Pedro se acercó a su madre y le dió un beso en la mejilla.
—Siempre tan diplomática —le dijo con cariño—. Bueno, voy a ayudar al chófer con las maletas.
Ana entró en la casa y ella la siguió. Vió entonces que el reportaje que había visto en la revista de decoración no le había hecho justicia a ese sitio. Una de las paredes era una inmensa cristalera que iluminaba la sala hasta su alto techo abovedado. Los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras persas. Vió dos impresionantes sofás en azul claro y varios sillones a un lado.
—Deja que te enseñe tu dormitorio. La vista del océano es impresionante.
—Tiene una casa maravillosa. Quiero agradecerle de nuevo que deje que me quede aquí. Estoy deseando deshacer mi maleta e instalarme.
—No te preocupes por eso, querida. No vas a necesitar la ropa de tu hermana.
Entraron en un dormitorio lleno de luz y de los aromas procedentes de varios jarrones con flores recién cortadas.
—No entiendo nada… ¿No me acaba de decir que no tendré que pasar por un cambio de imagen?
—Así es, pero no he dicho que no podamos ir las dos de compras.
Se dió cuenta de que se le daba tan bien jugar con las palabras como a su hijo. Vió que le convenía tener mucho cuidado si iba a vivir unos días con políticos como ellos.
—Todas tus cosas se destruyeron en el incendio —le dijo la senadora—. Es obvio que necesitas ropa nueva, sobre todo después de lo que ha pasado con mi hijo. Además, tendrán que aparecer juntos en muchos actos políticos y benéficos.
—Pero no puedo permitir que Pedro me compre la ropa.
—Tienes que asistir a esos eventos por él. Lo más justo es que se haga cargo de los gastos.
—¿Qué le parece si dejo que Pedro pague la ropa que llevaré a los actos oficiales y yo me encargo de todo lo demás? —le preguntó ella entonces.
—Me parece justo y muy honrado por tu parte.
—El director de campaña de Pedro me ha dicho que los medios van a atacarme continuamente.
—Nadie espera que cambies tu manera de ser. Estamos aquí para encargarnos de que estés cómoda y sigas siendo tú misma. Y lo haremos comprando ropa que tú elegirás y dándote algunos consejos muy útiles para poder enfrentarte a la prensa. Esa mujer cada vez le gustaba más y sabía que eso era un problema. Cualquier lazo que formara con su familia durante esas semanas no iba sino a hacer más complicada su marcha.
Estaba a punto de terminar el que era sólo el primer discurso del día y ya estaba sudando. Pero no podía echarle la culpa a la multitud allí presente, a los focos ni al calor de verano. Si le ardía la sangre en las venas era por culpa de la mujer que tenía sentada a su lado en el escenario. Una joven que no había dejado de observarlo con atención durante todo el discurso. El vestido recto de Paula parecía estar resbalándose permanentemente sobre sus muslos, revelando unas rodillas que ella se empeñaba en cubrir. Era un gesto inocente, pero le dió la impresión de que iba a sufrir un infarto por su culpa. Cuando su madre le dijo que salían a comprar, pensó que se limitarían a trajes conservadores como los de la senadora, pero habían elegido un vestido recto en color verde esmeralda que dibujaba la figura de Paula. Con su pelo rojizo recogido hacia atrás con un simple prendedor, resultaba muy bella y elegante con ese atuendo. Tanto que no podía dejar de mirarla.
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