—Se te da bien escuchar, Paula.
—Y a tí hablar —contestó ella con sinceridad—. Estoy deseando oír todo lo que tengas que decir en esas reuniones de trabajo a las que asistiremos juntos. Estoy convencida de que eres el mejor candidato para ese puesto y haré todo lo que esté en mi mano para que lo consigas.
—Gracias. Lo has dicho como si lo pensaras de verdad.
Se sonrieron sin dejar de mirarse a los ojos. Era muy consciente de que estaban los dos solos en la parte de atrás de un coche y que los separaba del chófer un cristal oscuro. La sensación de intimidad era desconcertante. Llegó incluso a inclinarse hacia él antes de que su mente fuera consciente de lo que estaba haciendo y la detuviera a medio camino.
—¿Qué problema tienes entonces? —le preguntó Pedro mientras acariciaba su ceño fruncido con suavidad.
—No tengo ningún problema en ir a todas esas conferencias y cenas contigo — repuso ella intentando ignorar su caricia—. Lo que me preocupa son temas meramente logísticos. No sé cómo voy a poder ir a Charleston y volver cada día a tiempo para poder asistir a todos los eventos.
—¿Y quién ha dicho que tendrías que ir a Charleston y volver?
Sus palabras la dejaron sin aliento. Se quedó con la boca abierta y el pulso se le aceleró. Podía soportar fingir un compromiso entre los dos, pero irse a vivir con él eran palabras mayores. Lo miró incrédula. Pensó que Pedro debía de haberse bebido todos los licores del mueble bar del coche sin que ella se diera cuenta. Paula llegó a considerar que no sería mala idea después de todo abrir alguna de las botellas que había en el mueble bar. No eran horas de tomarse una copa, pero lo necesitaba. Si la policía no conseguía despejar pronto la carretera, podían estar allí atascados durante horas y no se veía capaz de soportarlo. Tiró del vestido hacia abajo. Había sentido la ardiente mirada de Pedro en sus piernas un par de veces y se sentía incómoda.
—¿Estás sugiriendo que me vaya a vivir contigo? ¡No quiero ni pensar en lo que diría la prensa entonces!
—Pero estamos prometidos —repuso Pedro agarrándola por el codo.
Ella lo apartó deprisa. No quería que la tocara. Ya se había dejado llevar una vez por la atracción que sentía por él y no le había traído más que problemas. Había tenido que verse medio desnuda en la primera página de muchos periódicos.
—¡No seas tozudo, Pedro, y deja de tocarme!
Vió cómo la miraba con los ojos entrecerrados. Se arrepintió de lo que le había dicho. Sabía que sólo había conseguido encender más aún su interés y su espíritu competitivo.
—Así que aún te sientes tan atraída por mí como yo por tí —le dijo él mientras apartaba despacio el brazo.
Estaba claro que le gustaba jugar, pero ella no iba a rendirse.
—Si sigues hablando de esa manera no vas a conseguir convencerme para que vaya a vivir a tu casa.
Pedro le dedicó media sonrisa.
—Tienes razón —repuso él—. Dentro del recinto familiar hay varias propiedades. Allí viven también dos de mis hermanos. Todos tenemos nuestra propia zona. Mi madre y el general viven entre Washington y Carolina del Sur. Él está ahora mismo en el Pentágono, pero mi madre se ha quedado en casa, así que tendremos carabina.
—¿Qué quieres decir con que todos tienen su propia zona? —le preguntó con suspicacia.
Pedro acababa de dejarle claro que ella aún le atraía. Pero no le gustaba la idea de tener una aventura con él cuando llevaba un falso anillo de compromiso. Sabía que era irónico que se hubiera acostado con él antes y no estuviera dispuesta a repetir cuando a ojos de los demás estaban prometidos, pero así era como se sentía.
—¿Es que tienen todos su propia suite en la misma casa? Aun así, me imagino que tendréis que veros por las mañanas —le dijo ella.
—Pensé que el otro día te enfadaste conmigo por todo lo contrario, por no quedarme a desayunar.
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