—Estamos prometidos —le recordó.
Era algo que nunca pensó que volvería a hacer.
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